Familias severamente fracturadas: De tal padre, tal hijo, de Hirokazu Kore-eda

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“Existen todo tipo de familias”, explica Ryota Nonomiya, el protagonista de De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni Naru, 2013),  del director japonés Hirokazu Kore-eda. La frase no valdría la pena destacarla, si no fuera porque el cine del guionista, productor, documentalista y director Kore-eda se ha consagrado a la descripción de la gran variedad de familias que existen, conformando de este modo una filmografía muy consistente, con un sello autoral propio y reconocible película tras película.

Nacido en Tokio en 1962, estudió literatura en la Universidad de Waseda con la ambición de ser novelista pero luego de graduarse prefirió dedicarse a los medios audiovisuales y consiguió empleo como asistente de dirección en TV Man Union, una compañía de televisión independiente. Debutaría como director de cortometrajes documentales en 1991 y haría ocho de ellos antes de hacer su primer largometraje, Maborosi (Maboroshi no hikari, 1995). A partir su segunda cinta, After Life (Wandâfuru raifu, 1998) empezó a elaborar él mismo el guión y a hacer el montaje. Su tercera película, Distance (2001), compitió por la Palma de Oro en Cannes; con su siguiente filme Nadie sabe (Dare mo shiranai, 2004) –que muchos consideran su obra maestra- vuelve a ese festival y logra ganar el premio al mejor actor, conseguido por Yûya Yagira, que en ese entonces apenas tenía catorce años. A partir de ahí Kore-eda se convierte en permanente invitado a los circuitos de festivales de cine: Hana (2006) concursó en San Sebastián, Caminando (Aruitemo aruitemo, 2008) se presentó en Mar del plata, Air Doll (2009) en Chicago, mientras con Milagro (Kiseki, 2011) vuelve a San Sebastián y gana el premio al mejor guion. Para terminar este recuento, De tal padre, tal hijo, obtuvo el Premio del Jurado en Cannes en 2013. Si quieren encontrar el cine de Kore-eda ya saben dónde encontrarlo.

Nadie sabe (Dare mo shiranai, 2004)

Nadie sabe (Dare mo shiranai, 2004)

Desde Nadie sabe el público supo que estaba surgiendo un director de firme pulso narrativo. Los ciento cuarenta minutos del filme se pasan sin que uno los note, tal es el embeleso y la tensión que genera este relato de cuatro hermanos abandonados a su suerte por su madre en un apartamento y cómo se las arreglan para sobrevivir liderados por el mayor de ellos, Akira (Yûya Yagira), un adolescente que debe hacerse cargo de tres niños, probablemente todos de distinto padre. Madre ausente, padre o padres inexistentes. Y en el centro los niños: resignados, esperanzados, valerosos. La película se enfoca en ellos y obtiene así el drama suficiente para conmovernos y asombrarnos de su resistencia frente a la adversidad. Hay algo ahí de La piel dura (L’argent de poche, 1976) de Truffaut en esa capacidad inaudita de asumir la adversidad con tanta entereza, pero también –en el otro espectro- hay mucho del Peter Brook de El señor de las moscas (Lord of the Flies, 1963) cuando el caos va contaminando el aparente orden que imperaba en esa microsociedad que estos jóvenes crean.

Los niños -tan perfectamente delineados, tan justamente valorados- vuelven a ser los protagonistas de Milagro, una cinta donde dos hermanos geográficamente separados por el divorcio de sus padres, apelan hasta a lo sobrenatural para reunir a la familia. Vuelven ecos de Truffaut –el guiño a Les Mistons (1957) no pasará inadvertido para ningún cinéfilo- pero se añade esta vez la festividad aventurera del Takeshi Kitano que nos presentó El verano de Kikijuro (Kikujirô no natsu, 1999). En ambos filmes de Kore-eda la mirada es la de los niños. Los adultos son una ausencia, un recuerdo, una voz, una carta, un anhelo.

Milagro (Kiseki, 2011)

Milagro (Kiseki, 2011)

El ideal de la familia protectora no se cumple en estos jóvenes desamparados. La fractura familiar los hace víctimas sin interlocutor alguno. Algo similar ocurre en De tal padre, tal hijo, en la que los adultos son los que toman decisiones inconsultas sobre un futuro que va a cambiar por completo la vida de unos niños a los que de nuevo percibimos como involuntarias víctimas de una dinámica familiar hecha trizas.

De ahí que la película que mejor describa las difíciles relaciones entre padres e hijos sea Caminando, pues se trata de hijos adultos en relación con padres ancianos, donde aparentemente sí es posible un diálogo. El tipo de drama ya es un lugar común: los hijos que vuelven a la casa paterna para conmemorar un aniversario familiar importante y van allí a surgir cuentas sin saldar y heridas crónicamente abiertas. La maestría de Kore-eda está en darle espacio y motivos a cada uno de los miembros de esa familia, centrándose en el padre –frustrado por la muerte de su hijo mayor e inconforme porque el hijo menor no quiso ser médico como él lo es- y en el hijo, que intenta vivir lejos del influjo paternal y se atreve a retarlo casándose con una viuda que ya tiene un niño. Tras las buenas maneras y la diplomacia japonesa se esconde un volcán de resentimiento, dolor y soledad que va a hacer erupción dosificadamente, como el maestro Yasujirô Ozu -a quien esta cinta rinde tributo- solía mostrarnos.

De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni Naru, 2013)

De tal padre, tal hijo es un nuevo capítulo en su exploración de la disfuncionalidad familiar, esta vez contándonos de una situación límite que sin duda ha alimentado a varias telenovelas mexicanas. Dos familias diametralmente distintas en lo social se ven involuntariamente unidas por un nexo que les hace reevaluar lo que implica ser padre sin importar que haya nexos biológicos. Abundan los estereotipos y el tono moralizante le hace perder pureza al relato, pero esto no disminuye la fuerza de una historia que Kore-eda, especialista en lazos rotos, ha elaborado con la delicada artesanía de sus ancestros. Es cosa de familia, sin duda.

Publicado en la edición digital de la revista Arcadia No. 104 (Bogotá, mayo de 2014)
©Publicaciones Semana S.A., 2014

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