El silencio insoportable: Después de Lucía, de Michel Franco
Después de Lucía todo se vino abajo. A Lucia nunca la vemos, pero su desaparición es el detonante detrás de todos los sucesos de este filme. Su ausencia frente a la cámara y su ausencia en las vidas de los personajes tiene una repercusión dramática (y traumática) que es como un grito que ellos se niegan a proferir. Se tragan ese dolor y ese vacío, pero explotan por dentro, resquebrajados internamente: lo que vemos son las secuelas de su destrucción. Él, Roberto, llora a solas y trata de rehacer su vida lejos de ese puerto que solo le trae recuerdos de ella, de esa Lucia que ya nunca va estar más. Ella, Alejandra (una sorprendente Tessa Ia), es todavía una menor de edad y tiene que cumplir las órdenes de él, de su padre. Se van a vivir a la capital tratando de empezar de nuevo, pero sabiendo ambos que están es huyendo. Como si no supieran que no es posible escapar de uno mismo.
Después de Lucía (2012) es la historia de Roberto y su hija Alejandra. Parece solo la historia de ella, pero en realidad es la de ambos, la de la falta de comunicación que hay entre padre e hija, la de esos silencios insoportables donde él no se atreve a confesar su dolor y su nostalgia, y ella no quiere importunarlo con sus desdichas. Sin embargo el silencio más grande que hay entre padre e hija, el fundamental, es un interrogante: si acaso Alejandra fue responsable de que Lucia, su madre, ya no esté. Pero ese tema no se toca, no se aborda, no se discute. Esa solución de continuidad entre ambos, ese bloqueo afectivo, esa burbuja donde cada uno se mete es la que genera la tragedia que este largometraje escenifica y cuya intensidad fue premiada con el galardón a la mejor película en la sección “Una cierta mirada” en el Festival de Cannes del 2012.
Mostrar el matoneo y el acoso al que es sometida Alejandra en el colegio por parte de sus compañeros es sin duda impresionante, pero no tanto como el silencio de la joven, que se siente incapaz de contarle a Roberto el infierno que está viviendo luego de que uno de sus compañeros filmara un encuentro sexual que tuvo con ella y lo difundiera en la web. Amén de la natural vergüenza que siente de confesarle a su padre los motivos que originaron el bullying del que es objeto, Alejandra –que fue consciente de que la estaban grabando- calla y se deja someter a las vejaciones físicas y a las agresiones psicológicas de sus amigos, como si de esa forma expiara su culpa, como si fuera merecedora de todo el daño que le hacen a su reputación, a su cuerpo y a su psiquis. Como si ella se sintiera culpable de que Lucia ya no esté y esta fuera la penitencia que le tocó asumir.
Pese a tatar un tema que es motivo de discusión entre educadores, padres y jóvenes, el matoneo tal como lo vemos acá poco sirve para aleccionar a los muchachos sobre los peligros y las consecuencias de esta práctica, pues la narración tiene un ritmo contemplativo que no es de los adolescentes de hoy. La película no es “de mensaje” ni pretende sermonear a nadie. El matoneo es solo una disculpa para reflexionar sobre la estructura mental de los dos únicos integrantes de una familia.
A ese respecto el director Michel Franco (México DF, 1979) nos da muy pocas pistas del pasado de ambos. La narración se centra en las consecuencias, en el “después” del título para que nosotros vayamos armando junto a los personajes un relato triste que habla de derrumbes humanos. Los gestos finales de Roberto y de Alejandra no son liberaciones, son saltos al vacío, signos de la desesperanza en la que se encuentran. Ya no hay marcha atrás, ya no hay manera de volver a ser lo que antes fueron. Ellos se irán también, después de Lucía.
Publicado en el cuadernillo digital de la revista Kinetoscopio (2015-II).
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2015