El imposible retorno a Manderley: Rebeca, de Alfred Hitchcock

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“Anoche soñé que regresaba a Manderley”… nos dice la voz de la segunda esposa de Maxim de Winter. Nos habla desde el presente en el que vive, y va a relatarnos a partir de ahí los motivos que hacen que para ella la mansión campestre llamada Manderley solo sea un recuerdo, un sueño. Mientras nos cuenta lo que soñó vemos en imágenes ese sueño, para descubrir una mansión abandonada, completamente en ruinas: “La luz de la luna, engañosa, me hizo ver luz en las ventanas. Pero una nube tapó la luna como una mano sombría. La ilusión se fue con ella. Era un caparazón abandonado, sin susurros del pasado. No podemos volver a Manderley”. No. Ya no.

A partir de ese sueño de la innominada protagonista de Rebeca (Rebecca, 1940) nos iremos junto a ella hacia el pasado, en un largo flashback que va a constituirse en la narración misma de la película. La joven mujer, interpretada por Joan Fontaine, es inicialmente la dama de compañía de una aristócrata de viaje por la Costa Azul. En Montecarlo va a conocer a un adinerado viudo, Maxim de Winter (Laurence Olivier), que termina prendado de ella –pese a sus disímiles orígenes, clase social e intereses- y desposándola casi sin que ella pueda reaccionar, como si fuera obligada a casarse con él. Manderley es la mansión en Inglaterra en la que ahora va a vivir. Rebeca es el relato de sus días como nueva regente de esa enorme y lujosa casa campestre.

Rebeca (Rebecca, 1940)

“Rebeca” es también el nombre de la primera esposa de Maxim, fallecida en un accidente marítimo hace un año. No hay fotos o pinturas que nos muestren a esa mujer, pero su recuerdo es perenne entre la servidumbre de la casa y entre todos aquellos con los que va a relacionarse la segunda esposa de Maxim. Ella deberá competir con un recuerdo que, más que eso, es una presencia viva que termina vampirizándola y hasta quitándole su propio nombre, del que nunca sabremos. A esta joven la hacen sentir inferior a su antecesora y al compararlas siempre resulta menos hermosa, menos inteligente y menos encantadora.

Las proporciones de la casa e incluso la estatura de los mayordomos no hacen sino empequeñecerla ante nuestros ojos, que lo único que ven es a una joven insegura, torpe y aparentemente incapaz de hacer olvidar a Rebeca y hacerse cargo de su matrimonio y de la casa. Como la perspectiva –el rango narrativo- es siempre el de ella, hay muchas cosas que ni esta mujer ni nosotros entendemos, quizá siendo el principal interrogante lo qué Maxim vio en ella que la hizo digna de convertirla en su segunda esposa, en una decisión que se antoja apresurada. Como si en vez de haberse casado, hubiera adquirido un saco de boxeo para descargar en él su frustración por la pérdida de Rebeca.

Rebeca (Rebecca, 1940)

Desde una perspectiva dramática, el tema de las motivaciones reales de los personajes es el aspecto más llamativo de Rebeca. La joven no tiene claro porque este hombre hosco y herido quiso casarse con ella; nosotros tampoco entendemos sus reacciones hacia ella, las cuales van del afecto romántico hasta la decepción, pasando por la intolerancia y el enojo. Hay una relación de dominio hacia su segunda esposa, a la que ella se somete obsecuente, como si no se mereciera algo diferente. Además en el plano doméstico, el ama de llaves, la señora Danvers (una magnífica Judith Anderson), resulta ser la principal promotora del legado de Rebeca, haciéndole la vida imposible a la joven, como si fuese una intrusa que le estorbara y a la que está decidida a eliminar. Esa obsesión de la señora Danvers por Rebeca también responde a unos motivos que a primera vista no son fáciles de determinar y que se manejaron con el tacto exigido por la censura de la época.

La película parece el tormento que una joven debe padecer por intentar ocupar el lugar de una mujer que, aunque fallecida, es intocable ante los ojos de todos. Su presencia en Manderley es en sí misma una afrenta: a su recuerdo, a su belleza, a su exquisitez. Está penetrando una casa que contiene un hechizo, uno que la suspendió en el pasado. Que Maxim de Winters vuelva casado con otra mujer es una burla a todo lo que Rebeca representó y por eso su nueva esposa merece ser castigada con el desprecio, con la ridiculización, con el desequilibrio mental, quizá con algo más radical que eso.

