El fantasma enclaustrado: A Ghost Story, de David Lowery
“Al inclinarse, su luz levanta mis párpados. «¡A salvo! ¡A salvo! ¡A salvo!», late enloquecido el pulso de la casa. Me despierto y grito: «¿Es esto vuestro tesoro enterrado? La luz en el corazón.»”
-Virginia Woolf, La casa encantada
El cuarto largometraje de David Lowery, A Ghost Story (2017), escrito también por él, es un relato sobrenatural que no pretende asustar a nadie, pese a estar protagonizado por un fantasma, uno representado por una figura cubierta con una sábana blanca y dos agujeros negros para los ojos, agujeros detrás de los cuales hay vacío y no cuencas. Se antoja una representación que apela al simbolismo infantil y popular de lo que es un espectro, y aunque una sábana con dos agujeros también ocultaba la identidad de los fanáticos del Ku Klux Klan no hay alusiones políticas en la decisión de Lowery en mostrar de este modo al protagonista de esta historia.
Obviamente alguien tiene que morir para que un fantasma aparezca y esto ocurre en los primeros minutos del filme. Una joven pareja (Casey Affleck y Rooney Mara) que vive en una casa donde hay ruidos y crujidos nocturnos se ve de repente fracturada: uno de los dos fallece repentinamente. El fantasma se levanta de la camilla del hospital y se va para la casa a observar a su pareja aún viva. Pero esto no es Ghost, la sombra del amor (Ghost, 1990), el fantasma de A Ghost Story no va a ponerse en contacto con los vivos ni puede impedir que algo le pase a M. (no sabemos sino la inicial de su nombre). De su presencia solo sabrán lo vivos de la forma “convencional” en que un fantasma se comporta: tirando libros al suelo, haciendo titilar las luces, poniendo a flotar vasos o arrojando los platos contra las paredes cuando está alterado.
Tampoco esta es una historia sobre el duelo y dolor de una pérdida. La cámara estática de Andrew Droz Palermo parece también haber fijado las emociones de los protagonistas. Hay un momento en que M. –tras haber muerto recientemente su pareja- regresa a casa para encontrar que una amiga le ha dejado de regalo un pie. Se sienta en el suelo a comer un trozo mientras el fantasma observa. Come con hambre, con angustia, con tristeza, hay lágrimas en sus mejillas y luego la necesidad de deshacerse rápidamente de todo lo que comió, con arrepentimiento y dolor. Un solo plano para decirlo todo. De su duelo no sabremos más.
Desde el principio nos damos cuenta que a lo que Lowery le interesa es el paso del tiempo. Considerando la perspectiva fantasmal, el tiempo es una ilusión, un movimiento incluso circular. Los días, meses y años son un parpadeo que él se limita a observar, pues es el fantasma de ese lugar, no está destinado a perseguir a M. Es más, M. se muda de casa y el fantasma sigue ahí, esa es su querencia. No sabemos qué piensa, más allá de que le moleste que M. salga con alguien o que unos niños hagan ruido. Se comunica sin palabras audibles con un fantasma de una casa vecina, pero no hay más comunicación entre ellos. El fantasma es un espectador eterno, los humanos somos un instante.
Hay en A Ghost Story una reflexión sobre la futilidad de los actos y las obras humanas que evoca al Ozymandias de Shelley:
Conocí a un viajero de un antiguo país
que dijo: «dos enormes piernas de piedra
se yerguen sin su tronco en el desierto;
junto a ellas, en la arena, semihundido
descansa un rostro hecho pedazos, cuyo ceño fruncido
y mueca en la boca, y desdén de frío dominio,
cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones
que todavía sobreviven, grabadas en la piedra inerte,
a la mano que se mofó de ellas y al corazón que las alimentó.
Y en el pedestal se leen estas palabras:
“Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!”
No queda nada a su lado. Alrededor de las ruinas
de ese colosal naufragio, infinitas y desnudas
se extienden las solitarias y llanas arenas.
Nada va a quedar de nosotros, quizá acaso el recuerdo –agradecido y temporal- de algunos. Todos vamos a morir, todos seremos fantasmas, nos recuerda este filme en sus intenciones reflexivas, místicas y existenciales (o de la no existencia, considerando su protagonista). No deja de ser satisfactorio que ante un tema como este, David Lowery haya decidido acercarse a la orilla inquietante de Terrence Malick y no al rincón facilista de M. Night Shyamalan.
No hay grandes dramas en A Ghost Story diferentes al de nuestra fugacidad. Un pequeño papel con un mensaje que M. deja en una hendidura en el marco de madera de un salón de la casa y que el fantasma -con dificultad- intenta recuperar varias veces podría ser la respuesta a todas nuestras preguntas sobre este filme, pero por fortuna no pasa de ser un MacGuffin a lo Hitchcock. ¿Quieren saber que decía? ¿Leyeron el epígrafe de este texto? Es posible que haya una pista ahí. O quizá no.