El sonido y la furia: Whiplash, de Damien Chazelle
Sin embargo hay una línea, que hay que saber reconocer, entre el ejercicio de la autoridad y el maltrato. Y no cruzarla. Y no permitir que la crucen. Una cosa es un regaño y otra un insulto. Una cosa es alzar la voz y otra es un grito humillante. Una cosa es una reprimenda bien intencionada de la que se aprende y con la que se recapacita, y otra es un maltrato físico del que quedan heridas mentales o físicas. La historia de Whiplash pasa esa línea. La autoridad se transforma –gracias al poder que tiene sobre sus subordinados– en un mecanismo sádico y agresivo diseñado para someter y humillar.
El humillado es Andrew, un estudiante de batería, y el humillador es Fletcher, un afamado profesor de música al que todos le temen por su temperamento volcánico. Fletcher (J. K. Simmons, que ganó el premio Oscar por este rol) tiene un modelo docente extraído directamente de los métodos de instrucción militar y en esto la película no se distancia mucho de los filmes donde un grupo de soldados novatos son adiestrados por algún suboficial de rudas y casi salvajes maneras (Full Metal Jacket, por ejemplo) que terminan o por hacerlos rendirse o por formarlos en la disciplina castrense.
Acá la diferencia es que se trata de la enseñanza de un arte y que Fletcher es un maestro reconocido, una autoridad en su campo, mientras Andrew (Miles Teller, que lentamente se consolida como actor joven) es un talentoso estudiante de batería en una academia prestigiosa, no un obligado recluta. Entre ambos se forma un lazo particular: el joven sabe que junto a su maestro su carrera puede despegar y florecer, y hará lo que tenga que hacer y aguantará lo que tenga que aguantar con tal de triunfar. En una sociedad de una mentalidad tan orientada al éxito profesional como la norteamericana la actitud estoica de Andrew es muy consecuente con esa manera de pensar. Su vida personal y afectiva pasa a un segundo plano con tal de alcanzar la excelencia –y quizá tras ella la inmortalidad– que su profesor le invita a alcanzar. Los motivos de Fletcher son más difíciles de descifrar, pues el punto de vista de esta cinta es siempre el del alumno. Sin duda ve en Andrew un discípulo con gran potencial, pero no por ello su trato hacia él es distinto. Es igual de duro con él como con todos sus otros pupilos, forzados a exigirse por pavor a un hombre caprichoso y voluble cuya justificación para el maltrato al que los somete es la de presionarlos para que entiendan que pueden sobrepasar sus límites y llegar más allá de lo que creían posible.
En ese juego entre la presión de uno y la resistencia del otro este filme nunca se quiebra. La solidez de ambos intérpretes y la adrenalina que fluye en cada secuencia –todas estupendamente montadas y musicalizadas con brío– son motivos suficientes para celebrar a Whiplash y brindar por el tozudo espíritu humano, ese que definitivamente no conoce fronteras.
Publicado en la versión web del a revista Kinetoscopio No. 109 (Medellín, marzo de 2015).
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2015
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