Fierecillas domadas: El hombre tranquilo, de John Ford
“Estaba harto de luchar y lo que ahora quería era paz. Se fue tranquilamente a buscar a los viejos y amables amigos y buscó a su alrededor el lugar y la paz que quería”.
-Maurice Walsh, The Quiet Man
“Soy una persona apacible, tranquila”
-John Ford
Las cocciones lentas dan como resultado los platillos más apetitosos, gustosos y sazonados. La historia de la realización de El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952) tuvo un proceso laborioso y lento: quince años de espera y preparaciones que la convirtieron en una obra deliciosa y jugosa al momento de su estreno, y que más de sesenta años después continúa arrojando sobre el espectador la misma magia ingenua —pero tremendamente efectiva— que en su época esparció.
Todo empezó cuando Maurice Walsh publicó su cuento “The Quiet Man” en The Saturday Evening Post en 1933. El director John Ford lo leyó, vio sus bondades, se sintió muy cercano y muy afín a lo narrado y empezó a hacer planes con esa historia de un hombre, un ex boxeador, que vuelve a casa, que vuelve a Irlanda, el país donde nacieron los padres de Ford. El 25 de febrero de 1936 compró los derechos de filmación del relato por diez dólares (añadiría otros 2.500 dólares al iniciarse la producción del filme). Nadie parecía, sin embargo, interesado en financiar su proyecto.
Ford siguió haciendo su cine, pero nunca olvidó su historia irlandesa. Es más, en 1944 hizo un acuerdo verbal con los actores John Wayne, Maureen O’Hara, Barry Fitzgerald y Victor McLaglen para estelarizar el filme si alguna vez se llevaba a cabo. La actriz recordaba pasar varios fines de semana con Ford en su barco privado, el Araner, tomando dictado de ideas para el filme: “Mandaba a los niños a la playa a nadar, ponía los discos de música irlandesa y mordisqueaba su pañuelo mientras yo tomaba notas con mi taquigrafía Pittman y las pasaba a máquina después” (1). Cuando Ford y el productor Merian C. Cooper formaron Argosy Pictures como compañía independiente, El hombre tranquilo estaba encabezando la lista de proyectos para ser llevados a cabo, pues pensaban que tendrían la financiación y el apoyo del productor Alexander Korda, pero la verdad es que el proyecto continuaba en el limbo.
Un acuerdo de tres películas que realizaron con la compañía RKO incluía hacer El hombre tranquilo si la primera película era un éxito, pero hacer El fugitivo (The Fugitive, 1947), en cambio, le dejó a Argosy medio millón de dólares de deudas. Incluso los siguientes westerns de Ford fueron una forma de pagar esas obligaciones económicas. Mientras tanto el guion del filme pasó de las manos de Richard Llewellyn a las del guionista Frank S. Nugent, que ya había escrito cuatro filmes para Ford desde Fort Apache (1948). “Preparamos mucho el guion, fuimos trazando la historia con mucho cuidado, pero de modo que si se presentaba una oportunidad de hacer comedia, pudiéramos meterla” (2), le relataba Ford a Peter Bogdanovich.
Fue la intervención de John Wayne la que salvó el futuro filme del naufragio definitivo. Estando bajo contrato con Republic Pictures —una compañía especializada en westerns y películas de serie B— le comentó al jefe del estudio, Herbert Yates, que el mismísimo John Ford estaba buscando quién le financiara este filme. A Yates sin duda le interesaba contar con él en el estudio, pero se aprovechó de la situación y exigió que el director hiciera otro filme antes que ese y que además fuera un éxito. El resultado fue la tercera de sus películas sobre la caballería, Rio Grande (1950), donde participaron, curiosamente, Wayne, O’Hara y McLaglen, los mismos que veremos en El hombre tranquilo. Yates tuvo que aceptar. Incluso Ford se lo llevó a Irlanda para conmoverlo y convencerlo, pero el director debió acceder a cortar costos y los actores, a rebajarse el sueldo. El presupuesto rondó el millón y medio de dólares.
