Eros & Tánatos: 120 battements par minute, de Robin Campillo
Música electrónica, baile, noche, calor, sudor, adrenalina, humo. La cámara explora esos cuerpos en movimiento y luego los pulveriza, se convierte en microscopio y se va con las microgotas que llenan ese ambiente y por un momento solo vemos eso, partículas de agua, polvo, droplets nuclei, virus. Uno de ellos específicamente, uno con unas reconocibles espículas en su envoltura, uno conocido como VIH.
Ese virus es la causa de los afanes y preocupaciones del grupo de protagonistas de 120 battements par minute (2017), un filme coral sobre las estrategias de lucha del grupo de activistas Act Up París, subsidiario del Act Up norteamericano, de cuyo accionar supimos gracias al documental How to Survive a Plague (2012) de David France. Estos grupos fueron creados a mediados de los años ochenta por pacientes seropositivos ante la necesidad apremiante de poner en circulación medicamentos antirretrovirales que las agencias gubernamentales no aprobaban y que podrían salvar sus vidas y las de los demás afectados. También apuntaban a la prevención de la enfermedad y a la denuncia frente a la indiferencia de las políticas de salud pública respecto a un tema que los afectaba y los segregaba. Y que irremediablemente los iba matando uno a uno.
120 battements par minute recrea las reuniones y actos públicos de Act Up París en los primeros años de la década de los noventa. Hay una clara posición didáctica del filme, orientada a explicar al espectador sobre la transmisión de esta enfermedad y sobre el mecanismo de acción de la terapia. Que sea tan expositiva puede llegar a fatigar, sobre todo porque gran parte del metraje se dedica a detallar las discusiones y polémicas suscitadas en las reuniones semanales del grupo y a mostrarnos de manera episódica sus estrategias de lucha, que en ocasiones rayan con la violencia. Pese a eso hay que destacar el ánimo solidario y el respeto por unas reglas de juego grupales que todos acogen, convencidos del propósito mayor que los convoca: sobrevivir.
La película se tarda un poco en definir una línea narrativa que se centre en alguno de los personajes y los escogidos son Sean, un homosexual seropositivo, y Nathan, un hombre seronegativo que se une al grupo. En su relación afectiva y física van a representar las contradicciones-muy humanas- de aquellos afectados por una enfermedad pero, ante todo, consumidos por el deseo y quemados por las ganas de exprimir la vida hasta el último segundo de ella. El filme nos ilustra sus encuentros sexuales, el riesgo al que se expone Nathan, la progresión de la enfermedad de Sean (interpretado de gran forma por el argentino Nahuel Pérez Biscayart) y el espíritu que los hace seguir ebrios de vida pese a estar rodeados de tanto dolor. Uno podría ver como paradójico que los miembros de Act Up no cambien su actitud festiva pese a la muerte de sus compañeros, pero lo entiendo cómo un mecanismo de resistencia ante un hecho frente al cual no quieren sentirse derrotados.
Pero la muerte terminará por imponerse y 120 battements par minute es también un réquiem. Así como el director Robin Campillo sacó tiempo para describir la vida y el amor, saca tiempo para lamentar la muerte, para hacernos partícipes de esos instantes de dolor más allá de las palabras. No es fácil ver morir a alguien, no es sencillo enfrentarse a un cuerpo ya inerte. Campillo respeta los sentimientos involucrados pero no nos ahorra detalle. Su franqueza puede quizá incomodar, pero nos habla de fragilidad, de fugacidad, de dejar de asumirnos como eternos. Y después, aunque se oiga absurdo, vendrá el amor, la vida, la celebración física, Eros y Tánatos unidos, confundidos, hechos uno solo. En la vida y en el cine.
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