El último bar, de Ken Loach

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Uno jamás podría acusar a Ken Loach de no ser coherente con los valores artísticos que profesa, ni con los ideales sociales y políticos con los que ha construido su obra fílmica desde su primer largometraje estrenado en 1967. Loach ha estado siempre del lado de los desposeídos, los libertarios, los oprimidos, los discriminados, “los nadies” de los que hablaba Eduardo Galeano, así hayan nacido en el Reino Unido, pero sean ciudadanos de tercera ante una sociedad que es implacable frente a los débiles. De ahí que su cine refleje con exactitud esas ansias de denuncia que Loach exhibe siempre con ímpetu, así los resultados sean en ocasiones disparejos. Como su cine –escrito por Paul Laverty desde La canción de Carla (Carla’s Song, 1996)- no tiene otro enfoque, puede en ocasiones acusar cierto cansancio, una reiteración estilo been there, done that, que a él lo tiene sin cuidado pues sabe que las desigualdades sociales están lejos de desaparecer y que él representa una consciencia social que es absolutamente necesaria.

El último bar (The Old Oak, 2023)

El último bar (The Old Oak, 2023), estrenada en la selección oficial del Festival de Cannes, es –por supuesto- consecuente con lo que he mencionado. Cine social hasta el tuétano, con víctimas y victimarios, pero en este caso las injusticias, la intolerancia y la falta de empatía no provienen de funcionarios del gobierno, de terratenientes poderosos o de industriales faltos de escrúpulos, sino del pueblo mismo, una comunidad rural en el norte de Inglaterra cercana a Durham, que vivió la opresión del régimen de Margaret Thatcher, en los años ochenta, y que ahora (la película está ambientada en 2016, el año del referéndum del Brexit) en plena ruina, sufre la especulación inmobiliaria que ha depreciado sus propiedades. El chivo expiatorio ante una crisis profunda, ya crónica, donde no hay trabajo ni futuro para ellos, resultan ser unos refugiados sirios que fueron reubicados en esa población tras escapar de la guerra.

El último bar (The Old Oak, 2023)

La película no es sutil en cuanto a bandos: hay dos personas que se ponen del lado de los inmigrantes, mientras el resto del pueblo fluctúa entre la indiferencia y la abierta hostilidad. TJ Ballantyne (interpretado por Dave Turner, un ex bombero) es el dueño del único pub del poblado, “El viejo roble” del título original, un sitio de reunión, de comunión entre todos los habitantes, que rumian ahí sus penas y pesares, incluyendo la llegada de unas familias sirias –totalmente desposeídas-  a las que ven con desprecio y desconfianza. Ballantyne arrastra muchos dolores a bordo y se compadece de los recién llegados, encariñándose con una joven refugiada, Yara (Ebla Mari), que habla inglés y sirve de puente con los demás. La chica es fotógrafa y eso es también un lazo con Ballantyne y con el pasado de este pueblo, pues en la trastienda del bar, cerrada hace décadas, cuelgan las fotos que dan cuenta de la lucha de este pueblo, unido todo para evitar el cierre de las minas que fueron su fuente de sustento hasta su clausura a mediados de los años ochenta.

El último bar (The Old Oak, 2023)

El filme es directo y algo maniqueo en su planteamiento: hay xenofobia, insultos, maltrato, desprecio, sabotajes y humillaciones hacia los recién llegados, que sin embargo, muestran una actitud pasiva, de “poner la otra mejilla” para no agravar una situación en la que están en clara desventaja. Yara y una asistente social del pueblo son las que proponen una acción solidaria a partir de una foto que hay en la trastienda y que Yara recuerda. Una imagen que representa la solidaridad eucarística y que ahora va a convertirse en un motivo de unión de propios y extraños, a través de la comida compartida entre todos. Loach tiene fe en las posibilidades solidarias del ser humano y eso se nota en su aproximación algo utópica a la resolución de un conflicto cuyas bases se hunden en el miedo al desconocido, a aquel que representa unos valores y un estilo de vida en los que no me reflejo, con los que no me identifico. Sin embargo, Loach tiene esperanza de que aquellos que todo lo han perdido –los exmineros ingleses, los refugiados sirios que huyeron de la guerra- se reconozcan como iguales, como explotados, como víctimas de un sistema político nocivo. Y que esa esperanza empiece por la solidaridad que los haga resistir unidos. “No puede haber resistencia sin memoria ni universalismo”, nos dice Jean-Luc Godard desde las líneas de Elogio del amor (Éloge de l’amour, 2001). Loach lo tiene claro.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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