En los quince años que median entre el año de la compra de los derechos del cuento y el primer día de rodaje del filme en Irlanda, el 6 de junio de 1951, la carrera de John Ford en Hollywood se solidificó. Fue el periodo de éxitos prácticamente sucesivos: La diligencia (Stagecoach, 1939), El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939), Tambores de guerra (Drums Along the Mohawk, 1939), Las uvas de la ira (Grapes of Wrath, 1940) y ¡Qué verde era mi valle! (How Green was my Valley, 1941); fue el momento de su compromiso con los esfuerzos propagandísticos de guerra, reflejado en los documentales de corto y largometraje que realizó para el ejército; fue volver a la vida civil con grandes westerns obligados a triunfar como Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, 1946), Fort Apache (1948), La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949), Wagon Master (1950) y, claro, Rio Grande. Incluso le alcanzó el tiempo para hacer otro documental, esta vez sobre la guerra de Corea.
Quizá era el momento de detenerse, de hacer una pausa y de mirar hacia sus raíces irlandesas; era para él, también, el momento de volver a casa. “Ford huía de la violencia, el éxito material y las inesperadas consecuencias del sueño americano. El hombre tranquilo sería su exorcismo personal del demonio de la guerra” (3), escribe Joseph McBride en su excelente biografía de este director, para añadir luego que “Ford tenía que dejar América para examinarse, comprenderse y reinventarse a sí mismo en ese momento clave de su existencia” (4).
El personaje protagónico pasó de llamarse Shawn Kelvin en el cuento original a Paddy Bawn Enright cuando, en 1935, Maurice Walsh incluyó a The Quiet Man —en versión expandida— en su libro de relatos Green Rushes; sin embargo, terminaría llamándose Sean Thornton en la película. Sean equivale en gaélico al nombre de Ford, mientras Thornton es el apellido de sus primos. De muchas formas, era él el que volvía. Por eso este relato es tan cálido, tan idealizado, tan romántico. Ford retorna al paraíso perdido que sus padres dejaron para irse a Norteamérica, y lo hace con una historia complaciente, divertida y tremendamente irlandesa.
La nostalgia por lo irlandés siempre había estado presente en su obra, como lo atestiguan filmes como The Shamrock Handicap (1926), Hangman’s House (1928), la magnífica El delator (The Informer, 1935) o The Plough and the Stars (1936), cintas que sin embargo fueron filmadas en estudio en Estados Unidos. Por eso era tan llamativo y especial que El hombre tranquilo se rodara directamente en Irlanda, algo muy poco usual en las producciones de Hollywood de la época. Las seis semanas de rodaje en suelo irlandés, en la localidad de Cong, contaron con solo seis días de algo de sol, lo demás fue lluvia, nubes oscuras y viento constante. Pero Ford estaba feliz: “la rodé en mi patria chica. Los actores eran viejos amigos de la familia” (5). Además fue un proyecto familiar: en la película participaron los hijos de Ford, Barbara y Patrick, su hermanos Francis y Edward, su cuñado y un futuro yerno. Por parte de John Wayne estuvieron en el filme sus cuatro hijos y su esposa; mientras que por el lado de Maureen O’Hara fueron incluidos en el filme dos de sus hermanos. Varios de los actores secundarios de la película provienen del grupo Abbey Players de Dublín, donde esta actriz empezó su carrera.
El de Sean Thornton (Wayne en su versión más fresca y natural) no es un regreso con gloria, es una huida que busca sanar heridas físicas y mentales, y poner el alma en paz. Ford lo envía de regreso, pero no a la Irlanda real, décadas después de que Sean la dejó siendo un niño, sino que lo lleva a la Irlanda imaginada en sus recuerdos de infancia, esa patria idílica y onírica que su madre fallecida le recuerda en una voz en off al principio del filme. El pueblo se llama Innisfree y no existe en la geografía irlandesa, solo en la imaginación de Ford y su guionista. Y esa es precisamente la sensación y el tono del filme: el de estar ante un país y un pueblo fabulados antes que experimentados, imaginados antes que vividos, anhelados antes que padecidos. La mezcla de fábula, imaginación y anhelo da como resultado una textura cálida, de tenue comedia y discreto drama, donde todo es posible, donde los estereotipos irlandeses abundan sin atragantar, donde toda canción tiene un motivo y un propósito, donde los fenómenos atmosféricos se confabulan para acercar a una pareja. Este es un Ford distinto, menos riguroso, menos consciente de su grandeza y, a la vez, haciendo un cine grande en su falta —totalmente consciente— de ataduras narrativas o lógicas. Lo que a El hombre tranquilo le falta en rigor le sobra en corazón y eso se nota. Y, sobre todo, eso se disfruta.
