El jarrón vacío: Las horas del verano, de Olivier Assayas
Quien ignora el valor de un jarrón elaborado por un artista pensará que se trata apenas de un objeto cuya presencia se justifica si está lleno de flores adornando un hogar. No se lo imaginaría vacío, en el escaparate de un museo, siendo admirado por aquellos interesados en la historia del arte.
Muchos objetos en la casa campestre que heredaron los tres hermanos de esta historia son obras de arte. Pero para ellos siempre han sido parte de sus recuerdos familiares, de su infancia común, de las horas veraniegas compartidas junto a sus padres ya ausentes. Ahora es el momento de pensar qué hacer con ellos: si conservarlos -sostener la tradición, perpetuar la historia- o vender algunos y otros donarlos a un museo. ¿Qué hacer, entonces? Sobre todo cuando no todos están de acuerdo en el destino de esas pinturas, jarrones, escritorios, paneles, acuarelas y demás cosas.
Se trata de la pregunta sobre la que gira -sin muchas estridencias- Las horas del verano (L’heure d’été, 2008), del director francés Olivier Assayas, un proyecto que surgió inicialmente de un encargo del Museo de Orsay, en París, a propósito de su vigésimo aniversario y que pretendía desarrollar cuatro cortometrajes que sirvieran de pretexto para homenajearlo. El proyecto se abandonó por problemas financieros, pero dos de los directores quisieron desarrollar la idea y realizar largometrajes autónomos. Además de Las horas del verano, de ahí surgió también El vuelo del globo rojo, del taiwanés Hou Hsiao-hsien.
Tras una trilogía de películas hechas bajo la premisa de una sociedad volcada a lo global -como lo fueron Demonlover, Clean y Boarding Gate-, Assayas regresa a una historia intimista y familiar, donde el peso de los afectos entra en consideración como algo válido, por encima de apegos a cosas materiales y a nostalgias de tiempos idos. En esto radica la discreta y a la vez notable fuerza de esta película. Muchos minutos esperamos que estos hermanos -Frédérick, Adrienne y Jérémie- entraran en una confrontación directa donde el egoísmo y la codicia fueran los primeros invitados. Pero no ocurre así, saben en el fondo que lo importante son los lazos fraternos que los unen y que eso está por encima de unos objetos de indudable valor económico y personal, pero que no pueden destruirlos como familia.
En el Museo de Orsay reposarán ahora los objetos familiares. Frédérick y su esposa visitan el hermoso sitio y encuentran lo que una vez estuvo lleno de historias y que ahora es patrimonio común. Ven un jarrón vacío. En el recuerdo llevan las flores que un día albergó.
Publicado en el periódico El Tiempo (25/06/09), pág. 1-20
©Casa Editorial El Tiempo, 2009