El fondo del abismo: Sandra, de Luchino Visconti
Hay un parlamento en Sandra (Vaghe stelle dell’Orsa…, 1965) que vale la pena recordar: “Solo es una impresión, sabes. La vida de provincia es igual en todas partes, con sus pasiones desenfrenadas que parecen imposibles cuando estás lejos. Pero que vuelven a aparecer enseguida, en el mismo momento de tu regreso, aunque fuese al cabo de cien años”, le dice Gianni a su cuñado Andrew como si fuera una profecía, como si supiera lo que va a volver a ocurrir con el regreso a casa de Sandra, su hermana.
Andrew y Sandra se casaron el año anterior y viven en Ginebra, Suiza. Ahora regresan a Volterra, el pueblo natal de ella, en plena Toscana italiana. Vuelven porque Sandra y Gianni han donado a la municipalidad parte del jardín de su palacete familiar para erigir allí un monumento a su padre, muerto por los nazis en el campo de concentración de Auschwitz en 1944. Se trata –aparentemente- de una visita para formalizar la donación y descubrir el busto y la placa que recuerdan a ese padre judío asesinado. Pero ese regreso de Sandra (interpretada por Claudia Cardinale) a su pueblo y a su antigua casa va a ser ante todo un regreso a un pasado que ella pensaba que no iba a poder atraparla y sacudirla de nuevo.
Visconti –junto a los coguionistas Suso Cecchi D’Amico y Enrico Medioli- han creado el peor de los infiernos personales para esta joven mujer. El infierno de las cuentas pendientes con su propia vida y con sus actos pretéritos, cuyas penumbras van a alcanzarla para recordarle que hay cosas que nunca caducan, que hay pasiones secretas que jamás se apagan y dolores que no son susceptibles de calmar.
Todo empieza por el “Preludio, Coral y Fuga“, del compositor belga Cesar Franck, que Sandra escucha al piano en una recepción que ofrece en su mansión en Ginebra. Su rostro se transfigura al oírla. La seguridad de su nuevo hogar y los kilómetros que la separan de Italia tambalean cuando su memoria empieza a recordar lo que esa melodía significa. Por lo menos una docena de veces utiliza Visconti esta obra musical de Franck en el filme –de manera diegética o no- para simbolizar el aterrador peso del pasado y el influjo que aún tiene sobre su vida. Ese “Preludio, Coral y Fuga“ era parte del repertorio de Corinna, la madre de Sandra, una afamada concertista de piano que ahora está confinada a una casa de reposo para pacientes psiquiátricos. Sandra la visita y ella toca la pieza de Franck al piano como una forma de vengarse de su hija, de decirle cuanto la culpa por haber afectado su salud mental con sus actos. Y relacionándola con su padre muerto le dice “también tienes sangre judía como él. Eres una viciosa como él. Vicios seguros, prudentes, sucios… ¡vicios secretos!”.
Durante la producción de Sandra, Visconti declaraba que su película “Está en la misma línea de estos thrillers en la que todas las cosas parecen muy claras al principio y muy oscuras al final, como siempre ocurre cuando la gente intenta la difícil tarea de comprender sus propias reacciones, sintiendo la absoluta seguridad que no tienen nada que aprender para terminar cara a cara con agónicos problemas existenciales” (1). Esas duras palabras de la madre de Sandra son el primer indicio de que lo que Visconti anotaba es cierto, la película en un primer visionado parece muy sencilla y clara, pero si uno la vuelve a ver descubre que desde el principio hay señales de alerta que no habíamos captado. Observen cuando Gianni y Sandra se encuentran por primera vez esa noche en el patio, miren la intimidad entre ambos, su lenguaje corporal habla por sí solo. Hay un nexo cómplice entre esos hermanos que supera lo fraterno.
