El futuro nos contempla: Los niños del hombre, de Alfonso Cuarón
Soñar un mundo que sea una consecuencia de lo que somos hoy y expresarlo no en términos de avances tecnológicos, sino de empeoramiento de la paranoia política y de la brecha social. ¿Qué tan lejos estamos de ese 2027 que Alfonso Cuarón imaginó para nosotros en Los niños del hombre (Children of Men, 2006)? Probablemente más cerca de lo que quisiéramos estar. A diferencia de otras películas de ciencia ficción -recuérdese para no ir muy lejos a Blade Runner (1982), ambientado en el 2019- en las que los guionistas, los fotógrafos y los especialistas en efectos especiales dejan volar la imaginación a extremos a todas luces febriles, los responsables de este filme simplemente hicieron más agudas las diversas dolencias que ahora padecemos en el mundo y las prolongaron en el tiempo, para desembocar en un futuro cercano peligrosamente probable, espantosamente factible, aterradoramente peligroso.
Es, no vamos a negarlo, una mirada pesimista, pero no por ello menos lúcida. Haciendo realidad las pesadillas de analistas políticos, sociólogos y ecologistas, Cuarón nos plantea un mundo al borde del derrumbe global, donde sólo Inglaterra sigue en pie. Grupos ilegales se alzan con violencia contra el gobierno de derechas, buscando la restitución de las libertades civiles. El terrorismo y la subsiguiente represión oficial se suceden sin tregua. La gente en la calle se mueve con desconfianza, con temor de una bomba, de un secuestro, de una detención inesperada. ¡Ah!, y hace dieciocho años no nace nadie en el mundo, infertilidad generalizada que se ve como un castigo divino a aquellos que no supieron vivir en el paraíso que les dieron. El día en que se inicia la narración del filme ha caído asesinado el habitante mas joven del planeta. Hay tristeza y una gran desesperanza en los rostros de todos.
Ese es el panorama absolutamente gris de este filme, construido –a nuestro pesar- con retazos de lo que somos hoy. Cuarón quiere darnos una lección y lo logra: lo que vemos nos asusta. Pero antes que pretender una moraleja, a lo que este director mexicano quiere que apelemos es a la fe. Un antiguo activista político, Theodore Faron (Clive Owen), recibe de su exesposa, la misión de escoltar y sacar del país a una mujer, Kee, que porta una preciosa carga. El resto del metraje es la difícil travesía de ambos por una Inglaterra plagada de peligros, traiciones y combates entre el ejército y los grupos subversivos. Theo y Kee saben que su misión es ante todo simbólica, que lo que hacen puede llevar un poco de consuelo a las almas sin paz que han perdido cualquier interés en la vida. Por eso aunque la película concluye con un sabor agridulce, sabemos que ha valido la pena tanto sacrificio y haber sido testigos de tanto dolor. Al final la vida se impone, pese a todo.
La dupla Alfonso Cuarón & Emmanuel Lubezki lo ha hecho otra vez: el director y su cinematografista, trabajando juntos por quinta ocasión, están demostrando que su asociación es una de las más fructíferas y admiradas del cine de hoy. Vienen de México y han demostrado que son capaces de introducirse debajo de la propia piel de Hollywood y desde allí comprobar que, utilizando las mismas armas de la industria, son capaces de hacer el mismo cine e incluso uno mejor aún. Se suman en este propósito al guionista Guillermo Arriaga y a los directores Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu, puntas de lanza de esta conquista al revés de la que nos podemos sentir muy orgullosos. ¿Su secreto? Talento e inteligencia.
Publicado en la revista Arcadia no. 16 (Bogotá, enero/2007), pág. 44
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