En tierra de lobos: Sicario, de Denis Villeneuve
Estoy viendo Tierra de nadie: Sicario (Sicario, 2015), en un teatro de la ciudad de Medellín, Colombia. Ante la sola mención del nombre de esta ciudad durante el filme se siente algo tenso en el ambiente, algo que nos recuerda una sombra del pasado quizá no del todo ausente. El público se endereza en las sillas para poner más atención, yo mismo lo hago. “Medellín” es el apelativo de uno de los personajes, Alejandro (Benicio del Toro), el sicario que le da título a este filme. Sin embargo esta ciudad y su ominoso cartel no son los protagonistas directos del relato, sino las metástasis que se formaron en otros países, más específicamente en México, que vive ahora una pesadilla que acá ya padecimos.
En sus exploraciones sobre la maldad humana y sobre el caos que la misma crea, pocos temas tan afines al cine de Denis Villeneuve como el de la guerra de las drogas, y más precisamente la que el cartel del norte de México libra con las autoridades. Tiene todo lo que a Villeneuve le atrae como material dramático: impredecibilidad, irracionalidad, rapiña, desprecio absoluto por el valor de la vida. Polytechnique (2009), Incendies (2010) e Intriga (Prisoners, 2013) son eslabones de la misma cadena a la que está unida Sicario, su más reciente descenso a las simas de nuestra propia vergüenza como especie.
Esta vez la exploración está disfrazada de golpe multilateral contra el narcotráfico en la frontera sur de Estados Unidos. Al equipo oficial se une una idealista agente del FBI, Kate Macer (Emily Blunt), que busca atrapar a los responsables de una trampa puesta por el cartel en una casa en Arizona donde ella perdió dos de sus hombres. Kate hará parte de un equipo donde está la DEA, la CIA, el Departamento de Defensa, la policía y diferentes contratistas que trabajan para el gobierno… sin que ella sepa muy bien quién es quién, pues no solo es la única mujer en un mundo masculino y machista, sino que además no le brindan casi ninguna pista o información sobre la naturaleza de su trabajo. Ni a ella ni a nosotros. El rango de información restringida que utiliza Villeneuve nos tiene en ascuas todo el filme, pues tratamos de agarrar cualquier dato suelto que nos sirva para enterarnos de por qué están los personajes haciendo lo creemos que están haciendo.
Kate también quisiera saberlo, sobre todo porque ve cómo sus compañeros atraviesan la frontera a su antojo, secuestran a un mexicano y se lo llevan a Estados Unidos a torturarlo, previa masacre en el puente fronterizo. Ella no puede creer que sus convicciones sobre el uso de la ley y de la fuerza sean irrespetadas de tal forma y protesta por ello, pero en vano. Lentamente se dará cuenta de que una cosa es el reglamento y otra la vida real, esa donde Ciudad Juárez es una suerte de bestia que puede tragarte de un solo bocado si te descuidas un segundo, esa donde un sicario cambia de bando según sople el viento y ahora puede estar de tu lado, pero antes era tu enemigo. ¿Puede ella confiar en Alejandro? ¿Puede ella confiar en alguien tan taciturno y adolorido? Son muchas las lecciones que Kate aprenderá a lo largo de esta historia oscura y trepidante, que la lleva en un tobogán descendente de descreimiento y pérdida de certezas. Su fe en las instituciones y en la gente se va desmoronando en la misma medida en que ella misma empieza a perder contacto con la realidad.
Al final del camino le espera una hoja por firmar donde dice que todo lo que atestiguó se hizo conforme a la ley, una ley que son solo letras a las que nadie hace caso. Allá solo opera la ley del más fuerte, y ella –tendrá que admitirlo– es una oveja en tierra de lobos.
Publicado en la edición web de la revista Kinetoscopio No. 111 (Medellin, vol. 25, 2015)
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