Este adiós que contemplaste: De dioses y hombres, de Xavier Beauvois
Son admirables las películas que logran retratar de manera precisa estados de ánimo, sentimientos y pensamientos. Batallas mentales antes que guerras físicas, tormentas interiores antes que acciones externas, la introspección sobre la risotada franca. El realizador que se da a la tarea de mostrarnos lo que no tiene forma, no da sombra y no es evidente, tiene un trabajo adicional y obviamente un mérito mayor, dada la calidad visual del cine, que privilegia lo tangible.
De ahí el valor enorme de una película como De dioses y hombres (Des hommes et des dieux, 2010), una perla preciosa del cine francés que invito a disfrutar sin prevención alguna. Su director, Xavier Beauvois, obtuvo con ella el Gran Premio del Jurado en Cannes el año anterior, un galardón que honra la calidad de esta cinta reflexiva que nos cuenta la historia real de unos monjes franceses de una comunidad cisterciense, que vivían en el monasterio de Nôtre Dame de l´Atlas, en la región de Tibhirine, en Argelia.
Estos sacerdotes católicos, que tenían un dispensario médico y vivían en armonía con la comunidad local, quedaron en 1996 atrapados en medio del conflicto entre grupos integristas islámicos y el gobierno argelino. Su seguridad personal quedó seriamente comprometida y se les recomendó abandonar el país.
La película es el relato de su lucha personal y colectiva para conciliar sus comprensibles temores con la dimensión y responsabilidad de su misión. Son ocho inicialmente –uno más se integrará a ellos al final- y a cada uno vamos conociéndolo, individualizando, sintiéndonos de su lado y dando testimonio no solo de sus naturales miedos, sino de la fuerza del ancla que los sostiene ahí: su infinita fe.
Si en Ángeles y demonios (2009), Robert Langdon (el personaje que interpreta Tom Hanks), interpelado por el Camarlengo, afirma irónico que “La fe es un don que aún no me ha sido concedido”, los monjes de De dioses y hombres poseen el privilegio de estar llenos de fe. Eso los pone a salvo, los conforta y le da sentido a un sacrificio que saben irreversible.
Xavier Beauvois consigue que sintamos sus contradicciones, pero también el tamaño de su credo. La escena –de estremecedora belleza- en que se reúnen por última vez a cenar, es un resumen sin palabras de todo lo que sienten. Dice el Salmo 82, que el filme usa como epígrafe: “Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo; Mas como hombres moriréis, como príncipes caeréis”. A su destino se entregaron. Ya nada temían.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 15/09/11). Pág. 18
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