¿Experiencia religiosa?: Contacto, de Robert Zemeckis
Durante toda la proyección de Contacto (Contact, 1997) no pude dejar de pensar en François Truffaut, inmerso y perdido en medio de Encuentros cercanos del tercer tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977). Y lo recordé, pues sólo la muerte -que triste esto- nos salvó de ver a Carl Sagan haciendo, con toda seguridad, un pequeño papel en este filme de Robert Zemeckis. Me lo imaginaba como Truffaut -rara avis- todo inocencia y todo corazón, sin saber que sería el gancho perfecto y exótico para esta cinta.
Curiosa carrera la de Zemeckis: este director lleva prácticamente veinte años haciendo la misma clase de películas, empeñado en hacernos creer que hay arte y talento donde no hay nada distinto a una pose falsa disfrazada tras toneladas de efectos especiales, su más adorado recurso. ¿Exagero? Robert Zemeckis es el hombre tras I Wanna Hold Your Hand (1978), una comedia donde casi llegamos a creer que hemos visto en pantalla a los Beatles, cuando en realidad todo ha sido un inteligente truco. ¿Y a que no adivinan quién fue el productor ejecutivo de este filme? Un hombre llamado Steven Spielberg, que a partir de ahí se convirtió en el padrino de Zemeckis y de su compañero fílmico, el guionista y productor Bob Gale.
Vino luego una seguidilla de películas prescindibles como Used Cars (1980) o Dos bribones tras la esmeralda perdida (Romancing the Stone, 1984), para llegar a la exitosa trilogía de Volver al futuro (Back to the Future, 1984; Back to the Future Part II, 1989; Back to the Future Part III, 1990), con un breve intermedio para -ahora sí- deleitarnos con ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit?, 1988) y volver de nuevo a sus discutibles cauces con La muerte le sienta bien (Death Becomes Her, 1992). Hasta ahí es poco lo que podemos decir: el estilo de Zemeckis ha sido moldeado indudablemente por el de su maestro y mentor, de ahí que en sus trabajos predomine un tono leve, dirigido primordialmente a una audiencia juvenil ávida de una descarga de acción y de efectos especiales, con películas -hay que reconocerlo- de buena factura visual y técnica. Que tras la parafernalia visual haya una historia coherente y valiosa, es algo secundario…
Pero Robert Zemeckis sentía que era necesario convertirse en un autor respetado y de ahí a Forrest Gump (1994) no hubo sino un paso. Apoyado por el enorme talento de su editor, Arthur Schmidt, y el de la Industrial Ligth & Magic, la compañía de efectos visuales de George Lucas, Zemeckis dirige una historia indefinible e inclasificable, que es a su vez la más personal de sus realizaciones y la de más extrema manipulación: acá los efectos especiales no fueron diseñados para realzar la trama, es la trama misma la que fue construida para realzar los efectos especiales. Lo importante es el efecto, la manipulación visual y sobre ellos gira la historia. No hubo nada que hacer: el filme sedujo a la Academia de Hollywood, que llevó a Zemeckis al Olimpo de los directores que ostentan una estatuilla dorada en casa. Honores sin fin a una carrera irregular donde el talento ha sido una palabra de esas que no abundan.
El espacio, versión Robert Zemeckis
Empeñado en emular a sus maestros Spielberg y Lucas, Zemeckis deseó entonces hacer su propia versión de Encuentros cercanos del tercer tipo. No era una difícil empresa. Poseía el dinero y la tecnología, y ya sabemos que en su manera de ver el cine eso es más importante que lo qué se cuenta. Y sin embargo la fuente original de Contacto sí es valiosa, toda vez que proviene de la novela homónima que Carl Sagan escribiera en 1985.
