Golpe con un objeto contundente: El triángulo de la tristeza, de Ruben Östlund

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No puede acusarse de sutil al cine de Ruben Östlund. El dos veces consagrado con la Palma de oro en Cannes es un autor que juega con el absurdo de lo cotidiano para asestarnos unos golpes de efecto realmente muy contundentes, recurriendo a un humor negro que viene en línea directa con el de los hermanos Coen y con el cine punitivo de Lars von Trier. Su crítica social trae ecos inevitables de Luis Buñuel por lo punzante. Siento que es más efectivo cuando es más fino en su discurso narrativo, pero a él le gusta la sorpresa gruesa, la bofetada inesperada, el mazazo explícito. Como si entendiera que solo así logra captar la atención de aquellos a los que dirige sus dardos. Ese es su estilo, y con él ha tenido indudable éxito, guste o no.

El triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness, 2022)

El triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness, 2022) es una exhibición florida de ese estilo. Comedia negra extrema, está ambientada inicialmente en el mundo de los top model y luego en el de los billonarios, reunidos unos y otros en un soberbio yate de lujo en algún mar de la Europa veraniega. Separada artificialmente en tres partes, la primera establece el ambiente absurdo de la situación, la segunda es la ridiculización al límite de los protagonistas -Marco Ferreri hubiera estado orgulloso, y la tercera es su castigo, en una inversión de los roles sociales operantes. La película opera sobre una base: la del triángulo de las clases sociales, donde solo una minoría que está en la punta tiene el poder, otorgado por su riqueza, no por otros méritos. Lo que pretende Östlund es desnudar su vacuidad, mostrarlos en su vulgar corporalidad e invertir ese triángulo, otorgando los beneficios a aquel que es capaz de ganárselos por su valentía, capacidad de ser útil y de sobrevivir por sí mismo.

El triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness, 2022)

Hay un ideario político en este concepto, que el propio director y guionista reconoce, pero que solo desarrolla teóricamente mediante una dialéctica ebria entre el capitán del yate –un estadounidense comunista- y uno de los pasajeros –un millonario ruso capitalista. Su cruce de citas de pensadores de ambos bandos en medio de una noche de borrasca a mar abierto es simplista y reductista. Mejor le va a Östlund cuando traduce toda esa palabrería en vivencias, en lo que ocurre cuando algunos pasajeros y miembros de la tripulación se encuentran –reducidos a su humana condición- en una isla desierta.

El triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness, 2022)

Pero para llegar hasta allá van a ocurrir muchas cosas, muchos detonantes (figurados y literales) sociales, muchas zancadillas. Hay secuencias que incluso parecen gratuitas, pero todas al final van a importar. Quiero detenerme solo en una, la que ocurre entre la top model Yaya (interpretada por la actriz y modelo surafricana Charlbi Dean, fallecida el 29 de agosto de 2022) y su novio Carl (Harris Dickinson), también modelo. Tras una pasarela de ella, la pareja va a cenar a un restaurante de lujo y ocurre un momento incómodo al momento de pagar la cuenta, en la que ambos suponen (o eso cree uno) que el otro va a pagar o a dividir gastos. Se arma entonces un mini escándalo entre ambos que va creciendo en intensidad (y mostrando la bajeza de cada uno) y que no cede al momento en que uno de los dos decide por fin pagar. Me quedo con la tensión interna de esta secuencia por encima de cualquiera de las más crudas y explicitas que ocurren más adelante a bordo del yate. Es más efectivo insinuar que mostrar, como se ha dicho y repetido hasta el cansancio. Östlund tiene talento para estos momentos de absurdo cotidiano –recuerdo mucho a The Square (2017) y el asunto del teléfono móvil del protagonista- pero, lo repito, permanentemente se decanta por los grandes golpes de ridiculización social.

El triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness, 2022)

En El triángulo de la tristeza tiene material de sobra para esto último –castigar a los ricos y famosos siempre tendrá buen recibo- y tras plantear en el yate una división de clases irreconciliable: los pasajeros billonarios (el croata Zlatko Buric ganó el Premio Europeo de Cine al mejor actor), Yaya y Carl incluidos por ser influencers; la tripulación a cargo de ellos (Vicki Berlin, Alicia Eriksson y Hanna Oldenburg entre el reparto) y los encargados de la cocina, mantenimiento, aseo, maquinas, prácticamente invisibles para los pasajeros (atención al rol de Dolly De Leon), Östlund mezcla un coctel altamente inflamable. Tres estratos que –no tan secretamente- se odian entre sí. Los primeros exhibiendo sin decoro su riqueza y su poder, los segundos tolerando difícilmente sus caprichos, solo con la esperanza de una enorme propina, y los terceros en el subsuelo, haciendo su trabajo como esclavos a sueldo. De nuevo, es simplista la división y la relación que se establece entre todos, pero el director aspira es a llevarnos, absolutamente convencidos de que la sociedad de los bellos y los adinerados es aberrante, a un tercer acto donde todo está cabeza abajo.

Ruben Östlund rodeado por los actores durante el rodaje de El triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness, 2022)

Utilizar la metáfora de la novela El señor de las moscas no es algo nuevo en el cine, y Östlund se sirve de ella en un tramo final delirante en su nihilismo y en su capacidad de sarcasmo. Recuerdo en la secuencia de pagar la cena en el restaurante, que Carl invocaba a la igualdad de los roles de género y a debatir ese papel tradicionalista en el que el hombre paga la cuenta como recompensa por haber podido invitar a una pareja “trofeo”. Yaya reconocerá que siendo modelo debe aspirar a ser una esposa “trofeo” para poder seguir subsistiendo cuando su carrera decline. Mírenlos ahora al final de El triángulo de la tristeza, mírenlos ahora y entiendan como a veces los cambios que anhelamos están demasiado cerca. Y no son exactamente sueños cumplidos.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine

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