El sonido y la furia: Whiplash, de Damien Chazelle

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Sin pretender brindar una explicación sicológica precisa ni documentada, me atrevo a suponer que Whiplash (2014) es tan efectiva dramáticamente porque apela al temor reverencial que sentimos ante la autoridad, sea la figura del padre, del profesor o de algún representante de la ley. Una autoridad de voz tronante que nos inspira respeto y frente a la cual nos sentimos inermes, frágiles y torpes. Creo que todos nos hemos sentido así en muchas circunstancias –sobre todo en la infancia y en los años de compromisos escolares o universitarios– y este filme nos trae de nuevo esa sensación de sudor frío, opresión en la garganta, taquicardia, vellos erizados y un disparo de adrenalina que recorre todo el torrente circulatorio: hemos sido sorprendidos haciendo algo malo o que teníamos prohibido, nos han preguntado en público algo que no sabíamos, nos han tomado una lección que no teníamos bien preparada, nos han dicho que no servimos para hacer lo que creemos que sabemos, nos han despojado de certezas que eran solo humo. Y es igual si ha sido con diplomacia o a voz en cuello. La autoridad ha descargado su peso sobre nosotros y solo queremos poder volver a tener alientos para respirar.
Miles Teller y J.K. Simmons en Whiplash (2014)

Miles Teller y J.K. Simmons en Whiplash (2014)

Sin embargo hay una línea, que hay que saber reconocer, entre el ejercicio de la autoridad y el maltrato. Y no cruzarla. Y no permitir que la crucen. Una cosa es un regaño y otra un insulto. Una cosa es alzar la voz y otra es un grito humillante. Una cosa es una reprimenda bien intencionada de la que se aprende y con la que se recapacita, y otra es un maltrato físico del que quedan heridas mentales o físicas. La historia de Whiplash pasa esa línea. La autoridad se transforma –gracias al poder que tiene sobre sus subordinados– en un mecanismo sádico y agresivo diseñado para someter y humillar.

El humillado es Andrew, un estudiante de batería, y el humillador es Fletcher, un afamado profesor de música al que todos le temen por su temperamento volcánico. Fletcher (J. K. Simmons, que ganó el premio Oscar por este rol) tiene un modelo docente extraído directamente de los métodos de instrucción militar y en esto la película no se distancia mucho de los filmes donde un grupo de soldados novatos son adiestrados por algún suboficial de rudas y casi salvajes maneras (Full Metal Jacket, por ejemplo) que terminan o por hacerlos rendirse o por formarlos en la disciplina castrense.

Melissa Benoist y Miles Teller en Whiplash (2014)

Melissa Benoist y Miles Teller en Whiplash (2014)

Acá la diferencia es que se trata de la enseñanza de un arte y que Fletcher es un maestro reconocido, una autoridad en su campo, mientras Andrew (Miles Teller, que lentamente se consolida como actor joven) es un talentoso estudiante de batería en una academia prestigiosa, no un obligado recluta. Entre ambos se forma un lazo particular: el joven sabe que junto a su maestro su carrera puede despegar y florecer, y hará lo que tenga que hacer y aguantará lo que tenga que aguantar con tal de triunfar. En una sociedad de una mentalidad tan orientada al éxito profesional como la norteamericana la actitud estoica de Andrew es muy consecuente con esa manera de pensar. Su vida personal y afectiva pasa a un segundo plano con tal de alcanzar la excelencia –y quizá tras ella la inmortalidad– que su profesor le invita a alcanzar. Los motivos de Fletcher son más difíciles de descifrar, pues el punto de vista de esta cinta es siempre el del alumno. Sin duda ve en Andrew un discípulo con gran potencial, pero no por ello su trato hacia él es distinto. Es igual de duro con él como con todos sus otros pupilos, forzados a exigirse por pavor a un hombre caprichoso y voluble cuya justificación para el maltrato al que los somete es la de presionarlos para que entiendan que pueden sobrepasar sus límites y llegar más allá de lo que creían posible.

En ese juego entre la presión de uno y la resistencia del otro este filme nunca se quiebra. La solidez de ambos intérpretes y la adrenalina que fluye en cada secuencia –todas estupendamente montadas y musicalizadas con brío– son motivos suficientes para celebrar a Whiplash y brindar por el tozudo espíritu humano, ese que definitivamente no conoce fronteras.

Publicado en la versión web del a revista Kinetoscopio No. 109 (Medellín, marzo de 2015). 
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2015 
www.kinetoscopio.com 

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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