El muy difícil arte de ser mejor persona: Jack Goes Boating, de Philip Seymour Hoffman
Philip Seymour Hoffman solo realizó una película como director. He aquí la historia de su ópera prima.
“El Philip Seymour Hoffman que ganó un premio de la Academia por su vibrante interpretación como un Truman Capote de lengua ágil está irreconocible aquí. La primera vez que vemos a Jack acurrucado en capas de ropa de invierno, se ve como un pedazo de hombre grueso e impasible, animado solo por sus pies y sus piernas inquietas que traicionan su autoconciencia. Incluso sin siquiera sentimentalizar o sobreproteger su personaje, Hoffman descubre un toque luminoso de poeta en esta criatura aparentemente prosaica. La escena del drama que más nos transporta involucra a Jack, solo en el escenario, aspirando de un narguile y hablando a su manera en medio de las instrucciones para preparar chuletas de cerdo y papas gratinadas. Muéranse de la envidia Martha Stewart y Rachael Ray, nadie ha hecho alguna vez música más dulce de recitar una receta”, escribe el crítico teatral Ben Brantley el 19 de marzo de 2007 al comentar en The New York Times el estreno -en el Public Theater en el East Village neoyorquino- de la obra teatral Jack Goes Boating del dramaturgo Bob Glaudini, producida por la LAByrinth Theater Company bajo la dirección de Peter DuBois.
La obra estuvo en escena del 18 de marzo al 29 de abril del 2007. Además de Philip Seymour Hoffman actuaron John Ortiz, Daphne Rubin-Vega y Beth Cole, los cuatro como parte de LAByrinth, donde Hoffman y Ortiz eran los directores artísticos. Cuatro personajes, una obra teatral conocida de un dramaturgo amigo… no era difícil pensar que Hoffman podría ser convencido o él mismo interesarse en realizar una versión para cine de esta obra en la que se sentía tan cómodo, siguiendo la senda de mucho actores que han querido ensayar estar del otro lado de la cámara como Paul Newman, Marlon Brando o Jack Nicholson. Además el propio Glaudini haría el guion y tres de los personajes repetirían sus papeles. Solo Beth Cole sería reemplazada por Amy Ryan. El rodaje se llevó a cabo en febrero de 2009 y la cinta debutó en el Festival de Sundance en enero del año siguiente.
Jack Goes Boating es una película sobre un hombre tímido y solitario que trabaja como conductor en un servicio de limusinas en Nueva York. No tenemos ninguna información sobre su pasado ni obtendremos tampoco ninguna durante el filme. Solo sabemos de su gusto por el reggae, de sus carencias afectivas y de su falta de habilidades sociales. El filme empieza sin preámbulos: uno de los compañeros de trabajo, Clyde, le ha conseguido una cita con una mujer, Connie (Amy Ryan), que trabaja con su mujer. Así, una noche, Clyde, Lucy, Connie y Jack departen y conversan alrededor de una mesa. De Connie tampoco nada sabemos, solo que es algo torpe y rara. Ambos parecen llevarse bien. Son un par de seres poco convencionales y en esa extrañeza se reconocen y se encuentran. Jack parece el carnicero apocado y de buen corazón que Ernest Borgnine interpretara en Marty (1955), pero arrastrando algunos traumas propios del siglo XXI. No es, sin embargo, alguno de los personajes enfermizos y traumatizados que tanto gustaba de interpretar en el cine: hay mucha ternura en Jack. Sin duda el actor ha sentido compasión por él.
Jack decide conquistar a Connie superándose. Cambiando lo que no le gusta de él mismo y aprendiendo a hacer cosas nuevas, y en el camino convertirse en mejor persona. No se trata de un cambio superficial, de un nuevo traje que alguien se pone. Es una transformación de algunos de sus defectos y en esa tarea pone todo su empeño, de manera bastante conmovedora, pues Jack es un hombre que conoce sus limitaciones. Pero esta no es una película de autoayuda y de milagros, esto es un drama de seres imperfectos que no desean serlo tanto. La motivación que Jack nunca había tenido antes la encuentra en el amor de Connie, que ignora que ella es la musa que inspira a ese hombre para decidirse a ser mejor.
La película no se centra en ellos, esta es una cinta coral. Tan importante como esa pareja es la que constituyen Clyde (John Ortiz) y Lucy (Daphne Rubin-Vega), cuyo apartamento era el epicentro de la obra de teatro y que acá se reserva para todas las secuencias de clímax del filme. Ambos sufren de tedio conyugal, de celos, de remordimientos. No son el mejor ejemplo que Jack pueda tener de lo que le espera si progresa su relación con Connie, pero son sus mejores amigos y a ellos recurre siempre. Gracias a ambos está tomando las clases que necesita para superar sus debilidades. Pero lo que Jack parece no darse cuenta es que mientras él se ilusiona, Clyde y Lucy se desmoronan, carcomidos por dentro, derrumbados por el enorme peso que tienen los silencios, dudas y resentimientos de los que se han rodeado.
Jack Goes Boating parece una comedia de un hombre torpe que no le teme al ridículo, pero en realidad es un drama acerca de cuatro seres que arrastran diversos dolores y del modo en que los afrontan: con resignación, con rabia, con locura, con pasividad. Hay un espectro emocional muy grande aquí, pero el único que hace algo por y para sí mismo es Jack. Clyde y Lucy caminan conscientemente por un desfiladero afectivo y moral que terminará arrastrándolos como pareja. Al final Jack verá recompensados sus esfuerzos, independientemente de que las cosas con Connie prosperen o no. El cambio es todo suyo. Para mejorar su vida.
La ópera prima de Philip Seymour Hoffman es una película que no logra capturar al público mediante la identificación con los personajes. Sus protagonistas son distantes (es asombroso lo poco que sabremos de ellos al final del filme) y generan una incómoda sensación de “extrañeza” antes que empatía. Uno admira los esfuerzos de Jack por superarse y cambiar, y ya quisiera uno tener esa fuerza de voluntad, pero hay una dosis demasiado grande de patetismo en el personaje como para sentirlo entrañable e inolvidable, como ese Marty de la película de Delbert Mann (cuyo guion –y no es un detalle menor- lo escribió Paddy Chayefsky) que tantas ganas tiene de evocar en la conciencia cinéfila.
Es probable que con otro tipo de guion –quizá no originado en una obra teatral- hubieran brillado con más intensidad las habilidades de este hombre para estar al comando de una puesta en escena, pero quiso tomar una senda segura para empezar una probable carrera como director que, sin embargo, solo llegó hasta aquí. No sabremos nunca hacia donde nos habría conducido.
Publicado en el cuadernillo digital de la revista Kinetoscopio “Honores a Philip Seymour Hoffman, el actor total” (Medellín, 2014). Págs. 17-21
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2014