Guiados por el mito: El hombre del Norte, de Robert Eggers
El tercer largometraje del realizador norteamericano Robert Eggers, El hombre del Norte (The Northman, 2022), es una prolongación a gran escala de los ejes temáticos que constituyeron sus dos filmes previos, La bruja (The Witch, 2015) y El faro (The Lighthouse, 2019). Su cine privilegia una mirada atávica, esa en la que la leyenda y el mito se constituyen en regidores del destino, esa donde existe la supremacía de la superstición y hay una dualidad paralela entre realidad y fantasía sobrenatural; todo esto bajo una luz violenta, excesivamente gráfica, y por ello a la vez tremendamente estremecedora. Si esos elementos lucen comerciales, Eggers se ha encargado de ponerles un empaque formal sólidamente independiente. La bruja está hablada en el inglés antiguo de los puritanos de la Nueva Inglaterra del siglo XVII y se inspira en leyendas de la época y en los juicios a las supuestas brujas; El faro, mientras tanto, posee la jerga marinera del siglo XIX. Además fue rodada en blanco y negro y en formato académico, y solo cuenta con dos personajes. Ambos son dramas cerrados sobre sí mismos, edificados sobre su propia paranoia.
Esas dos primeras películas tuvieron éxito en un nicho artístico preciso, el del terror y el thriller psicológico. Se trató de dos largometrajes espartanos en su producción, piezas de cámara tan pulidas como efectistas. Esas marcas autorales persisten en El hombre del Norte, pero lo que no hay que olvidar es que esta es una producción de entre 70 y 90 millones de dólares, mientras La bruja, que fue una película independiente, se hizo con 4 millones. Y que el estudio que contrató a Eggers para hacer este tercer filme tuvo derecho al corte final. Si uno abstrae lo que esas dos películas sugieren desde la perspectiva del cine de autor y solo deja los elementos más primarios, como violencia, carnalidad, rituales, sentidos exaltados, turbación espiritual, mitos fundacionales e impudicia, tiene claras las razones por las que se le confió esta historia a un director con una trayectoria que no era la del constructor de un infalible blockbuster.
Obviamente, si uno construye el guion de una historia como la de El hombre del Norte, considerando que empieza en la Escandinavia del año 895 después de Cristo, es indudable que todos esos elementos van a estar en primer plano, por encima incluso del relato en sí. Eggers se mueve con agilidad en esos terrenos y por eso el filme es crudo, visceral y tremendamente perturbador desde lo formal. Esta fue época feroz y como tal la describen Eggers y su coguionista, el poeta, novelista y dramaturgo islandés Sjón. Ambos hicieron una enorme investigación histórica, documentándose con expertos sobre un momento de la historia donde realidad y fantasía se fundían, y era imposible diferenciarlas. Las sagas nórdicas se nutrían de historias así de crueles, pero que en últimas –por lo menos ocurre así con la que describe el filme- se reducen a planteamientos dramáticos shakesperianos clásicos de codicia, traiciones y venganza entre los miembros de la corte de un rey necesariamente condenado a ser sucedido por la fuerza.
El “hombre del Norte” del título es un joven príncipe, Amleth, que ve morir violentamente a su padre y se va al exilio para volver convertido en un hombre (el actor Alexander Skarsgård) guiado exclusivamente por su sed de venganza, lo que lo lleva a simular ser un esclavo y así acercarse al asesino de su padre, el rey Fjölnir, que ahora reside modestamente en el exilio en una aldea de Islandia. Amleth, con ayuda de una esclava de origen eslavo –Olga (Anya Taylor-Joy)- va a hacer que Fjölnir y su corte se sientan en manos de lo sobrenatural, de una fuerza vengadora que no es de este mundo, a la usanza de La bruja. El de Amleth es un relato tradicional escandinavo, que va a derivar en el Hamlet de Shakespeare, y del que se sirve Eggers para construir una saga épica, que no deja a la imaginación ninguno de los posibles actos barbáricos cometidos por el príncipe para vengar la muerte de su padre, así su lucha se antoje estéril.
El cinematografista habitual del realizador, el californiano Jarin Blaschke, nominado al premio Óscar por El faro, hace acá un tour de force rodando con una sola cámara subjetiva, coreografiando unas escenas de batalla cuerpo a cuerpo de enorme complejidad espacial, comparables con las de Klimov en Ven y mira (Idi i smotri, 1985) y las de Kubrick en Nacido para matar (Full Metal Jacket, 1987). Secuencias así de bien realizadas y de briosas, así como aquellas donde se enlazan realidad y mito, no se compadecen con un guion excesivamente simple desde lo narrativo. Eggers reconoció que el proceso más difícil fue el de la post producción, pues los productores impusieron unos cambios que el director hubo de aceptar para hacer –son sus propias palabras- la “versión más entretenida” posible de El hombre del Norte.
La versión final que vemos es una película que no traiciona sus dos orígenes. Es una película de Robert Eggers, no cabe duda; pero también es hija del cine comercial con todo lo que eso implica. Ya supo este director lo que pasa cuando uno le vende el alma a un estudio: le dan el dinero que soñaba, pero le quitan la visión personal de su obra. Le pasó a Thomasin en La bruja al caer en manos de Lucifer. Ahora le pasó también a él. Hay lecciones que no se aprenden en cuerpo ajeno, desafortunadamente.
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