La historia aconteciendo: El intenso ahora, de João Moreira Salles
“No siempre sabemos lo que estamos filmando” nos advierte en portugués la sugestiva voz de João Moreira Salles, director, guionista y narrador de El intenso ahora (No Intenso Agora, 2017), un notable y sensible ensayo visual sobre el tiempo, los recuerdos y los acontecimientos que marcaron a toda una generación: la que vivió el mayo de 1968. La frase que pronuncia Moreira Salles -enunciada en los primeros minutos de la película- hace referencia a otro tema de este filme: la capacidad de evocación de las imágenes, por anodinas y casuales que parezcan. A veces una fotografía o unos minutos de metraje casero, observados por el filtro del tiempo, se vuelven testigos de la historia, paradigmas de conductas sociales, constancia de valores ya reconsiderados.
Moreira Salles tenía solo seis años de edad en esos momentos, pero su familia vivía en París desde 1964 y tuvieron que atestiguar –y supongo que padecer- lo que en esa ciudad se fraguó en esa primavera de 1968. El director no pretende recordar él mismo lo que allí pasó, pero sí le llama la atención que su madre, que en 1966 visitó la China de Mao durante un mes, e hizo un hermoso registro visual y escrito de sus impresiones, no dejara nada filmado de su vivencia en París en esa época de enorme agitación social.
El director llena esos huecos de su memoria familiar recurriendo a un valioso material de archivo: documentales, noticieros, películas profesionales y de aficionados, discursos televisivos, fotografías, emisiones radiales. Con todo eso reconstruye lo que se vivió ese año en París, Praga y Río de Janeiro, un 1968 que se constituyó para muchos exactamente en el nombre de este filme: un ahora tan avasallante que no permitía pensar en un mañana para el que no había un plan B. Todo era presente, el futuro había que inventarlo.
Pero João Moreira Salles no se dedicó solo a editar material ajeno para hacer su crónica de esos días, lo más enriquecedor y llamativo de El intenso ahora es la interpretación que él hace de esas imágenes, el significado que les da, el simbolismo con que las reviste. En una escena aparentemente casual, rodada espontáneamente, él ve signos de desigualdad social, racial o de género; en un gesto de uno de los personajes, él logra descubrir un significado que a primera vista se nos había escapado; en un arco de movimiento èl reconoce una metáfora de rebeldía. Una cosa es lo que una imagen es y otra cosa es lo que representa.
Es indudable que pasó largas jornadas estudiando esos registros visuales, no solo para darles un orden y una narrativa que fuera capaz –sin perder la fluidez- de ir hasta una París en llamas y regresar a la China que su madre visitó para de ahí ir a la invasión de Praga, sino además para extraer de ellos lo que no es evidente, lo que esos comportamientos individuales o colectivos tienen de crítica social, manifestación política o resignación pública. Sus palabras, de lenta cadencia y poética prosa, acompañan a esas imágenes y descubren para nosotros ese subtexto invisible, pero a la vez tan revelador. La historia estaba sucediendo delante de todos ellos: ese presente iba a trascender.
El intenso ahora funciona perfectamente como crónica subjetiva –por momentos aguda y decepcionada- de una época que fue entre caótica, utópica, agitada, improvisada, irreflexiva, alegre y surrealista, pero tiene el valor adicional de reflexionar sobre lo que representa vivir tan de prisa que no sea uno capaz de procesar o sedimentar cada sensación, percepción o acto, quedando al final un enorme vacío, un malestar colectivo al que el presidente De Gaulle aludió en su discurso de fin de año de ese 1968 donde todo pudo pasar, pero realmente nada ocurrió.
El tiempo es, por supuesto, el otro protagonista de este filme. Moreira Salles rememora con evidente nostalgia a su madre a través de las grabaciones que ella hizo de sus viajes y momentos en familia, tratando también de ver en esas imágenes algo más allá de lo evidente, para volver de nuevo a ese viaje a la China comunista como ese momento de absoluta felicidad, sorpresa y pasmo para ella, maravillada por una sociedad por completo diferente a la francesa, y por un momento donde “todo parecía posible”.
Tratando de explicar lo que su madre experimentó, Moreira Salles cita al novelista noruego Per Petterson en su novela Yo maldigo el río del tiempo –que es la historia entre un hombre y su madre- para referirse a lo que el paso de los días, meses y años hace en nosotros: “el tiempo sin avisarme podía alcanzarme y correr debajo de mi piel como diminutos choques eléctricos sin que yo pudiera detenerlos, sin importar cuanto lo intentara. Y cuando ellos al fin cesan y todo se siente sereno, yo ya soy una persona diferente a la que había sido antes, y eso a veces me desespera”. Para los protagonistas del mayo del 68 en París y de la invasión rusa a Praga en agosto de ese año, el momento que vivieron fue tan vitalmente violento que cuando cesó y por fin se miraron no podían reconocerse. Eran otros, acaso más conformes, acaso más resignados, acaso con la sensación de haber vivido todo ya. No les quedaba nada después de ese intenso ahora.
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