Esa sombra del supuesto incesto pasa por encima de toda la película. Ese es el desencadenante de la crisis mental de la madre de ambos y de la disputa que hay entre el abogado Gilardini y los dos hermanos, pues además de ser el albacea de la fortuna familiar es su padrastro. Sandra lo acusa de haberse aliado con su madre para deshacerse de su padre, él los acusa del escándalo familiar que representó el incesto entre ellos. Para complicar las cosas, Gianni (interpretado por Jean Sorel) está escribiendo un libro, una supuesta obra de ficción inspirado en su infancia y adolescencia, en la que relata detalladamente la relación con su hermana. El texto se titula Vaghe stelle dell’Orsa, tal como el poema “Los recuerdos”, de Giacomo Leopardi, escrito en 1829 y que dice:
Vagas estrellas de la Osa, nunca
creí volver al hábito de veros
en el jardín paterno relucientes,
y platicaros desde las ventanas
de este casón donde viví muchacho,
y vi el final de toda mi alegría.
¡Cuánta imagen y cuánta fantasía
creó en mi mente un tiempo vuestra vista
y de las luces compañeras vuestras!
Lo que Sandra lee del manuscrito la sorprende y la aterra. Su hermano es un hombre que no conoce límites en su obsesión por ella y este texto va a acabar de hundirlos. Gianni le dice: “Aunque tengas miedo de la soledad y del imprevisto regreso, del recuerdo, del sonido de una voz, de un color. He querido guardar todas estas sensaciones en una fábula. Pero el niño que sabía probar la pasión de un adulto se ha convertido en un adulto, incapaz de encontrar la inocencia de otro tiempo”. Pese a todo, Sandra es incapaz de rechazarlo, de resistirse. La bella Claudia Cardinale interpreta a una mujer incapaz de entender que debe hacer, confundida y sin respuestas claras. El pasado la turba y la seduce, el futuro –representado en su marido norteamericano- la llama, pero ella no sabe qué hacer. ¿Continuará hundiéndose en el abismo endogámico del pasado o cerrará por fin un ciclo vital malsano y se decidirá a mirar hacia el futuro? “La obsesión de este film es la familia, con su equilibrio de odios, resentimientos y sospechas, en un círculo atormentado que no tiene fin” (2), escribe la biógrafa de Visconti, Gaia Servadio.
Actualización de la Electra de Sófocles, Sandra surge de la oferta de Franco Cristaldi de producir el siguiente filme de Visconti si Claudia Cardinale lo estelariza. Ya ella había estado a sus órdenes en Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, 1960) y en El gatopardo (Il gatopardo, 1963), así que la conocía bien. Sandra se rodó en blanco y negro, con una estética seca que aprovechaba enormemente el claroscuro y abusaba de unos zooms que estaban en boga en esos tiempos, cortesía de Armando Nannuzzi, el director de cinematografía. La estética –y el tema- del filme lo acercan a otro largometraje italiano de la misma época, Las manos en los bolsillos (I pugni in tasca, 1965), el logradísimo debut de Marco Bellocchio. Al guion Visconti le añadió su toque personal: el “Preludio, Coral y Fuga“, de Franck, era el mismo que su madre –Carla Erba- solía tocar. Además el personaje de Gilardini, el abogado y segundo esposo de la madre de Sandra, está inspirado en uno de los amantes de Carla, también abogado. Visconti se sintió muy a gusto durante el rodaje en Volterra y compró allí una villa renacentista que hizo restaurar.
El tema del Holocausto como destino del padre de Sandra y Gianni permanece solo como algo lateral a esta cinta. Como siempre, a Visconti le interesa más el entramado familiar disfuncional, las telarañas que todos quieren ocultar pero que señalan la ruina moral de sus integrantes. Sandra tiene el pulso operático y trágico de su creador, exhibido ya con un oficio y una madurez que le permitieron ganar por primera vez en 1965 el León de Oro del Festival de Venecia. Ya iba siendo hora.
Referencias:
1. Henry Bacon, Visconti, Explorations of Beauty and Decay. Cambridge University Press, 2008. Pág. 120
2. Gaia Servadio, Luchino Visconti, biografía. Torres de Papel, Barcelona. 1ª Ed., 2014. Pág. 236
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