Entrega contrarreloj: Día de fiesta, de Jacques Tati
“Como todos los grandes cómicos, Tati, antes de hacernos reír, crea todo un universo. Todo un mundo se ordena a partir de su personaje, cristaliza como la solución sobresaturada alrededor del grano de sal.”
-André Bazin
La ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial fue un periodo particularmente complejo de explicar: hay muchas cosas y actos que los franceses tuvieron que hacer para sobrevivir bajo esas circunstancias excepcionales y de los que probablemente no se enorgullezcan. Jacques Tati tenía 35 años en 1943 y era, como mimo, una estrella del music hall parisino, además ya había actuado en cinco cortometrajes realizados entre 1932 y 1938. Pero durante la ocupación –y dada su condición de artista destacado- fue sujeto al STO (service du travail obligatoire) establecido por los alemanes como una suerte de servicio militar para los franceses, trasladándolos a Alemania como mano de obra barata. De esta forma Tati terminó en Berlín, una ciudad que tenía a todos sus hombres en edad laboral en el frente de batalla y que tenia la necesidad de suplir muchos oficios con foráneos, así fuera contra su voluntad.
Tati no se sentía bien en Berlín haciendo reír a los oficiales nazis, y aprovechando unos días de descanso huyo del país junto a su amigo Henri Marquet para terminar refugiándose en una zona rural del centro de Francia, la localidad de Le Marembert, a diez kilómetros al sur de la población de Sainte-Sévère. Es difícil saber exactamente cómo y cuando llegó hasta allá y cuánto tiempo permaneció escondido, pues las versiones se contradicen. Hay quienes declaran que llegó junto a Marquet en 1940 en uniforme militar durante la retirada de su unidad de la frontera belga, y tampoco hay claridad de cuanto tiempo pasó refugiado: Tati afirma que vivió allí durante la mayoría de la ocupación, otros dicen que solo permaneció refugiado unos meses.
“Hasta donde se puede decir, Jacques Tati no fue ni un héroe de guerra, ni un miembro de la resistencia, ni un colaboracionista activo. El siguió con su trabajo en la medida en que fue posible y en aquellos lugares donde podía conseguir un contrato; pero por otra parte, por lo que sabemos, mantuvo un muy bajo perfil (…). En otras palabras, se comportó como la mayoría de franceses y francesas. Tras la liberación algunos de ellos se apresuraron a darse algún grado de gloria retrospectiva, con frecuencia contradiciendo los hechos históricos o cubrieron cuidadosamente sus huellas. Tati nunca dijo mucho respecto a cómo sobrevivió desde 1939 a 1945” (1), escribe David Bellos en la biografía de este director. Lo único claro es el agradecimiento que sentía por los campesinos y aldeanos del lugar que lo acogieron, lo alimentaron y lo protegieron. Iba a recompensarlos de la única forma que sabía: con su arte. “Allí [en Sainte-Sévère] me llevé una sorpresa. Estábamos en guerra, pero en aquel pueblo no nos dábamos cuenta. La gente seguía viviendo a su aire. Me dije que algún día rodaría algo allí” (2), recordaba el director.
Tras el fin de la guerra, Tati fue contratado por Claude Autant-Lara para actuar en Silvia y el fantasma (Sylvie et le fantôme, 1946) y fue durante el rodaje de ese filme en los estudios de Saint Maurice donde conoció al productor Fred Orain, que aunque allí tenía un alto cargo ejecutivo, quería independizarse. Él y Tati formarían una empresa propia, Cady-Films. Los dos socios iniciarían actividades con un cortometraje, Escuela de carteros (L’école des facteurs) rodado en 1946 y propuesto como parte de una serie de cortos que Tati pretendía hacer. “La idea de Tati tenía algo en común con sus propios cortos de la época previa a la guerra: había de situarse en un adormilado poblado francés, tal como Soigne ton gauche; el drama y la comedia aparecerían por la llegada de algún aspecto del nuevo mundo urbano de eficiencia y velocidad. No ha sobrevivido mucho de esas discusiones, proyectos y planes tempranos, pero lo que sobrevivió sugiere que Escuela de carteros, la primera película del equipo Tati-Orain fue concebida desde el principio como una primera prueba de algo mucho más ambicioso” (3).
El cortometraje de 16 minutos describe las vicisitudes de un cartero en bicicleta, a quien se le prepara para acortar el tiempo del recorrido de entrega y recogida de la correspondencia con el fin de conectar más rápidamente con el servicio aéreo postal. Tati –que a la vez obtiene su primer crédito como director en el cine- interpreta a un innominado y torpe cartero rural que en su recorrido por los alrededores y las calles de un pueblo encuentra cientos de obstáculos y situaciones que debe sortear de prisa para cumplir con su objetivo, sin perder de vista la obligada visita al bar local. La broma física construida con precisión milimétrica caracteriza a Escuela de carteros, un filme que casi siempre da en el blanco humorístico. Su éxito era lo que necesitaba Cady-Films para dar paso a un primer largometraje que además iba por lo seguro: cada una de las situaciones de este cortometraje van a aparecer ampliadas –cuando no idénticas- en Día de fiesta (Jour de fête, 1949).