Rebeca (Rebecca, 1940)

La joven segunda esposa, con su ingenuidad, resignación y pasividad da la impresión de ir hacia la disolución, hacia el colapso psicológico. Todo parece corresponder a un plan malvado para que esa mujer pague con su vida su involuntario atrevimiento. La señora Danvers, Jack Favell el primo de Rebeca, la hermana de Maxim de Winters, él mismo con sus actitudes despectivas: todos se antojan confabulados para lograr que ella capitule y desaparezca, para que así –sacrificada la intrusa- Rebeca continúe siendo la dueña de Manderley, la muerte y la obsesión imponiéndose sobre los vivos, como en Vértigo (1958), como en Psicosis (Psycho, 1960).

Pero Rebeca contiene un giro narrativo inesperado –que no revelaré- que pone todo en otra perspectiva. Las actitudes que pensábamos motivadas por una razón, en realidad responden a algo diametralmente opuesto. A algo sorprendentemente opuesto. Y pareciera entonces empezar otra película, una en la que la segunda esposa de Maxim tiene por fin una certeza entre tanta incertidumbre. A ella va a aferrarse, por ella va a luchar, mientras otros ven derrumbarse la mitología mental que habían construido alrededor de Rebeca. Este segmento final de la película pone las cosas en su sitio y le devuelve a una joven la esperanza. Ya no depositada en Manderley, sino en el futuro. El hechizo del pasado se ha roto entre el fuego y las llamas.

Rebeca (Rebecca, 1940)

El público y la crítica acogieron con unanimidad este melodrama gótico soberbiamente interpretado por los actores bajo el comando de Hitchcock. Rebeca recibiría once nominaciones al premio Oscar y ganaría dos de esas estatuillas: mejor cinematografía en blanco y negro –para George Barnes- y mejor película, galardón que sería otorgado a su productor, David O. Selznick, como para que quedara claro a quién pertenecía esta cinta. Hitchcock fue nominado a mejor director, pero fue derrotado por John Ford en Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940). Sería la primera de las cinco nominaciones que tuvo en su carrera, sin obtener nunca un Oscar en este apartado.

Para Hitchcock, que apenas debutaba en los Estados Unidos con esta película, el éxito de Rebeca fue un gran aliciente para proseguir su carrera en el país, a donde llegó en marzo de 1939 bajo contrato con el todopoderoso David O. Selznick. El director y Selznick International Pictures habían firmado en julio de 1938 un acuerdo contractual para el rodaje en Hollywood de una película durante 20 semanas, a razón de $2.500 dólares semanales. No se sabía aún si el filme sería The Titanic o Rebeca. Este último título era el nombre de una novela de Daphne du Murier que apenas se publicó en agosto de ese mismo año. Un mes más tarde Selznick compró los derechos de la adaptación cinematográfica por $50.000 dólares. Desde Londres, Hitchcock empezó a trabajar en el guion de la película con la ayuda de su esposa Alma, su asistente Joan Harrison y el escritor Michael Hogan.

Rebeca (Rebecca, 1940)

Al instalarse Hitchcock con su familia en Los Ángeles a finales de marzo se encontró con que su proyecto no era una prioridad: Selznick estaba absorto con todo lo que implicaba culminar Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939). El 10 de abril de 1939 Hitchcock ingresó a la nómina de Selznick International Pictures y le hizo saber al productor que el borrador de guion ya estaba en proceso. Selznick asignó a Philip MacDonald para trabajar en ese argumento, que detallaba todas las escenas. A mediados del año, cuando estuvo listo, se lo envió a Selznick quien se lo devolvió declarándose “en shock y decepcionado más allá de las palabras” (1), rechazando prácticamente la propuesta completa y exigiendo fidelidad absoluta a la novela original.

