El show debe continuar: Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz
“El comportamiento masculino es tan elemental. Adán al desnudo (All about Adam) podría hacerse como un cortometraje”
-J.L. Mankiewicz
Es un hecho conocido: Joseph L. Mankiewicz hacía cine teatral. “Su don sobresaliente y a la vez su principal fuente de frustración ha sido su habilidad de expresar la vida en términos teatrales”, escribía el crítico y ensayista Bernard F. Dick en su texto sobre este director. Privilegiando los diálogos sobre la acción, Mankiewicz desarrolló un estilo de hacer cine en el que las secuencias de la película parecen actos teatrales, pero donde la narración se desarrolla siempre en términos estrictamente cinematográficos. En 1950 tuvo la oportunidad de hacer un filme precisamente sobre el teatro y sus entretelas, para lo cual su tipo de cine encajaba de manera perfecta. Sin embargo, queremos imaginar que utilizó ese filme para algo más.
Con Eva al desnudo (All about Eve, 1950), Mankiewicz quería reflejar tanto el mundo del teatro como el del cine, pero prefirió no atacar tan directamente este último, sino disimular sus intenciones de denuncia. Veamos como lo logró: tal como en el cine, tenemos aquí a las actrices, al guionista, al director, al productor y al crítico profesional. No falta nadie, a excepción de la cámara filmando. Por lo demás, todo lo que se dice en este filme alude indirectamente al cine. Incluso Eva al desnudo no es una pieza teatral adaptada a la pantalla, es un guión original escrito para cine, pensando en el medio fílmico. Queremos pensar que el director y guionista Mankiewicz solicita, entonces, al público cerrar los ojos, abrir la mente e imaginar que lo que se está contando no es tan sólo acerca de Broadway, sino también acerca de Hollywood. El filme cobra así mayor sentido y todos sus punzantes dardos dan por fin en el blanco.
Obviamente hay algo en contra de esta suposición. Mankiewicz se inspiró en un relato, The Wisdom of Eve, publicado por Mary Orr en las páginas de International Cosmopolitan Magazine en mayo de 1946. La actriz Elisabeth Bergner (conocida como “La Garbo del escenario”) le había relatado a Orr acerca de una fanática que intentó insinuársele y entrometerse en su vida. La base -entonces- es teatral, pero de esta fuente Mankiewicz sólo tomó el tono cínico, mientras el diálogo y la mayoría de los personajes son de su autoría. Ahí entra a jugar la trayectoria previa de este hombre, que no se hizo en el teatro sino en el cine, desde sus inicios berlineses como traductor de intertítulos de las películas de la UFA; pasando por su labor como guionista en la Paramount y productor en la MGM, para terminar en la Fox, produciendo y coescribiendo Las llaves del reino (The Keys of the Kingdom, 1944). Empezó a dirigir con El castillo de Dragonwyck (Dragonwyck, 1946) y tres años después había ganado el Oscar a mejor director y mejor guionista con Carta a tres esposas (A Letter to Three Wives, 1949). Antes de Eva al desnudo, ya tenía acreditados por lo menos veinticinco guiones. Su mundo era el cine, ese era el medio que conocía bien. ¿Por qué no suponer entonces que ese fue el material -inflamable, por cierto- que nutrió a su filme?
Además de evitarle malentendidos y miles de explicaciones, situar la película exclusivamente en la trasescena teatral le permitió reducir el espacio en el que se desarrolla la cinta a unas pocas locaciones y poder así centrarse en lo que verdaderamente le interesaba: los elaborados diálogos del filme, que son una característica común en su cine. Esta es probablemente la película de Hollywood con los parlamentos más ingeniosos y agudos que la historia recuerde. La mordacidad y el humor negro se desatan furiosos en las afiladas palabras que Mankiewicz pone en boca de los protagonistas, capaces de decir lo peor sin utilizar un vocablo ofensivo o tan siquiera agresivo. Son seres intelectuales, privilegiados de la sociedad, de ahí que estas conversaciones se oigan perfectamente naturales para su formación y su cultura. Elaboraciones verbales que revolotean en la cabeza del espectador por largo rato y estallan con humor y fuerza cuando se aproxima la siguiente frase o apunte candente. El mérito del guionista consistió en desperdigarlos por todo el metraje y no centrarlos en pocos personajes, sino otorgarlos a todo aquel que en Eva al desnudo tuviera más de dos líneas de parlamento.