Sin duda, el aspecto más llamativo de esta historia de amor es la lucha de los sexos que se da entre los dos protagonistas del filme, Sean y la pelirroja Mary Kate (Maureen O’Hara). Ella es una fierecilla, rabiosamente independiente, que se enamora de Sean casi en un acto de rebeldía, y que no accederá a consumar su unión conyugal hasta que su marido reclame la dote que Will Danaher (Victor McLaglen), el hermano de Mary Kate, le niega. Sean y su esposa son, a su modo, fierecillas domadas, seres a los que la vida puso frente a un reto vital más grande que ellos y al que debieron rendirse. Él vio a alguien morir como consecuencia de sus actos y eso lo hizo encerrarse en sí mismo y huir para volver a empezar, para no morirse también. Ella sucumbe ante el amor, ante un sentimiento inédito que le quita el piso bajo sus pies y la hace por fin volar e imaginar ser feliz lejos del yugo de su familia. Ambos, sin embargo, deben asumir una prueba más: él debe romper su voto de quietud y demostrar su arrojo frente a Will; ella debe bajar la cabeza y dejar de lado su inveterado orgullo. Lo dice claramente el director inglés Lindsay Anderson al escribir de este filme: “Ford nos enseña que los miembros de esta impulsiva pareja no podrán vivir juntos hasta que ambos hayan aprendido a ser humildes y ambos hayan conseguido lo que quieren” (6). Tras ello vendrá, por fin, la calma. La anhelada quietud.
Anderson se entrevistó por primera vez con Ford en Dublín en el hogar de los familiares de Maureen O’Hara, el día antes de que partiera para Hollywood, tras rodar este filme. Escribe Anderson al finalizar su diálogo que “El hombre tranquilo tiene ante sí una tremenda responsabilidad, pues su éxito o su fracaso pueden afectar la actitud que adopte Ford en el futuro en relación al mundo del cine” (7). Ford llegó a pensar que esta sería su última película, pero la enorme acogida y el cariño que despertó El hombre tranquilo lo impulsó a continuar su obra. Con este filme obtuvo, además, su cuarto y último premio Oscar como mejor director. “Nunca ha habido necesidad de redescubrir El hombre tranquilo: todas las generaciones siguientes han aceptado que se trata de una obra maestra” (8), escribe el biógrafo Scott Eyman.
El feliz retorno de un filme
Pese a una restauración que se hizo en los archivos de cine y televisión de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), a cargo de Bob Gitt, hace unas tres décadas, ver El hombre tranquilo fue durante muchos años una decepcionante experiencia audiovisual: circulan varias ediciones en video de pésima calidad, incluyendo una en DVD realizada por Artisan en 2002 que es absolutamente insufrible, como si se tratara de una copia de una versión de 16 mm y no se hubiera utilizado como master la cinta restaurada. No se disponía de una transferencia decente a video ni en Estados Unidos ni en Europa, e infortunadamente la película se veía por completo “lavada”, sin rastro alguno de la riqueza original del Technicolor.
Desde el año 2012 empezaron a surgir noticias respecto a una nueva restauración del filme, para su aparición en formato de Blu-ray, celebrando los sesenta años del estreno de la película. Olive Films, una pequeña compañía situada en los suburbios de Chicago y creada en 2002 por el iraní Farhad Arshad, está digitalizando en alta definición películas de los catálogos de Paramount Pictures y de Republic Pictures y haciendo sus propios masters en alta definición (HD, High Definition) a partir del material disponible. Obviamente, una de las películas clave de Republic es El hombre tranquilo, pero Olive Films decidió no utilizar la restauración de la UCLA sino hacer una nueva digitalización de 4K (4000 pixeles de resolución horizontal) a partir del negativo original. Dado que el Technicolor implica tener tres negativos y no solamente uno, el trabajo de restauración habrá sido arduo; sin embargo, Olive Films no ha dado mucha información respecto al proceso que llevó al lanzamiento de El hombre tranquilo en formato de alta definición en 2013. La empresa también puso en circulación una versión restaurada en DVD.