El dramaturgo y guionista Robert E Sherwood es llamado por Selznick para revisar y reescribir el argumento, con la asistencia de Hitchcock y el propio productor. Mientras eso ocurría se hizo la selección del personaje protagonista masculino, que estaría en manos de Laurence Olivier. Para la elección de la protagonista, Selznick anunció un enorme casting nacional que se realizó entre mayo y agosto. Al final la elegida fue Joan Fontaine, la hermana menor de Olivia de Havilland. El 8 de septiembre se dio inicio al rodaje, exactamente una semana después de que la Alemania nazi invadiera Polonia y seis días después de que Inglaterra le declarara la guerra a Alemania: los ánimos eran sombríos en el plató, considerando además que la mayoría del reparto era de origen británico. A eso hay que sumar la inexperiencia y la inseguridad de Joan Fontaine, incrementadas por el hecho de que Laurence Olivier siempre quiso que ese papel fuera para Vivien Leigh, su enamorada en ese entonces.

Rebeca (Rebecca, 1940)

Los métodos de rodaje de Hitchcock, incluyendo “el montar en la cámara” (rodar solo los planos que vayan a ser utilizados), chocaron de frente con las intenciones controladoras de Selznick, un hombre que estaba acostumbrado a que todo se hiciera según su voluntad. Eso hizo que el rodaje no fuera sencillo pues ambos exhibieron su testarudez, pero también su disposición a que la película pudiera llevarse a buen término, pese a que en octubre el productor estuvo a punto de despedir al director. El rodaje terminó el 20 de noviembre de ese año, pero a partir de ese momento Selznick asumió el control de la postproducción. “Durante la semana previa a la navidad de 1939, Selznick trabajó tiempo completo en la edición de Rebeca y añadiendo la banda sonora escrita precipitadamente por Franz Waxman. (…) Selznick asumió la postproducción de manera responsable. Él no solo montó las retomas sino que además regrabó gran parte de los diálogos para corregir problemas técnicos” (2). Hitchcock nada pudo hacer, pues Selznick lo había “arrendado” al productor independiente Walter Wanger por $5.000 dólares semanales para hacer lo que se convertiría en Corresponsal extranjero (Foreign Correspondent, 1940).

Rebeca (Rebecca, 1940)

Sin embargo, para un hombre tan poderoso como Selznick el trabajar con el indómito Hitchcock fue de alguna forma una derrota. Escribía David Thomson que “la lección que se aprendía al trabajar con Hitchcock era que no importaba lo que el productor se involucrara en la película, porque había unos secretos profesionales, de matices y significado, que tan solo controlaba el director. Fue una guerra de la que David [Selznick] salió no solo vencido, sino también desmoralizado” (3). Pese a eso ambos renovaron su contrato en junio de 1940: Hitchcock recibiría $2.750 dólares a la semana y una bonificación de $15.000 dólares si hacía dos películas en un año. A las dos partes les interesaba el trato: Selznick “arrendaría” su importación británica y Hitchcock se apuntalaría con mayor seguridad en Hollywood.

Laurence Olivier, Joan Fontaine y Alfred Hitchcock durante el rodaje de Rebeca (Rebecca, 1940)

Todo empezó con Rebeca. Truffaut en sus entrevistas con Hitchcock le preguntó si estaba satisfecho con el filme. Y este respondió: “No es una película de Hitchcock. Es una especie de cuento” (4). Como resume el biógrafo Donald Spoto, “Juntos, productor y director, consiguieron dar vida a una prolija y complicada historia que parecía tener tres finales, y crearon un ambiente de palpable terror partiendo de la idea de que alguien muerto puede seguir interviniendo y controlando el destino de otros” (5). Las semillas de su obra norteamericana estaban sembradas desde ya. Y en tierra fértil.

Referencias:
1. Donald Spoto, The dark side of genius: the life of Alfred Hitchcock, 9a reimpresión, New York, Ballantine Books, 1993, p. 219

2. Leonard J. Leff, Hitchcock and Selznick: The Rich and Strange Collaboration of Alfred Hitchcock and David O. Selznick in Hollywood, New York, Weidenfeld & Nicolson, 1987, p. 79

3. David Thomson, Showman: the life of David O. Selznick, New York, Knopf, 1992, p. 330

4. François Truffaut, Hitchcock/Truffaut: edición definitiva, Madrid, Ediciones Akal, 1991, p. 103

5. Donald Spoto, Las damas de Hitchcock, Barcelona, Lumen, 2008, pp. 128-129

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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