El niño salvaje: El niño de la bicicleta, de Jean-Pierre & Luc Dardenne
Veo de nuevo el afiche de El niño de la bicicleta (Le gamin au vélo, 2011), de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, y todavía me pregunto que pretendían con la imagen idílica de ese niño de camiseta roja, montando en bicicleta junto a una sonriente mujer, paseando ambos en un día de verano al lado de un amplio río de aguas tranquilas. ¿Querían ser irónicos? ¿Quisieron despistar al espectador que no sabe de su obra previa? ¿Es un ardid publicitario para ganar un público que imagina una historia tan festiva y tranquila como la imagen del cartel? ¿Supone esto una moraleja o final feliz?
La contundencia feroz de lo que ese espectador va a encontrar recién empiece la película va a hacer estallar cualquier idea de felicidad asociada al afiche, y lo va a enfrentar de nuevo con ese universo naturalista, pesimista y violento de los Dardenne, con sus retratos de niños y de jóvenes mal heridos, olvidados, abandonados a su suerte en medio de esa Europa –cada vez menos opulenta y más frágil- que se resiste a verlos.
Por sus películas –escojan la que quieran- han pasado el trabajo infantil, la prostitución, la drogadicción, la trata de blancas, los abusos físicos y morales, la delincuencia juvenil, la inmigración ilegal, la paternidad negada… de todos estos temas logran narraciones que buscan hacer visibles unos conflictos –y unos seres sobre todo- que yacerían en el anonimato de la problemática social de cualquier país, pero que en suelo europeo tienen que abochornar más: tanto que ya se han alzado dos veces con la Palma de oro en Cannes, y con El niño de la bicicleta ganaron el Gran Premio del Jurado del mismo Festival en 2011. ¿Ustedes se imaginan a los espectadores de la gala de sus películas en Cannes, de esmoquin ellos y traje largo ellas, cómodamente sentados en uno de los teatros de la Croisette, viendo sonrojados como una pareja deja abandonado en una calle a un bebe recién nacido, o cómo un adolescente es obligado a encubrir a su padre que tiene un negocio de trata de inmigrantes africanos? No les queda más remedio que premiarlos para lavar sus (malas) conciencias. ¿Y los Dardenne? felices, claro.
Pero, ¿Por qué? ¿Por poder enrostrarles esa realidad, o por los premios ganados? Si es por lo primero, uno anhelaría –sin embargo- que su cine fuera más propositivo y menos expositivo, que generara debate social, que fuera en este momento herramienta y no espejo (pienso con el deseo, obviamente: el cine es un arte y no una ciencia social). Y si es por lo segundo: su cine se antoja una pose que ya luce repetitiva y agotada. Quiero creer en el primer escenario para no decepcionarme de unos directores que le han apostado a unos asuntos que a pocos les importa relatar desde la ficción y que por lo general despachan hacia el documental.
A pesar de eso El niño de la bicicleta es una de sus películas menos claras. La historia de Cyril –abandonado por su padre- se siente tan obligadamente rabiosa, tan desesperada en sus ganas de abrumar antes que proponer, que pierde efectividad y sobre todo distancia. Pienso tanto en Truffaut –en los primeros tres minutos la película hace dos homenajes visuales evidentes a El niño salvaje y a Los cuatrocientos golpes– y en su abordaje tan auténtico y respetuoso a la niñez desposeída (él fue un niño así), sin necesidad de aspavientos, violencia incontrolable o falsos ritos de paso, que miro este filme y, con miedo y algo de pena, solo veo una pose forzada. Como la del afiche.
Publicado en la revista Arcadia No. 79 (Bogotá, abril-mayo/2012). Pág. 68
©Publicaciones Semana, 2012
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.