Con sabor hogareño: First Cow, de Kelly Reichardt

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El séptimo filme de Kelly Reichardt resulta ser una maravilla, siempre y cuando el espectador permita, con paciencia, que la directora vaya disponiendo apropiadamente todos los elementos necesarios para su cocción. First Cow (2019) es un platillo que requiere atención, tanto durante su preparación como a la hora de degustarlo. Es un asunto de sensibilidad, de darse el gusto de paladear unos personajes que quizá en otro tipo de película serían secundarios, pero que acá encuentran su propio lugar, gracias a un guion que supo cómo describirlos y darles vida.

La película, basada en la novela The Half-Life, de Jon Raymond, frecuente guionista de Reichardt, nos lleva a Oregón en el siglo XIX, en la frontera noroccidental de Estados Unidos, un verdadero far west lleno de tramperos, gambusinos, buscavidas, vaqueros, nativos, chinos, y todo aquel que buscara hacerse fortuna. Es una zona agreste, boscosa y húmeda -ya Kelly Reichardt nos la había enseñado en Old Joy (2006)- y la gente que ahí se congrega no tiene un sentido de comunidad, cada uno lucha individualmente por sobrevivir.

First Cow (2019)

En esas condiciones la directora nos presenta a Otis “Cookie” Figowitz (John Magaro), el cocinero de una expedición de rudos tramperos. Es un hombre callado, tímido, que no parece nunca sentirse a gusto en medio de esos hombres a los que sirve. Veremos a lo largo del filme que “Cookie” realiza unas actividades habitualmente asociadas a la labor femenina y que él disfruta hacerlas. Que eso implique que se trate de un hombre homosexual la película no lo profundiza, y ese no es el punto de la misma. “Cookie” va a conocer y a ayudar a un chino que está siendo perseguido, King-Liu (Orion Lee) y entre ambos va a formarse un lazo solidario de mutua conveniencia.

First Cow (2019)

Los dos se reencuentran en el Fuerte Tillicum que es el precario establecimiento estatal –la avanzada de la “civilización”- de la región y deciden vivir juntos en un rancho mientras deciden qué camino tomar. Ahí entra la vaca del título del filme y ahí empieza la anécdota que lo justifica. Es la primera vaca que llega a esa zona del país y la trae el regidor del Fuerte para poder disfrutar de leche recién ordeñada con su te, un auténtico lujo –remembranza rancia de un pasado colonial- en medio de la miseria circundante.

First Cow (2019)

Lo que sigue –y que no voy a relatar- es el inesperado plan que los dos protagonistas conciben para ganar el dinero que les permita un mejor futuro. Van a despertar entre los lugareños la añoranza del hogar, los sabores y el recuerdo de épocas pasadas, de infancia junto a la madre, de mejores tiempos en Europa, de saberse parte de una familia que ahora tienen lejos o desaparecida. Logran, gracias a un bien concebido ardid culinario, sembrar la nostalgia entre unos seres que ya parecían haber olvidado que alguna vez fueron parte de una comunidad, de lo aislados y desilusionados que se encuentran ahora. La comida que reúne, la comida que despierta recuerdos, la comida que genera lazos. Pienso en El festín de Babette (Babettes gæstebud, 1987), en Comer, beber, amar (Yin shi nan un, 1994) o en Big Night (1996), a las que First Cow se une, no en la exuberancia de los alimentos –acá la sencillez es extrema- sino por lo que generan, por lo que evocan. Es, pese al lucro que ellos obtienen, un gesto de bondad en medio de tanta ruina. Y para los dos es fuente de ilusión, de un futuro mejor lejos de ahí donde puedan tener un negocio propio.

First Cow (2019)

El lejano oeste es, gracias al cine, un lugar mítico antes que un sitio geográfico en un tiempo determinado. Tenemos una ya preconcepción, unos códigos de género de lo que un western debe ser y debe mostrar, y cuando una película se sale de esos senderos ya transitados genera, por lo menos, una bienvenida extrañeza. Los Coen nos mostraron, con su habitual cinismo, que era posible darle una vuelta de tuerca a los temas recurrentes en La balada de Buster Scruggs (The Ballad of Buster Scruggs, 2018), pero casi todos ellos carecen de la humanidad con la que Kelly Reichardt bendijo a los personajes de esta historia picaresca y bondadosa, un recordatorio de la necesidad de solidaridad que siempre tendremos, pese a todo.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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