Durante toda su trayectoria profesional, el añorado astrofísico y científico norteamericano fue ante todo un maestro que, sin egoísmos, puso al alcance del público en general un acervo cultural casi ilimitado. Sagan llevó la historia del universo y de la exploración del espacio al hogar de cada uno con sus palabras sencillas que tenían, sin embargo, la contundencia del que domina el tema y la seguridad de quien sólo confía en aquello plenamente demostrado. Pocas veces se dio el lujo de especular, de dar explicaciones alejadas a su convicción profesional, tan escéptica como rigurosa y que permanentemente advertía sobre los peligros del saber pseudocientífico. Y cuando quiso dar rienda suelta a su imaginación y a sus deseos de saber con quiénes compartíamos este enorme cosmos, recurrió a la escritura de una obra de ficción en forma de novela, pero sin traicionar en ningún momento su credo, que se desliza incesante a lo largo de todas sus páginas. Contacto, con toda su fabulación, está de todas formas circunscrita a unos parámetros reales, de cosas y eventos que podrían -en determinadas circunstancias- llegar a ocurrir. No hemos arribado a un texto de Arthur C. Clarke o de Ray Bradbury, eso está claro.
De pronto un autor especulativo le hubiera convenido más a Robert Zemeckis. A lo mejor algún guion con alienígenas amorfos al estilo de E. T. (E. T. The Extra-Terrestrial, 1982), o con las naves de La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977) se hubiera acomodado mejor a sus ambiguas pretensiones, pues creo que acá nace el principal problema de Contacto: la ambición de su realizador pretendió convertirla en una película que quería decir mucho -y con el rigor de la ley escrita, que es lo peor-, pero que terminó sin llegar a ser nunca nada concreto.
Imagino el temor y la desconfianza que tenía Sagan al entregar su obra a los mercaderes del cine. No por nada hizo parte del grupo que elaboró el guion y participó además como coproductor, pero la muerte ¬en una mala jugada- se lo llevó y, con él, el control que hubiese podido ejercer sobre este filme. De esta manera Contacto tiene más del cine de Zemeckis y menos de la nobleza de Carl Sagan de lo que uno hubiera querido ver. Y, atención, esta película no se inspira en Cosmos o en sus propósitos, y ninguna de sus imágenes corresponden a esta serie televisiva.
La película tiene un planteamiento inicial desesperadamente lento y llenó de los más manidos y convencionales clichés del cine de Hollywood: la niña inquieta e interesada en la onda corta y en las estrellas deviene en una mujer inteligente graduada con honores que, sin embargo, termina acostándose con el primer gringo que encuentra en Arecibo. Añádanse, por favor, los obligados flashbacks que nos muestran que su padre la dejó huérfana muy joven. El científico oficial que se encargará de cortarle los fondos para su búsqueda de inteligencia extraterrestre llegará pronto, no se preocupen.
Y esa inteligencia espacial se manifiesta y con ella, el despliegue gimnástico de efectos que Zemeckis ansiaba darnos: al hallazgo caen, como lobos, la comunidad mediatica y el staff completo de CNN, con Bernard Shaw y Larry King a la cabeza; Jay Leno y otros personajes populares hacen su aparición, para dar -según los productores- verosimilitud, pero lo que en realidad logran es confundir al espectador poco atento, que tiene a los prestigiosos comunicadores que ve en pantalla como personas de fiar, pues siempre le han transmitido hechos noticiosos, cosas reales, la verdad. Y es probable que ese mismo espectador le otorgue entonces cariz de real a la impostura que el director nos ofrece a manos llenas y que llega a su desafortunado culmen cuando involucra -involuntariamente- al propio presidente Clinton en esto. Ya no hay límites que superar…
Hasta aquí la burla es tolerable: es el estilo visual y el ambiente falso de Forrest Gump con otra historia. Pero Zemeckis insiste en mostrarnos que carece de pudor. Convencido de que un rayo divino le tumbó de su caballo en el camino a Damasco, el director se cree en la obligación de ungirnos con su palabra: Contacto se convierte entonces en una disquisición superficial y estéril sobre las razones de la ciencia, contrapuestas a los motivos de la fe. Y, claro, si Bill Clinton aparece en pantalla, la película debe ser políticamente correcta. Por eso existe el absurdo personaje de Palmer Joss (Matthew McConaughey), equívoco predicador oficial de la doctrina religiosa del imperio. De esta forma, el viaje al espacio que emprende la protagonista nos lo muestran casi como una experiencia religiosa, antes que como un verdadero periplo cósmico, pues la lección es clara: si no crees en nada superior, entonces tus conocimientos y tu talento no tienen justificación alguna. Tu valor está entonces en entredicho y es igual que si en vez de creer en un Dios superior, creas en una nación superior a la que debas rendir culto. Grave, ¿no?
