El turista accidental: Las vacaciones del señor Hulot, de Jacques Tati
“Esto es lo que le interesa a Tati. Todo y nada. Hojas de hierba, una cometa, niños, un ancianito, cualquier cosa, todo lo que a la vez es real, bizarro y encantador”
– Jean-Luc Godard
“Difícilmente podría sobreestimarse la importancia de Las vacaciones del señor Hulot. Se trata no solo de la obra cómica más importante desde los hermanos Marx y W.C. Fields, sino de un acontecimiento en la historia del cine sonoro”
– André Bazin
Puesto que es hora de descansar, preparémonos para unas vacaciones en la playa: no hay prisa, tenemos tiempo. Es más, todos iremos. El señor Hulot nos invita a pasar con él unos días en la bretaña francesa y eso es claro desde los créditos iniciales de este filme. Allí están la festiva tonada que compuso Alain Romans, el mar y una advertencia tácita pero clara: que no busquemos en esta película una estructura formal muy elaborada, sino que más bien nos dediquemos a sentir la brisa marina en el rostro y a reconocernos entre la multiplicidad de personajes que Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de Monsieur Hulot, 1953) nos presenta.
Acatada esa premisa la diversión no se hace esperar. Pero atención: la carcajada franca y el gag evidente faltan acá. Sobra sutileza e ingenio, los mismos que derrochara –en vida– su genial creador. Las vacaciones del señor Hulot fue el segundo largometraje de Tati, después del aclamado Dia de fiesta (Jour de fête, 1949), pero en vez de prolongar la saga del cartero François, su personaje en dicha película, el director, guionista y actor francés saca de la chistera un nuevo personaje, bautizado según el apellido de un arquitecto vecino: nace pues el impredecible señor Hulot, mezcla del distanciamiento de Buster Keaton y de la inocencia de Harry Langdon. Hulot rinde homenaje a ambos: el personaje, prácticamente mudo, es testigo de un mundo que pareciera incómodo con su presencia, tan inmaculada como gestora –sin intención alguna– de problemas.
Tati recurre al testimonio como arma cómica: su Hulot no aparece como personaje central, sino como un turista más, testigo asombrado de una fauna playera variopinta y curiosa. Es más, no hay primeros planos de su rostro en todo el filme, restándole un innecesario protagonismo y subrayando su carácter testimonial y por momentos abstracto. Este personaje reaparecería otra vez, más elaborado, en Mi tío (Mon Oncle, 1958), filme por el que Tati recibió el premio especial del jurado en Cannes y el Óscar a la mejor película extranjera; luego lo veríamos en Playtime (1967) y por último en Traffic (1972). “Lo que yo quería presentar con el personaje de Hulot era a un hombre que uno puede encontrarse en la calle, no un personaje del Music hall. Él no sabe que está siendo gracioso” (1), refería el director.
Reunido de nuevo el equipo que realizó Día de fiesta, incluido el coguionista Henri Marquet, así como un grupo de novatos egresados del IDHEC (Institut des Hautes Etudes Cinématographiques, la escuela de cine fundada por Marcel L’Herbier) y que por reglamentación debía emplear, Tati se dio a la tarea de encontrar la locación ideal para su nuevo proyecto a partir de una idea mental de lo que debería ser el sitio preciso. Contaría con la ayuda del escenógrafo y dibujante Jacques Lagrange, quien a partir de esta película se convierte en su colaborador permanente. St-Marc-sur-Mer, cerca a Saint-Nazaire, había sido parcialmente destruido durante la Segunda Guerra Mundial, pero este poblado campestre, con su hotel playero funcionando, parecía ser lo que Tati andaba buscando. Hasta dar con el sitio habían transcurrido siete meses de pesquisas en las costas francesas y belgas. Con la necesidad de restaurar algunas fachadas, se aprovechó para modificar la entrada al hotel y hacer otra adicional para no incomodar a los huéspedes reales. El rodaje –que contó con un presupuesto de ciento cinco millones de francos– se inició en julio de 1952 y se prolongaría durante dos meses más. El hotel se encontraba en actividad y los turistas debieron adaptarse a las incomodidades de la filmación, y es más, algunos de ellos fueron incluidos como extras. En realidad no había actores profesionales en el reparto.
¿El guión de la película? No hay uno, quizás cientos, pero lo más probable es que ninguno. Las vicisitudes de un hotel lleno de turistas daría suficiente material para varias películas, pero Tati extrae lo mejor de esas historias y las muestra alternadas. Luego de una introducción donde todos los personajes llegan en diversos medios de transporte, nos los presentan uno a uno, y más que prototipos franceses, comparten ante todo el ser una universalidad burguesa: están los meseros del restaurante, siempre de mal humor; está el turista gordo con toda su familia; está la hermosa y joven soltera, el ejecutivo que no logra despegarse del teléfono, los niños, el aburrido intelectual izquierdista, la otoñal pareja que camina en silencio y claro, el señor Hulot, que es el único que parece no provenir de un sitio concreto. Salidos de su ámbito normal, todos los convocados a ese hotel playero son seres atípicos, conviviendo en aparente armonía sólo porqué les conviene ser corteses, pero que en realidad quisieran estar solos y no ser perturbados en su bien ganado asueto.
La película es por completo episódica y coral, sin un hilo conductor narrativo estructurado: las secuencias –que funcionan como un acto autónomo– se abren y se cierran con un fundido a negro que las aísla. Tati busca ante todo capturar la atmósfera festiva y algo absurda del período vacacional. Ya lo decía David Bellos en su texto sobre este director: “Como en el sueño de Flaubert de un libro acerca de nada, Las vacaciones tiene toda la maquinaria narrativa, pero carece de una historia que contar; parece estar sostenida sólo por el estilo” (2).
