El héroe incompleto: Salvatore Giuliano, de Francesco Rosi
El abogado que está defendiendo a la pandilla -los picciotti- del difunto bandolero siciliano Salvatore Giuliano en la película homónima de Francesco Rosi, hace un alegato final antes de que se dicte sentencia. En ese momento afirma que: “Portella della Ginestra no es más que un episodio que ha generado toneladas de tinta y de publicidad, pero después de una minuciosa investigación judicial, después de largos meses de proceso, nadie ha comprendido la verdadera naturaleza de aquel suceso trágico. Porque, Su Señoría, para comprender cómo un ladrón puede convertirse en gran elector y, mediante sus gestas, asustar a los miembros del gobierno y del parlamento, debemos antes tener valor para exponer la triste vida de la miseria, de la ignorancia, del feudalismo soportado por esta pobre gente, las múltiples formas de manipulación política, la cara de la mafia. Antes debemos tener valor para exponer todo esto”.
Ese abogado se está refiriendo a la masacre que ocurrió en Portella della Ginestra, en Sicilia, cuando el 1 de mayo de 1947 los hombres de Salvatore Giuliano asesinaron a 11 personas e hirieron a 33. Las víctimas pertenecían al partido comunista –aunque también había mujeres y niños- y estaban reunidas ahí para conmemorar el día del trabajo y el triunfo que habían obtenido en las elecciones para la asamblea constituyente de la región autónoma de Sicilia. Salvatore Giuliano era un líder separatista, el brazo armado de los políticos que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial buscaban la independencia de Sicilia, abandonada por el gobierno Italiano. La lucha de Giuliano era contra la policía y el ejército italianos, de ahí que pareciera incomprensible que ordenara atacar a su propio pueblo.
Esas palabras del abogado –que no sé si se basan en registros históricos o son virtud de los coguionistas (entre ellos Franco Solinas y Suso Cecchi D’Amico) y del director Rosi– resumen además el credo de este filme, sus intenciones de brindar una explicación que le pueda hacer justicia a la figura de Giuliano, bien sea justificándolo o desacralizándolo, y a los hechos de esa nefasto 1 de mayo. La película Salvatore Giuliano (1962) es entonces la historia –contada en forma semi documental, empleando actores naturales, utilizando locaciones reales y con un narrador, el propio Rosi, que contextualiza los hechos- de la insurrección armada que promovió este hombre y de las contradicciones que terminaron aliándolo con el ejército y la mafia, una trinidad indivisible como la llamara Gaspare Pisciotta, uno de los lugartenientes de Giuliano y que fue uno de los procesados por ese crimen.
El propio líder de la banda no se encontraba en los estrados judiciales junto a sus compañeros. En la primera escena del filme lo vemos boca abajo, con disparos en su cuerpo: Giuliano fue asesinado el 5 de julio de 1950, a los 27 años de edad. Al empezar con su muerte, la película se estructura como un elaborado y complejo flashback que va a reconstruir sus andanzas por boca de los que lo conocieron. Sin embargo, volveremos una y otra vez al momento del levantamiento del cadáver, a su féretro, a su madre llorándolo. Después el relato lo dejará atrás, para concentrarse en el juicio de sus hombres. Tanto en su muerte como en la masacre de Portella della Ginestra hay dudas sobre los autores materiales e intelectuales y Francesco Rosi se esmera en mostrarnos las posibles teorías que se han manejado al respecto.
Sin embargo el propósito de su Salvatore Giuliano es político. Rosi quiere denunciar el modo en que Giuliano fue explotado (“a los limones primero los exprimen y luego los tiran”, afirma un abogado en la película) y su beligerancia aprovechada por los terratenientes, los monárquicos, las fuerzas de derecha, la mafia y el ejército. “Edificando sobre hechos históricos, cuya veracidad no podían negar ni los oponentes de la mirada izquierdista de Rosi, el director rechaza tanto la presentación documental y no comprometida de los hechos, como la narrativa completamente ficticia. Como él declara, «en mi opinión usted no puede inventar sino interpretar… Esto es lo importante para mí, la interpretación de los hechos». Para Rosi el cine comprometido social o políticamente debe brindar una inchiesta, una indagación de los lazos entre el pasado y la realidad del presente” (1), escribe Peter Bondanella en su libro A History of Italian Cinema.
Sabiendo además Rosi que Giuliano es ante todo un mito, se resiste a darle un rostro, una voz, una presencia física diferente a la que los medios habían difundido de él en los muchos retratos suyos que existían y que habían sido publicados en la prensa. Por eso lo vemos muerto, muy pocas veces vivo. Siempre es un fantasma, un hombre elusivo y escurridizo a quien solo oímos una sola vez y en medio de la penumbra. El director no podía ponerle a “Turiddu”, como le decían a Giuliano, palabras que no hubiera pronunciado, cosas que no hubiera dicho. Prefiere convertirlo en una sombra, en la leyenda que ya era. Además tampoco pretendía que el público de los años sesenta viera en él a un nuevo tipo de héroe: sin duda su figura le generaba dudas. Como explica John Dickie en su libro Cosa Nostra: Historia de la mafia siciliana, “El bandido aparece casi siempre de lejos, ataviado con un abrigo blanco, como si fuera una especie de hueco en el centro de la imagen, una pantalla vacía en la que cada uno de los otros personajes puede proyectar su propia versión de la historia. La verdad de Giuliano –sugiere Rosi- no está en la figura del propio bandido, sino en alguna parte del entramado de relaciones entre los bandidos, los campesinos, la policía, el ejército, los políticos y los medios de comunicación. Y en el centro del entramado se hallaba la mafia” (2).
Rosi quiere mostrarnos en su película que tan complejo es el armazón de relaciones de conveniencia que dan piso al poder de la mafia, como se alinean los poderes económicos, sociales y políticos que originan una organización como esa. Salvatore Giuliano y sus hombres fueron títeres cuyos hilos no eran nada invisibles, con la mafia convivían, de ella también se alimentaban. Y cuando el movimiento separatista perdió fuerza, fue más evidente que Giuliano y sus hombres se servían del poder de la mafia para poder seguir cometiendo sus fechorías, que incluían la extorsión y el secuestro.
Por eso el director prefiere ceñirse a los hechos –lo que implicó un previo trabajo archivistico y de investigación de documentos oficiales, notas de prensa, testimonios en el juicio, etc.- haciendo un cine que siendo ficción él llama “documentado”. Por eso rodó también en la propia Sicilia, utilizando solo dos actores profesionales (Frank Wolf y Salvo Randone) y tomando a los pobladores como extras, personas que habían sufrido por haber quedado en medio de las batallas entre Giuiliano y el ejercito, seres que perdieron familiares en Portella della Ginestra, que aún recordaban la zozobra y el horror de esos años. Con ellos construye el napolitano Rosi un potente lienzo de realismo social, un cuadro, sin embargo, incompleto. La verdad esquiva no le permite concluirlo.
Referencias:
1. Peter Bondanella, A History of Italian Cinema, Nueva York, Continuum, 2009, p. 223
2. John Dickie, Cosa Nostra: Historia de la mafia siciliana, Madrid, Debate, 2011, p. 234
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