Kim Ki-duk, el retratista de las mentes heridas
Kim Ki-duk, (1960-2020), fue en un momento dado el director surcoreano más popular del cine contemporáneo. Parece un contrasentido, pues su filmografía era muy exigente con el público, pero dado su gran éxito en los festivales especializados, a los que sus cintas acudían con regularidad absoluta, su obra alcanzó una difusión mucho mayor que las de otros realizadores de su país. Ganador del premio al mejor director en el Festival de Cine de Berlín (Samaritan Girl, 2004) y en el de Venecia (Hierro 3, 2004), obtuvo el premio a la mejor película en la sección “Una cierta mirada” en Cannes (Arirang, 2011) y ganó el León de oro en Venecia con Pietà (2012). Hierro 3 también ganó el premio de la Fipresci en el 2005 y la espiga de oro en Valladolid.
Ki-Duk dirigió veinticuatro películas en veintitres años de actividad profesional. Estudió bellas artes en París entre 1990 y 1992 y en su país debutó primero como guionista y luego como director con Crocodile (1996). Su cuarto filme, La isla (2000) afrontó acusaciones de tortura animal y tuvo problemas de distribución en Occidente. Entre nosotros se hizo dar a conocer por Las estaciones de la vida (Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom, 2003), que ya era su noveno largometraje. Se trata de un filme que narra los episodios –divididos según las estaciones del año- de la vida de un monje coreano y su discípulo a medida que este último crece y periódicamente es sometido a pruebas –por su maestro, por la vida misma- que lo hacen reflexionar y crecer. Al final comprendemos que hemos asistido a un ciclo completo, en el que quien antes era discípulo ahora es maestro.
Hierro 3 o también conocida como El espíritu de la pasión es una de sus cintas más celebradas, y una de las que con más propiedad refleja su característico estilo narrativo y temático. Es el relato de un hombre que se dedica a invadir las casas ajenas y en ausencia de sus propietarios duerme y come ahí, para luego irse sin llevarse nada. Su curioso estilo de vida va a ver sacudido cuando en una de sus incursiones domésticas encuentra a una mujer sometida por su marido, con la que va a compartir soledades. Tae-suk, el protagonista, es un hombre marginado, que vive una existencia en el borde de lo criminal y del aislamiento social. Obviamente tiene también un trastorno mental producto (o causa) de esta situación. Y Kim Ki-duk se siente a gusto explorando –ayudado con sus puestas escenas lúgubres y pesimistas- esos terrenos oscuros y resbaladizos de la mente humana, amén de la conexión mental que se establece entre seres que comparten ese tipo de patologías.
En el 2006 nos presentó Time, otra incursión en los recovecos de una mente enferma. Esta vez la de una mujer con una celotipia mayor que su baja autoestima, que la lleva a transformar su rostro –por cierto hermoso- buscando ser amada por su pareja. El disturbio siquiátrico de la protagonista es tal que automáticamente sentimos rechazo frente a sus actos. En Dream (2008) regresa el tema de la conexión mental –en ese caso onírica- entre dos personas. Este motivo volverá a explorarlo en Pietà, la muy polémica cinta por la que triunfó en Venecia. En este caso el lazo es entre un hijo psicópata y su madre, que lo abandonó al nacer y que ahora quiere recuperar el tiempo perdido sin importar lo que tenga que hacer para que su hijo la perdone. Pero este hombre, que muestra una crueldad insoportable, tiene una herida mental tan grande que es casi imposible obtener una muestra de cariño o de paz. Eso convierte a la película en una exhibición de actos sádicos de difícil digestión.
Su siguiente filme, Moebius (2013) fue censurado en Corea por sus contenidos “perjudiciales para la juventud” y la descripción de actos “inmorales y antisociales” ¿Su tema? El incesto. Su último trabajo, Dissolve (2019), rodado enKazajistán, trata de identidades contrastantes y el cambio entre las mismas entre dos mujeres de apariencia similar. Como ven Kim Ki-duk no estuvo nunca para cuentos de hadas.
Actualización de un texto publicado originalmente en el periódico El Espectador (Bogotá, 13/03/15), pag. 22
©El Espectador, 2015