La historia se centra en una actriz madura, Margo Channig (Bette Davis) y cuatro personas de su grupo más cercano de amistades: Bill Sampson (Gary Merrill), director de teatro con quien sostiene una relación amorosa; el dramaturgo Lloyd Richards (Hugh Marlowe), su esposa Karen (Celeste Holm) y el productor Max Fabian (Gregory Ratoff), todos dibujados a la manera de estereotipos comunes tanto al teatro como al cine. A la vida de todos llega Eve Harrington (Anne Baxter) una admiradora de la carrera de Margo que esconde, tras su actitud sumisa y servicial, a una oportunista y arribista social que pretende ganarse la confianza de la actriz y luego -poco a poco- desplazarla de las tablas y reemplazarla en su romance con Bill. Eve tiene talento y está dispuesta a pasar por encima de quien sea con tal de conseguir el triunfo teatral que anhela y que -veremos desde el principio- logra obtener, pues la película se inicia durante la ceremonia de entrega de un importante premio que ella ha ganado.
Para relatarnos todo lo sucedido, Mankiewicz recurre a un testigo de primera mano, Addison De Witt (George Sanders), punzante crítico teatral -modelado según la imagen del afamado crítico norteamericano George Jean Nathan- que obrará como narrador casi omnisciente, una especie de conciencia cínica que será determinante en momentos claves del filme. Sanders repite el papel que había hecho para Mankiewicz en El fantasma y la señora Muir (The Ghost and Mrs. Muir, 1947), ampliándolo y volviéndolo más corrosivo. Habrá otros dos narradores -Karen y Margo- que intervendrán en momentos específicos del relato en los que Addison no estuvo presente. El marco narrativo consiste de un prólogo y un epílogo situados en el presente, en medio de los cuales se desarrolla un prolongado flashback que consta de cinco actos -división similar a la que Mankiewicz hará en Cleopatra (1963)- cada uno introducido por uno de los narradores, en un juego a tres voces no simultáneas que enriquece la historia y le da un tono intimista, de asunto relatado por sus propios protagonistas y no por seres ajenos, esquema formal al que recurriría de nuevo en La condesa descalza (The Barefoot Contessa, 1954).
Eva al desnudo describe, ante todo, la enorme lucha de poder que se da entre dos mujeres que se saben rivales: la actriz afamada y madura que ve amenazada su posición, no sólo por el inevitable paso de los años -que le impide interpretar papeles de mujer joven e inexperta- sino por una actriz novata y talentosa que va exigiendo su espacio; y esa misma actriz joven que puede y va hacer todo lo que se requiera para lograr el éxito. Entre las tres -si incluimos a Karen- va a desatarse una contienda, sutil al principio, pero luego por completo abierta, como sólo parece que las mujeres saben llevar a cabo con la debida propiedad (los hombres somos torpes, entre otras cosas, a este respecto): apelando a mentiras, intrigas, indirectas, golpes bajos y evidentes chantajes sentimentales. Todas en un momento dado interpretan un papel y se hacen las víctimas de las circunstancias mientras se agazapan para asestar un golpe aún mayor. Mankiewicz, con su mirada igualmente amarga, nos hace testigos de esta lucha antropófaga, en la que la mayoría de los mordiscos son, en realidad, palabras pronunciadas en el momento justo.
El director conocía el negocio del espectáculo desde adentro y sabía la red de intrigas que se tejían alrededor de la creación de una estrella en Hollywood. Eve y Margo no son otra cosa que la misma persona separada por años de experiencia. En unos años Eve será Margo y habrá otra con ganas e intenciones de sucederla, como el mismo epílogo de la película se encarga de mostrarnos. Es una ley natural, es la supervivencia del más fuerte y eso en términos de Hollywood (más que de Broadway, aunque las diferencias cada vez son menores) quiere decir presencia física, juventud, relaciones públicas, contactos, publicidad. Así era en ese entonces y así sigue siendo ahora. Mankiewicz pone ejemplos a lo largo del filme: no es sino ver a una futura starlet, encarnada en la muy joven Marilyn Monroe en su quinto rol en el cine, “graduada de la escuela de Copacabana de arte dramático” tratando de subir la escalera social (¿y sexual?) que la lleve lejos e impulse su carrera, donde el talento es secundario a su belleza (al incluirla en este filme, el director fue clarividente sobre lo que sería el futuro de esta actriz, que aquí, en las escasas escenas donde la vemos, nunca pasa inadvertida).
