De la dificultad de ser valiente: El escándalo, de Jay Roach
No porque el affaire de acoso sexual que terminó con la salida de Roger Ailes del mando de la cadena FOX sea conocido, deja de ser interesante conocer lo que implicó para las víctimas tomar la decisión de denunciar a este alto ejecutivo de los medios de comunicación. Desde afuera parece fácil, desde adentro no: estas mujeres estaban poniendo en juego sus carreras y su reputación, además de volverse involuntario centro de atracción mediática, una exposición pública que pocos desean asumir: estar en “el ojo del huracán” es una carga excesivamente pesada para cualquiera, más para figuras públicas como ellas.
El escándalo (Bombshell, 2019) es la historia de esas mujeres, contada desde su propia voz, desde su punto de vista. Dos de ellas son personajes reales, Megyn Kelly (interpretada de forma magnífica por Charlize Theron) y Gretchen Carlson (Nicole Kidman), dos anchorwomen de la FOX; mientras una tercera mujer y la más joven de ellas, Kayla Pospisil (Margot Robbie), es un personaje compuesto por las historias de varias víctimas de Roger Ailes. El guionista del filme, Charles Randolph, es especialista en historias intrincadas, de ahí que es la propia Megyn Kelly la que nos ilustra cómo funcionan las cosas y como es la cadena de mando en Fox News y en las diferentes empresas del imperio de Rupert Murdoch, quien es en últimas para quien Roger Ailes (un obeso John Lithgow) trabaja.
La película es clara: denunciar este tipo de situaciones no es nada sencillo. Sacar el valor de poner en evidencia algo que todos callan y que pone en juego su reputación y su empleo, es todo un reto personal y moral. Gretchen Carlson lo hizo cuando fue despedida de la FOX, a sabiendas que eso no la ponía a salvo del vendaval mediático subsecuente, que incluía tacharla de revanchista por denunciar solo cuando ya no hacía parte de la empresa. El escándalo describe las historias de los tres personajes por separado –solo coinciden casualmente en un ascensor- y durante un buen trecho se encarga de contarnos del enfrentamiento de Megyn Kelly con el entonces precandidato republicano Donald Trump, y lo que eso le causó en términos de desprestigio público, como para ambientarnos en lo que va a venir después.
En cambio, Kayla Pospisil es mostrada como la mujer joven, bella y ambiciosa, que hará lo que tenga que hacer para ascender dentro de la FOX y poder presentar su propio programa. Y eso incluye ser “leal” a Roger Ailes, implique lo que eso implique. Esa misma joven es la que al final va a cuestionarse si para llegar lejos hay que rebajarse y humillarse de esa forma, y la que nos recuerda que lo que ahí pasó no es un hecho aislado, sino una práctica que muchas mujeres sufren en silencio. Y que es posible que a ella misma vaya a ocurrirle en otro trabajo.
Cuando la demanda de Gretchen Carlson sale a la luz, también irrumpen el miedo y el caos. La FOX se divide entre los leales por conveniencia y aquellos que prefieren callar para ver hacia donde se mueven los acontecimientos. Observen a cada uno luchando por sus propios intereses, presos de la incertidumbre y del miedo hacia el poder que representaba Ailes, un poder que podía aplastar sus carreras profesionales. En esas circunstancias el silencio, el no ponerse automáticamente del lado del todopoderoso jefe, se veía con sospecha, casi como una traición.
Esa es la parte más jugosa del filme, esa donde la contradicción moral era el valor imperante, ese “sálvese quien pueda” ante el “si yo me hundo, ustedes también”. ¿Vieron las declaraciones que las presentadoras daban por teléfono desde los camerinos de los estudios, negando que en esa empresa se usaran prácticas sexistas, mientras se iban poniendo fajas, vestidos apretados y tacones para salir al aire? La lealtad a su empleo –a su statu quo duramente luchado y ganado- las hacía ser desleales con ellas mismas, sin que para ellas eso representase dilema alguno.
Ahí en ese estado de las cosas sí que era difícil hablar, denunciar, apoyar desde adentro a quien se atrevió a alzar la voz. La película honra a quienes tuvieron la valentía para hacerlo, porque si no lo hacían era perpetuar un patrón de conducta tan cómplicemente tolerado, como condenable. Resaltar ese valor civil es el propósito de esta película, un ejercicio de dignidad personal en medio de las condiciones más adversas imaginables para un periodista: todo lo que dijeran podía irse súbitamente en su contra y aparecer como noticia en horario prime time de la televisión nacional esa misma noche. Como para ponerse a temblar.
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