Algo, sin embargo, parece repetirse y sería el único motivo constante del filme. Nuestro personaje no logra ganarse la simpatía de los demás y pareciera una empresa común ignorarlo y evitar su compañía. Pero el señor Hulot no es mal intencionado o desagradable, simplemente toma distancia de lo que lo rodea y así las cosas parecen no afectarle. Es más, él no se da cuenta que los otros no lo soportan o que con su actitud displicente causa escozor. Tan distante, perplejo y plano como Buster Keaton, parece ver pasar la vida a su lado, sin tocarla ni ser afectado por ella, relacionándose con mayor facilidad con los objetos (hay un gelatinoso dulce que parece hecho para que Hulot impida que se caiga al suelo, hay un balde de pintura que las olas –juguetonas– le esconden) y los animales, antes que con los propios humanos. El destino y el azar parecen acomodarse –perplejos– a él para no incomodarlo.
Grande y torpe, fumando una perpetua pipa, y vistiendo un traje formal con los pantalones algo cortos por donde asoman unas medias a rayas, el señor Hulot (definido indudablemente por su vestuario, su postura desgarbada e inclinada hacia adelante, y su accionar errático) se mueve con curiosa dificultad, como si caminar fuera algo nuevo para él. Sin embargo, la película se mueve con enorme soltura y no tiene nunca que apoyarse en grandes efectos o en monumentales destrucciones para causar risa. La mayoría de las veces lo cómico surge del detalle mínimo y sutil, del movimiento en falso calculado con extrema paciencia, de lo inesperado de una situación. No hay prisa alguna, todo es una sinfonía gestual, lenta pero armónica y perfectamente construida para conseguir un efecto cómico que puede ser remoto en el tiempo. Ya lo decía Pauline Kael: “Tati es disperso, excéntrico, rápido. No es sino después de un rato –mientras persiste la dulce música nostálgica– que estas desventuras adquieren cierta viveza y profundidad” (3).
Acabamos de tocar ya un punto crucial en este filme: aunque rodado en los años cincuenta, el humor de Las vacaciones paga tributo al cine sin banda sonora. Homenajeando a los grandes maestros de la comedia silente, Tati construye una historia de universal comprensión respaldándose en el lenguaje de los gestos. Si usted ve la película en francés, doblada al inglés, o en el idioma que sea, el efecto es igual: las palabras son accesorios aquí. Importa la música, los efectos sonoros y el ruido de las olas. No es por eso extraño que los niños adoraran al “tío” Tati: hablaban la misma lengua.
El gran comediante que era Tati logra expresar aquí todo lo complejo de su arte como payaso mimo para hacernos sonreír a punta de talento e inteligencia y apelando al niño que todavía debe habitarnos. Hay un pasaje de la historia que resume muy bien la actitud y el mensaje del director: programado un baile de máscaras en el hotel, sólo los niños, una joven rubia y Hulot acatan la orden de disfrazarse. Los demás vacacionistas –inalterables y muy adultos– escuchan en el radio del lobby algunas disposiciones parlamentarias, mientras Hulot convertido en pirata, baila con su enmascarada y hermosa pareja. En un momento dado, el discurso radial y la música de baile se confunden. Hulot cierra entonces la puerta de vidrio y los deja encerrados en su mundo acartonado, mientras el baila sonriente. Lo decía André Bazin: “Su personaje afirma, contra la imbecilidad del mundo, una informalidad incorregible; él es la demostración de que lo imprevisto siempre puede sobrevenir y perturbar el orden de los imbéciles” (4).
Favorita del público desde su estreno en marzo de 1953, y ganadora del premio Louis Delluc en París, del premio de la crítica internacional en Cannes y del premio Femina, entre un buen número de otros galardones, Las vacaciones del señor Hulot es un oasis de solaz, un suceso feliz e irrepetible del cine francés, una obra maestra de un hombre único e iluminado, con cuya filmografía se cerró una tradición humorística y cinematográfica que ya no volverá. Curiosamente fue el propio Tati el que revisitó su filme en 1978, cuando modificó la escena del kayak que se rompe en dos: ahora el forro interno se despliega en forma de colmillos, y desde la playa se forma el caos al suponer que hay un tiburón en el agua. El guiño a Spielberg y su Tiburón (Jaws, 1975) es obvio.
Colofón a orilla del mar
En la película una pareja de ancianos recorre caminando todo el balneario. Impecablemente vestidos y casi siempre sin hablar, parecen ser visitantes de un zoológico, viendo con curiosidad a criaturas que se comportan de extraña manera. Son los únicos personajes que Tati extrapola de los demás, evitándoles las divertidas peripecias que padecen los otros. Sin dudarlo, esa pareja desconcertada somos usted y yo: los invitados por Jacques Tati a unas vacaciones en la playa. ¿Cómo no aceptar esta invitación?
Referencias:
1. David Ehrenstein, “M. Hulot’s Holiday”, sitio web: Ehrensteinland, disponible en: http://ehrensteinland.com/htmls/library/hulots_holiday.html, consulta: septiembre 12 de 2012.
2. David Bellos, Jacques Tati, Londres, The Harvill Press, 2001, p. 186
3. Pauline Kael, Kiss Kiss Bang Bang, Boston, Brown and Company, 1968, p. 391
4. André Bazin, ¿Qué es el cine?, Barcelona, Ediciones Rialp, 2008, p. 368.
Publicado en el libro Imágenes escritas; obras maestras del cine, Medellín, Fondo Editorial EAFIT, 2014. p. 193-198
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