Y eso no es lo que pensaba Carl Sagan. Para los que creyeron ver en esta película los postulados de tan admirable científico van estas palabras, extraídas de su propia obra: “Ustedes ven, la mayoría de las personas religiosas realmente piensan que este planeta es un experimento. A eso es a lo que se reducen sus creencias. Uno u otro dios está siempre castigando o husmeando, involucrándose con las esposas de comerciantes, dando mandamientos en las montañas, ordenando que mutiles a tus hijos, diciéndole a la gente qué debe y qué no debe decir, haciéndolos sentir culpables de ser felices, y cosas como esas. ¿Por qué no pueden los dioses dejarnos en paz? Toda esta intervención habla de incompetencia [ …]”. Creo que hay poco que añadir…
Lo que más me duele es que Zemeckis en su furor cree estar haciendo la versión mejorada de 2001: odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) y es triste que gran parte de los espectadores desconozcan la obra de Stanley Kubrick y no puedan siquiera compararlas. Viéndolo bien, tampoco podrían hacerlo: ambas películas no son parangonables. 2001 deja inquietudes, preguntas sin resolver, la extraña sensación de haber asistido a un viaje místico hacia lo más profundo del ser humano, donde encontramos temores, silencios y oscuridad. La máquina versus el ser, el razonar frío enfrentado a la vida sensible, que irrumpe sin tregua. Este filme tiene peso, donde Contacto es etérea, predecible, fugaz e irresoluta. No nos dejemos engañar por los paisajes espaciales elaborados por un computador y por los efectos visuales y lumínicos; tras ellos sólo está el vacío. No hay acá un solo plano memorable, alguna escena que nos muestre inteligencia o bravura: no hay un director hábil o confiable al mando, tan sólo genios de la animación digital, tan fríos como calculadores.
Viaje a las estrellas… de Hollywood
Adrede he dejado de mencionar a la protagonista de Contacto. Jodie Foster es probablemente el único motivo que hace valiosa a esta película. Su enorme carisma ilumina todos los momentos en que aparece en este filme y casi que lo justifica. Los años han ido moldeando su rostro aún lozano, pero su sonrisa y su mirada continúan gozando de un vigor juvenil al parecer eterno. Junto a ella, en un papel menor y satírico, aparece Rob Lowe, con quien protagonizara Secretos de un hotel (Hotel New Hampshire, 1984) hace ya varios años. La carrera de cada uno siguió rumbos distintos y el actor es hoy una figura menor afectada por diversos escándalos, mientras ella continúa a la vanguardia de las actrices fundamentales del último trecho de este siglo.
En Contacto, Jodie Foster tiene un papel protagónico que -creo- no debe haber demandado para ella mucho esfuerzo, toda vez que la llaneza del artificioso guion le ahorró una caracterización más exigente. Su personaje, Elly Arroway, está inspirado en una mujer real, Jill Tarter Ph.D., directora del Programa Phoenix, del Instituto de Búsqueda de Inteligencia Extra Terrestre (SETI, por sus iniciales en inglés). Los demás actores parecen fantasmas: son sólo parte del decorado, tan ficticios como prescindibles. El director, más habituado a tratar con computadores y animadores gráficos, se da el lujo de desperdiciar a gente tan valiosa como John Hurt, James Woods o Angela Basset. Allá él.
Poco hay que añadir: no es ésta una película que Carl Sagan hubiera disfrutado a plenitud y es flaco el homenaje que le hacen al final con una impostada dedicatoria. Si usted quiere recordar a ese hombre iluminado, por favor lea Cosmos o su obra póstuma, El mundo y sus demonios. Ahí está de cuerpo entero, no a jirones como en Contacto, cinta a la que el olvido -juez implacable- se encargará de situar en el lugar adecuado.
Publicado en la Revista Kinetoscopio no. 42 (Medellín, vol. 8, 1997). págs. 58-61
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1997
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