El Dudeísmo vive: El gran Lebowski, de Joel & Ethan Coen
Jeff “Dude” Lebowski es un hippie que vive veinticinco años delante de su época, no a finales de los años sesenta, sino a principios de los años noventa del siglo XX. No es ningún viajero del tiempo, simplemente es un vago, un desempleado bonachón con un estilo de vida bohemio. Toma, fuma hierba, juega a los bolos con sus amigos, se mantiene siempre como recién levantado, es un gurú de la nada, es un honky. Ah y le gustan que le digan the Dude, que depende de qué lado del océano Atlántico viva el lector pudo haberse traducido como “El fino” (Latinoamérica) o “El nota” (España).
Antihéroe con todos los pergaminos necesarios, the Dude es el protagonista de El gran Lebowski (The Big Lebowski. 1998), una hilarante demostración de la habilidad de los Coen para crear personajes improbables, caricaturas que –curiosamente- superan el molde cinematográfico que las concibió y se convierten en parte de la cultura popular, en un modelo a (no) seguir. Además del Lebowski Fest que desde 2002 se celebra anualmente en Louisville, Kentucky y cuya versión londinense es The Dude Abides; ya hay una religión, La iglesia del Dude de los Últimos Días, con filosofía y sacerdotes. No es broma, El gran Lebowski es una película de culto y sus fanáticos son muchísimos. El Dudeísmo está vivo.
¿Cómo ocurrió esto? Sospecho que es un asunto de conexión. The Dude le habla al adulto relajado, sin mayores aspiraciones ni sueños grandilocuentes, que es amigo fiel de sus amigos y que dentro de su simpleza es un hombre noble y bienintencionado. Jeff Btidges con su cabellera y su barba abundantes, y sus movimientos lentos le da al personaje un aire etéreo, como en una eterna embriaguez o una “traba” perenne. Es irresistiblemente cómico y ligeramente patético en su torpeza. Sumado a él está una galería de personajes secundarios de lujo, que encabeza John Goodman como Walter Sobchak, un redneck veterano de Vietnam que vive anclado a ese pasado violento, mientras Steve Buscemi y John Turturro encarnan a dos bolicheros –uno aliado y uno rival- que animan el existir de the Dude. Walter y sus traumas ameritarían incluso una propia película.
A los personajes excéntricos y a la atmósfera graciosa, los Coen han añadido una historia que solo es posible entenderla si nos atenemos a los parámetros del film noir, esas historias enrevesadas que escribieron tipos como Chandler, que fueron llevadas al cine por Hawks e interpretadas ahí por duros como Bogart o Dick Powell. Lo paradójico acá es que the Dude no es un detective privado ni tiene idea de cómo resolver un caso criminal, pero termina involucrado en uno, luego de ser confundido por un millonario y filántropo que es homónimo suyo. Como en todo film noir de raza, la resolución coherente del caso no es lo que se persigue, sino la correcta concepción y el despliegue de la atmósfera corrupta que rodea a los hechos y esto lo consigue la película con facilidad a punta de planes torpes, villanos de cartón paja, femmes fatales que quieren reproducirse, y un ambiente de fatalidad que evoca al del Scorsese de Después de las horas (After Hours, 1985). Que nadie dude de las intenciones paródicas de El gran Lebowski, tomárselo en serio es un sinsentido.
Los Coen son especialistas en revisitar géneros y en hacerlos suyos dándoles una nueva vuelta de tuerca e integrándolos su universo autoral. Este es su propio The Big Sleep.
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 125 (Medellín, enero/marzo, 2019), págs. 34-35
©Centro Colombo americano de Medellín, 2019
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