Creo que los admiradores del filme no requerimos en realidad de muchos detalles técnicos cuando el resultado luce tan esplendoroso como este. Es como si nunca hubiéramos visto El hombre tranquilo y esta película apareciera por primera vez ante nuestros ojos, completamente nueva y rebosante de vida. La definición es excepcional y los colores de la campiña irlandesa relucen con enorme intensidad, así como el cabello pelirrojo de Maureen O’Hara o las rosas rojas que adornan los jardines y los floreros de las casas. La película se convierte en un festín visual embriagador, quizá algo saturada por momentos, pero que por fin le hace justicia al premiado trabajo del cinematografista Winton C. Hoch —ganador del Oscar por este filme— a quien Ford va a encomendarle después la fotografía de Más corazón que odio (The Searchers, 1956). La banda sonora que compuso Victor Young para el filme viene para la ocasión en el sistema DTS (Digital Theater System)-HD Master Audio en una mezcla monofónica que conserva la experiencia auditiva original y permite un sonido envolvente para el entorno doméstico.
El ensayista, crítico y académico estadounidense Tag Gallagher, autor del texto cumbre sobre este director, llamado John Ford – El hombre y su cine, dice que para él hay un fotograma de El hombre tranquilo que resume la obra de John Ford. En él vemos a Sean —en la mañana siguiente a su fallida noche de bodas— ofreciéndole a Mary Kate una sencilla flor amarilla, un botón de oro. Dice Gallagher, tras destacar la omnipresencia de las flores en por los menos veinte filmes de Ford, que “con el botón de oro Sean expresa su deseo de darle rosas a Mary Kate, de darle hijos, de darle belleza a la belleza” (9). En el libro vemos el fotograma mencionado, capturado de una de esas versiones espurias en video que hasta hace poco eran las únicas que circulaban. Incluso en la versión gratuita del libro en formato PDF que él mismo puso a circular en internet, Gallagher utilizó esta imagen para ilustrar la portada del texto. Sin embargo, ya tiene la posibilidad de cambiar la foto por una captura de la misma imagen tomada directamente de la versión restaurada. Su poderoso simbolismo cromático sería entonces mucho más diáfano (10). Tanto como lo es, otra vez y ojalá para siempre, este filme.
Referencias:
1. Scott Eyman, John Ford – Print the Leyend, Madrid, T & B Editores, 2006, p. 389.
2. Peter Bogdanovich, John Ford, 4ª ed., Madrid, Editorial Fundamentos, 1997, p. 89.
3. Joseph McBride, Tras la pista de John Ford, Madrid, T & B Editores, 2004, p.558.
4. Ibíd., p. 559.
5. Tag Gallagher, John Ford – El hombre y su cine, Madrid, Ediciones Akal S.A., 2009, p. 373.
6. Lindsay Anderson, Sobre John Ford: escritos y conversaciones, Barcelona, Ediciones Paidós, 2001, p. 209.
7. Ibíd., p. 39.
8. Scott Eyman y Paul Duncan, John Ford – Las dos caras de un pionero, 1894 – 1973, Köln, Editorial Taschen, 2004, p. 143.
9. Tag Gallagher, Op Cit., p. 378.
Nota del autor sobre esta cita: En el texto original de Gallagher, este escribe en inglés: “In the form of a buttercup he expresses his wish to give roses to Mary Kate, to give her children, to give beauty to beauty”. El traductor al español, Francisco López Martín, cambia la última parte de la frase por “de darle una flor tras otra”. He preferido alterar la traducción y opté por “de darle belleza a la belleza”, que me parece más exacto.
10. La realidad es tristemente más prosaica: en una comunicación personal, Tag Gallagher me informa que el PDF no se puede modificar, pues no es posible actualizar el contenido sin cambiar el enlace al texto, el cual ya ha sido ampliamente difundido en diversos sitios web. Y respecto al libro impreso me dice que “por desgracia, no hemos podido tener color en el libro”.
Publicado en la Revista Universidad de Antioquia No. 313 (Medellín, julio-septiembre/2013). págs. 103-108
©Editorial Universidad de Antioquia, 2013
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