Este primer largometraje de Tati tenía destinatario: los pobladores de Sainte-Sévère. Allá rodaría, entre ellos y con ellos, como una forma de agradecerles la protección que le brindaron durante la ocupación. Fred Orain consiguió 18 millones de francos como financiación para el proyecto, Tati y Henri Marquet escribieron y reescribieron un guion que tentativamente iba cambiando de nombre: Fête au village, Mon Village… y en el que iban uniendo dos líneas narrativas, la de una feria ambulante que llega a un pueblo y la de un cartero en bicicleta, llamado François, en crisis existencial por la inminente tecnificación de los servicios postales, que le lleva a replantearse el modo en que ejecuta su labor. Ya en el cortometraje Soigne ton gauche (1936), que Tati protagonizó, aparecía la figura de un cartero, pero en esa ocasión lo interpretó Max Martel. Orain también fue quien propuso algo absolutamente innovador: Día de fiesta seria rodada en color utilizando un proceso de película repujada diseñado en Francia, el Thomsoncolor, que competiría con el Technicolor norteamericano y la tecnología de la Agfacolor alemana.
Entre mayo y noviembre de 1947 se desplaza a Sainte-Sévère el reducido equipo de producción del filme. La Thompson proveyó las cámaras y el personal técnico para el rodaje a color, pero Orain y el director de fotografía de Día de fiesta, Jacques Mercanton, decidieron –en un momento de lucidez- rodar en paralelo una versión de respaldo en blanco y negro. Esto salvó el proyecto, porque sencillamente el Thompsoncolor jamás funcionó y nunca pudo obtenerse una copia en color del filme. Tati había diseñado la puesta en escena para lucrarse del color, pero tales efectos no pudieron ser apreciados por el público. Pero por lo menos la película pudo salvarse.
El rodaje no fue sencillo por los constantes cambios del clima, el estrecho presupuesto (la mitad de lo que habitualmente costaba un filme en esos momentos) y la utilización de los inexpertos (aunque voluntariosos) habitantes de Sainte-Sévère como figurantes en la película. Cuando pudo concluirse, montarse y ser mostrada a los distribuidores nadie se interesó en Día de fiesta. Aparentemente esperaban una película a color, no había estrellas además de Tati (no es cierto que todos los demás eran actores naturales no profesionales), tenía problemas de sonido y posiblemente no la encontraban lo suficientemente entretenida. Apenas pudo ser estrenada el 11 de mayo de 1949 en Francia, obteniendo una muy mala recepción por parte de la crítica especializada. Sin embargo el público la adoró y la convirtió en una de sus favoritas. Más de 6.8 millones la vieron en el país al momento de su estreno y fue el mayor éxito de taquilla del cine de Jacques Tati.
A veces llegan cartas…
Día de fiesta, pese a su carácter episódico y a su aparente falta de cohesión, cuenta con una inesperada narradora: una anciana que recorre el pueblo con una cabra como mascota. Ella nos presenta y nos describe a los pobladores: conoce bien sus rasgos y su manera de portarse. Incluso los critica y se burla de sus defectos. La anciana hace eso porque es una vecina, no alguien que se crea superior a los demás o que sea un foráneo y desconozca la idiosincrasia local. Ella es parte de ese grupo humano y se considera con pleno derecho a ser entre burlona y severa. Jacques Tati y Henri Marquet la utilizan como personaje del guion para no hacer un filme ciegamente benévolo frente a los habitantes rurales de Sainte-Sévère, pues había el riesgo de convertirlos en seres asépticos por miedo a ofender su susceptibilidad. Los comentarios de la anciana les devuelven su humanidad.
Caso contrario ocurre con los “feriantes”, las personas que llevan la feria ambulante al pueblo. Roger y Marcel provienen de otra parte y por eso el filme los muestra como a un par de avivatos dedicados a burlarse del cartero François, aprovechándose de su inocencia y torpeza. Ellos son los catalizadores de muchas de las burlas que caen sobre el protagonista y son los que disparan el accionar de un filme que depende de lo acertado de las bromas físicas que Tati realiza sobre sí o sobre los demás. En eso Día de fiesta triunfa: Tati conocía su cuerpo y sus posibilidades cómicas, y las explota de manera excepcional. Su figura alta y desgarbada se tropieza, cae, se golpea y golpea a los demás, obstruye, se tambalea, frena, baila, confunde, apresura, obnubila, aparece y desaparece. Súmense a ella los maravillosos efectos sonoros con los que amplifica el efecto cómico y el resultado es un ballet: movimiento, agilidad, música, asombro.
Pero Tati se mueve por un motivo. En este caso lo impulsa el afán de emular la velocidad del servicio de correo de Estados Unidos, cuya tecnología ve François en un filme documental que se presenta durante la feria ambulante. Eso lo cuestiona y lo hace abandonar su rutina para hacer todo a mayor velocidad, azuzado por los feriantes y por el licor que ha consumido. Así pues, la película gira sobre sí misma y en una oportunidad vemos la ronda habitual de entrega y recogida de correspondencia (la tradición) y en la siguiente la ronda acelerada y frenética (la modernidad). De esa tensión entre ambas visiones del mundo saca Tati no solo material humorístico adicional para su personaje, sino que además está fundando la que será su posición como cineasta en sus demás largometrajes: el contraste entre la vida comedida y mesurada que representa al pasado, versus la vida agitada y frívola que simboliza la tecnificación del presente.
Al final del día es la anciana de la cabra la que aporta el resumen de Día de fiesta mientras alecciona a François: “los americanos hacen lo que quieren. Eso no quiere decir que lo hagan mejor. Y si son buenas noticias, siempre hay tiempo para recibirlas”. Punto final.
Referencias:
1. David Bellos, Jacques Tati, Londres, The Harvill Press, 2001, p. 89-90
2. Declaraciones de Jacques Tati recogidas en el documental A l´americaine (2013), de Stéphane Goudet.
3. David Bellos, Op Cit., p. 93
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