El deseo bajo los árboles: El desconocido del lago, de Alain Guiraudie
La revista Cahiers du Cinéma seleccionó en su edición de diciembre a El desconocido del lago (L’Inconnu du lac, 2013) de Alain Guiraudie como la mejor película del año. Estrenada en el Festival de Cannes el pasado mayo dentro de la sección “Una cierta mirada”, obtuvo ahí el galardón para su director, que es a la vez su guionista.
Se trata de un intenso relato de deseo y obsesión cuya puesta en escena transcurre por completo a orillas de un lago y en el bosque que lo circunda. En ese sitio se reúnen hombres homosexuales a nadar, disfrutar desnudos del sol veraniego y tener encuentros sexuales casuales anónimos en medio del bosque, no necesariamente ocultos de los ojos de los demás, en una práctica conocida como cruising. Se trata de un ritual y como tal lo asume Alain Guiraudie: la película se convierte en uno. Los automóviles llegan a un improvisado parqueadero y se ubican entre los árboles a la manera de los furtivos encuentros que en el bosque se dan; nuestro protagonista, Franck (Pierre Deladonchamps), se baja de su vetusto Renault 25, camina hacia la orilla del lago, mira con fingido desinterés a los allí instalados, saluda a algún conocido, se desnuda y se va a nadar. Regresa, descansa en la orilla y se va a deambular entre el bosque. Hay otros ahí a la espera de una pareja, otros ya la encontraron y están bajo alguna arboleda satisfaciendo su deseo, alguno se masturba viéndolos. No hay necesidad de palabras, hay un acuerdo tácito entre todos. Ya saben porque están ahí, saben que buscan, saben que van a encontrar. Una y otra vez se repiten estas jornadas, fuente sin duda de innegable placer para los allí reunidos. La llegada del auto de Franck marca siempre el inicio de un nuevo día.
El filme es absolutamente explicito en la descripción de esos encuentros. Veremos caricias, besos, felaciones, penetraciones, eyaculaciones. Poco se deja a la imaginación y todo se asume con una naturalidad que le quita morbo a unas secuencias que son también crónica de una manera de asumir la sexualidad donde, sobre todo, se apela a la satisfacción inmediata de un deseo –egoísta y enceguecedor- que no hace preguntas ni exige respuestas. Son desconocidos que comparten una pulsión común y van a satisfacerla a plenitud. No estamos acá para juicios de índole alguna.
Sin embargo el director no se queda solamente en el relato minucioso de estos encuentros (que pueden ser perturbadores para algunos espectadores), sino que introduce alrededor de Franck otros elementos. Aparece en la orilla un obeso y solitario hombre, llamado Henri, un heterosexual retraído que pasa sus vacaciones observando el lago y a aquellos que deambulan por ahí. Entre él y Franck se desarrollará un lazo de amistad no sexual, pero igualmente fuerte. Más tarde veremos a un inspector de policía que interrogará a nuestro protagonista, incapaz este oficial de comprender la mecánica de lo que frente a ese lago se vive. Temprano en la narración surge Michel (Christophe Paou), un varonil bañista que es la encarnación de la pasión y la obsesión para Franck. Los tres son diferentes y a la vez son espejos sociales: Henri es el observador comprensivo, bien intencionado y curioso, el inspector es el intruso intolerante que no entiende ni quiere entender la dinámica arriesgada de esas relaciones; mientras Michel es el inaferrable objeto de deseo, el trofeo a conquistar, el amor loco hecho carne.
Obviamente falta algo en esta ecuación. Algo desestabilizador. Un crimen. Un hecho que pone a prueba los sentimientos de Franck y que le sirve al director Guiraudie para profundizar en este estudio de la fuerza obnubilatoria de los sentimientos, de lo que podemos llegar a hacer o a callar cuando estamos completamente alucinados de pasión, y de cuan cercana es la relación entre el amor y la muerte. Miremos a Franck, que hará lo que sea por estar con Michael. Y una vez satisfecho ese deseo querrá hacer más intima esa relación, volverse con él una pareja, quebrando el pacto de anonimato y fugacidad de estos encuentros. Franck no necesita encontrar a nadie más, Michel lo satisface por completo. Sin embargo algo se ha roto y quizá Franck no ha medido las consecuencias de querer poseer a alguien más allá de adueñarse de su cuerpo.
El desconocido del lago es mucho más que una historia erótica homosexual, es mucho más que un thriller que Claude Chabrol hubiera firmado sin dudarlo. Es la constatación de la complejidad de nuestra conducta, de lo errático de nuestras decisiones, de lo peligroso de andar a tientas dejando que sea el deseo el que decida la ruta que vamos a seguir. De repente estaremos en el bosque, a oscuras, llamando a gritos a la persona equivocada.