Emilia Pérez, de Jacques Audiard
La historia va así: El director Jacques Audiard leyó la novela Écoute, publicada en 2018 por Boris Razon, un escritor amigo suyo. Ahí encontró un personaje secundario, capo de la droga, que le llamó la atención. “El autor, que es amigo mío, no desarrolló este personaje. Le pedí el derecho de ampliar el personaje yo mismo”, relataba Audiard en entrevista para la revista W en octubre de 2024. Durante la pandemia del Covid-19 el director concibió a partir de ese personaje una ópera en cuatro actos y es de ese libreto que nunca llevó a escena de donde sale el guion de Emilia Pérez (2024). Al tratarse de la historia de un “barón” del narcotráfico, Audiard situó el relato en México y con una narración hablada en español, un idioma que él desconoce. Y si el origen era una ópera, lo que la película terminó siendo fue un musical, más exactamente un narco-musical protagonizado por cuatro mujeres: Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón, Selena Gomez y Adriana Paz. ¿Arriesgado? Sin duda alguna.
No se trata de un musical con corridos, bandas, rancheras o música norteña; las canciones originales, que están integradas al discurso de la narración, fueron compuestas por la cantautora francesa Camille, con música de Clément Ducol y son temas contemporáneos, de corte internacional, que hacen denuncia social y política, que hablan de requiebros amorosos, soledad, añoranza, ganas de vivir, traición… el espectro de las emociones humanas, absolutamente comprensibles sin que haya que ser mexicano para captar su sentido. Obviamente al ser canciones originales que el público no conoce, es más difícil la identificación inmediata con ellas, pero su valor y su mensaje no se discute. Es el reclamo de seres adoloridos, con ganas de ser escuchados y comprendidos, en el contexto de una sociedad que está golpeada estructuralmente por el narcotráfico. Una problemática que Audiard ha captado con sorprendente sensibilidad, pese a su perspectiva europea. La película fue incluso rodada en París, aunque parezca hecha en Ciudad de México.
Es recurrente la historia de narcos y otros criminales perseguidos que se someten a cirugías para alterar su fisionomía y así desaparecer del “radar” de las autoridades. Esto está en la base del relato de Emilia Pérez, el deseo de un todopoderoso y peligroso capo mexicano, alias Manitas del monte, de cambiar su rostro y su cuerpo, y por ende cambiar de vida. Para eso contrata a una abogada -Rita Moro Castro (Zoe Saldaña)- con experiencia involuntaria en defender bandidos machistas, para que le ayude a gestionar en el exterior su transformación física con los más calificados cirujanos plásticos. Uno de ellos, en Tel Aviv le dice a Rita, cantando obviamente, unas palabras que pueden antojarse proféticas: “Señora, sabe que solo arreglo el cuerpo, piel, huesos, pero nunca arreglaré el alma”. Manitas del monte va desaparecer para siempre y será dado por muerto. Su esposa Jessi (Selena Gomez) y sus dos pequeños hijos se refugian en Europa.
Emilia Pérez no es exactamente una película sobre una transformación física radical (esa es la anécdota), es más adecuado considerarla un filme sobre una toma de consciencia individual que, a través de la redención personal, busca aliviar la situación de aquellos que en México han sufrido la desaparición forzada de sus familiares. No volvió a nacer: empezó a ser. Pese a la predicción del cirujano plástico, el cambio de Manitas del Monte no solo fue en su cuerpo, sino también en su espíritu: empezó a utilizar su poder para hacer actos compasivos, buscando quizá ponerse en paz con sus barbaros actos del pasado. De vez en cuando afloran chispas de su yo previo, momentos que le hacen recordar de lo que era capaz, como cuando ya reunido otra vez con sus hijos, Jessi amenaza llevárselos. Quizá el cirujano se refería al alma colectiva, al estado de las cosas en México, que va a provocar que esta historia de redención se convierta en una de sacrificio, cuando Manitas no pueda escapar de un pasado que sigue siendo el presente de su país y de su entorno violento.
Esa película no habría podido hacerse sin el papel protagónico de la actriz trans Karla Sofía Gascón, de origen español, pero que ha hecho buena parte de su carrera artística en México. Cuando Audiard la encontró, supo que era la persona que justificaba el arriesgarse a hacer un filme como este. Su doble rol –que de alguna forma traza lo que ha sido su propio curso vital- es un gesto de verosimilitud que le añade poder dramático a Emilia Pérez. Su sensibilidad y las emociones que transmite desde la pantalla no podrían haberlas reproducido otra actriz. Toda la película gira alrededor de su voluntad y sus deseos, que son sombras y luego luces, que son terror y luego compasión. Simboliza el poder y su capacidad de destruir y también de crear, una dicotomía que es la raíz de esta narración.
Emilia Pérez obtuvo el Premio del Jurado en la versión 77 del Festival de Cannes y sus cuatro protagonistas ganaron ex aequo el galardón a la mejor actriz. Un reconocimiento a la versatilidad, a la temeridad y al atrevimiento de cada una, concitadas por un realizador francés consagrado, pero que es adicto al riesgo, a retarse en cada proyecto sin medir las consecuencias, quizá porque es consciente de su talento para reinventarse. Y sobre reinvenciones trata Emilia Pérez, precisamente.
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