La casa de los milagros: Encanto, de Jared Bush, Byron Howard y Charise Castro Smith
No existe una región colombiana como la que se describe en Encanto (2021), la sexagésima película de animación de Disney, ambientada en ese país. La zona rural donde tienen lugar los hechos que veremos, rodeada de montañas andinas, corresponde a la región central de Colombia, lo que se conoce como el eje cafetero, pero se le quiso dar representatividad a todas las muy diversas regiones de la nación y por eso aparecen representada una mezcla bastante amplia de elementos arquitectónicos, decorativos, gastronómicos, geográficos, raciales, musicales y de flora y fauna, que son fácilmente reconocibles para el espectador local, pero no para el público internacional. El hacer confluir todo esto en una única locación no es un error conceptual, es un intento de tratar de dar visibilidad al mayor número posible de las muy diversas culturas que en Colombia habitan, un país que a la vez es marítimo, selvático, desértico, citadino, rural, cruzado por montañas y rematado al oriente por una llanura infinita. Para lograr esto de otra forma, Encanto tendría que haber sido una road movie, pero eso es otra película.
La que tenemos es un filme, lleno de números musicales, que apela al “realismo mágico” de la literatura de Gabriel García Marquez para bordar el retrato coral de una familia matriarcal, los Madrigal, que sufrieron el desplazamiento forzado por la violencia política que a mediados del siglo XX azotó a Colombia. No era la violencia armada de la guerrilla, esa vino después. La matriarca, la abuela Alma, es una sobreviviente que tuvo que huir con sus tres hijos aún bebes, e instalarse sola en un lugar que mágicamente surgió, una casona que llamó Encanto. La casa está hechizada y viva (como en La bella y la bestia) y todos los descendientes de Alma son poseedores de un don milagroso que ponen al servicio de la comunidad rural que con los años se fue formando alrededor de esa casona.
Entre los nietos de Alma se encuentra Mirabel, una adolescente que es diferente a todos los demás miembros del clan Madrigal. Mirabel es por ello mirada con una mezcla de condescendencia y algo de desdén. Es el bicho raro, es la oveja negra de la familia que por intentar agradar y complacer a los suyos, resulta metiéndose en problemas y alterando la paz del hogar. El humor del filme sale de sus desventuras entre sus pintorescos parientes, mientras el drama surge de sus intentos por entender porque es distinta a los demás y cuál es su rol dentro de esta familia.
Consecuente con el ambiente mágico de la narración, Mirabel tiene unas visiones apocalípticas que para casi nadie son de importancia, pero que la llevan a emprender un viaje –el clásico viaje del héroe- pero esta vez no es a un destino lejano, sino a los confines de su casa-universo y las profundidades de los secretos familiares, tratando de recuperar el fuego salvífico, el fuego de la alianza alrededor del cual se fundó su hogar. Encanto entonces se convierte en un relato de aprendizaje, de coming of age, de asunción de responsabilidades. En el camino, Mirabel se transformará y con sus actos reconciliación y perdón redimirá de lo que otros vieron como errores suyos.
Las palabras “reconciliación” y “perdón” hacen parte actual del discurso de Colombia como nación. Tras la firma del acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, se han venido cerrando –con extrema dificultad- las brechas que este conflicto armado dejó entre la población y se han venido conociendo con lentitud y con pasmo los actos abusivos que de lado y lado se cometieron durante esas décadas. El pueblo colombiano ha podido hablar, decir su verdad y expresar su dolor frente a lo ocurrido, pidiendo justicia y reparación, mientras los protagonistas de todo esto piden públicamente perdón a las víctimas y prometen reparar los daños cometidos (muchos de ellos irreparables), mientras se busca la no repetición de esa barbarie. En el filme, Mirabel fue instrumento de paz, fue la única que logró unir completamente a esa familia, la que pidió perdón con un abrazo, la que lideró la reparación de su hogar hecho escombros, la que pidió justicia frente a lo que los demás pensaban sobre ella. Mirabel es la Colombia campesina de hoy: golpeada, olvidada y sin más poder que su capacidad inaudita de reinventarse como pueblo, resiliente como el que más.
La película tiene el mérito enorme de no solo ser capaz de mostrarnos por fuera, sino el de revelar metafóricamente nuestros dolores y plantear la ruta para aliviarlos. Encanto, una fábula atemporal, nos retrató como lo que somos: un país mestizo, colorido, rico en pasiones, construido alrededor de la familia, y que cree en la magia, en esos milagros que no solo surgen en los libros, sino de los actos de amor que, pese a todo, seguimos haciendo llenos de fe.
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