Esa poca importancia del talento como factor diferenciador, como verdadero motivo para el éxito, lo refleja también el director al negarse a mostrarnos en acción a ninguna de las dos actrices: cuando vemos a Margo en el escenario es agradeciendo los aplausos de un público que tampoco vemos, y a Eve nunca la observamos actuar, sólo oímos los comentarios favorables de los que la vieron. A Mankiewicz no le importa lo que ocurre en las tablas, sino detrás de ellas, lo que se cocina tras bambalinas. Lo que de actriz tienen lo vemos en su relación con los otros: el mejor papel que Eve jamás interpretó es el de la chica tímida y mansa que nunca fue en realidad. Para Mankiewicz todo entonces es teatro: “El teatro que proyectamos en la pantalla, el teatro que interpretamos en el escenario y el teatro de la vida cotidiana que encarna los conflictos y las relaciones entre hombres y mujeres que emiten ruidos inteligibles y no gruñidos”, decía.
Como la vida imita al arte, Bette Davis vivía una situación muy similar a la de Margo, su papel en esta película, y es muy curioso que el filme no haya sido escrito pensando en ella como protagonista, sino en Claudette Colbert, quien era la primera opción de Mankiewicz (el productor Darryl F. Zanuck quería a Marlene Dietrich). Antes del inicio del rodaje, la Colbert se lesionó la columna vertebral mientras filmaba Three Came Home (1950) y el papel se lo ofreció Zanuck a Bette Davis, una actriz que a los 41 años parecía ya condenada al ocaso y al olvido. Davis acababa de terminar lo que restaba de su contrato con la Warner, tras dieciocho años de hacer parte de ese estudio, y estaba encantada con que se le ofreciera el papel. “Margo Channing era una mujer que yo comprendía por completo. Aunque éramos totalmente distintas, había también áreas que compartíamos. La escena en la cual, atrapada en el automóvil, Margo le confiesa a Celeste Holm que el negocio entero de la fama y la fortuna no vale nada sin un hombre cerca, era la historia de mi vida… encorvada en la parte delantera de ese auto y envuelta en ese lujoso abrigo de mink, tenia que esforzarme para recordar que estaba interpretando un papel… y controlar las lágrimas no fue fácil”, escribía la actriz en su autobiografía, The Lonely Life.
Probablemente todo esto contribuyó a que en esta película hiciera el papel más importante de su prolongada carrera, aunque corrió el rumor infundado de que se había inspirado, no en su propia existencia, sino en la vida de la actriz Tallulah Bankhead. “Esta película me salvó la vida. Profesional y personalmente” -afirmaba la Davis- “Cuando la hice, acababa de atropellarme un camión -el mismo camión que atropelló a Margo Channing, esa gran maldita gorda que interpreté. No me refiero a un camión de verdad. Quiero decir que choqué con la evidencia, más aplastante que un camión para muchas mujeres, de que tenía cuarenta años. Y supe que Margo sentía todos y cada uno de esos años cayéndole encima, y sentí ahí, en las tripas, cada una de las palabras que pronuncia cuando dice a su amante que odia a los hombres. Los odia porque siempre son atractivos. Desde que cumplí los cuarenta, gritaba cada vez que veía un espejo. Yo no era tan sólida como la Hepburn, que podría quedar bien incluso con cien años. A veces, me veo en la vidriera de un almacén y quisiera morirme”.
El rodaje se inició el 11 de abril de 1950 y desde un principio hubo roces entre Bette Davis y Celeste Holm, que llevaron a que nunca se hablaran fuera de cámaras. Donde hubo química fue entre Davis y el actor Gary Merrill -de 34 años- quienes durante la filmación se enamoraron, obtuvieron sus divorcios respectivos, y se casaron en julio del mismo año, en una unión que duró una década.
La película obtuvo un record de catorce nominaciones al Oscar y logró los galardones a mejor película, director, guión, actor secundario (George Sanders), sonido y vestuario. Tanto Bette Davis como Anne Baxter fueron candidatizadas al premio a la mejor actriz, pero dividieron el voto de los miembros de la academia, que dieron como ganadora a Judy Holliday por Born Yesterday (1950). Años más tarde se hizo una versión en Broadway del filme, el musical Applause.
Eva al desnudo es la película de Hollywood que mejor ejemplifica lo que un guión excepcional puede hacer por un largometraje. Sus diálogos llenos de inteligencia y motivación nos hacen olvidar que estamos ante una obra en la que la acción exterior es secundaria y se rinde, como nosotros, a los pies de Bette Davis, una actriz añejada en madera y por lo tanto de óptima calidad.
Publicado en la Revista Kinetoscopio no. 85 (Medellín, vol. 19, 2009), págs. 38-41
©Centro Colombo Americano, 2009
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