Olor a manzanas: Fragmentos de una mujer, de Kornél Mundruczó
Es difícil que una descripción escrita que le haga justicia a la escena que despliega el drama de Fragmentos de una mujer (Pieces of a Woman, 2020). El trabajo de parto será siempre una experiencia emocional grande para todos los involucrados: hay una enorme expectativa por parte de la mujer que va a ser madre, sumada a un natural temor por la salud del bebé y al dolor que ella misma está sintiendo. El padre, si está junto a ella, está igual de nervioso y expectante, pues este proceso fisiológico implica ver sufrir a su pareja y estar maniatado para ayudarla. Los responsables de la atención del parto, por más experimentados que sean, saben lo que un resultado desfavorable implica para las ilusiones familiares y es obvio lo alerta que deben estar, sobre todo, y este es el caso del filme, si ese parto se lleva a cabo en casa y no en un ambiente hospitalario controlado.
La película logra transmitir, en unos angustiosos minutos todo lo que de caótico y aleatorio tiene un trabajo de parto, más aún en una primigestante como Martha, la protagonista del filme, a quien hay que sumarle a todo lo descrito, el miedo a lo desconocido. Es deslumbrante lo que el director húngaro Kornél Mundruczó –uno de los realizadores consentidos del Festival de Cannes- y su esposa y guionista habitual Kata Wéber, logran con la puesta en escena tan verista de este evento: la vinculación con el espectador es instantánea.
Toda la película me pregunté que llevó a Martha (interpretada magistralmente por Vanessa Kirby) y a su esposo Sean (Shia LaBeouf) a decidirse por un parto en casa y asistido por una partera. Son una pareja joven, profesional, que vive en un barrio residencial de Boston, tendrían porque estar bien informados sobre todo lo que implica un trabajo de parto y las posibles complicaciones derivadas del mismo. Al parecer optaron por una aproximación lo más natural y fisiológica a ese momento y no programar el nacimiento, sino que ocurriera cuando su bebé por sí misma estuviera lista para nacer. El resultado de esta decisión pone a Fragmentos de una mujer en la misma categoría de dramas de la que hacen parte, por ejemplo –y la lista no es breve- El círculo del amor se rompe (The Broken Circle Breakdown, 2012), La habitación del hijo (La stanza del figlio, 2001) y Gente como uno (Ordinary People, 1980), o sea la de padres enfrentados al dolor más profundo que uno pueda imaginar, a la pérdida que uno nunca estará preparado para asumir.
Si bien esa escena inicial es tan demoledora en su precisión clínica y en su contenido emocional, las secuencias que siguen son tan erráticas como el estado mental de la pareja, vaciada por completo de sentido. No es que la película pierda el Norte, es que sus dos protagonistas se quedan sin brújula: el filme simplemente refleja su inercia, su desmoronamiento. Cada uno asume de manera muy diferente el duelo y sería imposible juzgar si lo que hace uno o no hace la otra está bien o mal, ellos se acogen a mecanismos de defensa frente al dolor y la culpa que consideran los necesarios y apropiados desde una óptica personal en la que influye el origen social y cultural tan diferente del que cada uno provenía.
Hay, eso sí, una larga sombra que se cierne sobre ambos: la de la madre de Martha, una inmigrante húngara que nació durante la Segunda Guerra Mundial y vivió para contarlo. Esa madre castradora –que interpreta la gran Ellen Burstyn- ejerce su poder dándoles regalos y pagando por cosas que Sean no podría comprar y a cambio quiere manipular sus vidas. La película no solo es lo que ocurre (o deja de ocurrir) entre Martha y Sean, es lo que sucede cuando tratan de enfrentar a esa mujer y revelarse contra su influjo. Hay una muy tensa escena en el hogar de ella que refleja esas malsanas relaciones de poder y subordinación de las que hablo.
Una película llamada Fragmentos de una mujer implica que su protagonista se hizo trizas y que alguien tiene que recoger esos pedazos del piso. Nunca vemos a Martha pedir ayuda, ella sabe que debe hacerlo por sí misma, que es ella la que debe volver a juntar las piezas de su ser. Asistimos a momentos aislados de ese proceso progresivo en el que el tiempo, los meses que transcurren, son su mejor aliado para curarse. Eso y las manzanas que con tanta fruición consume. Las semillas de la manzana, que pese al frío germinaron, son una metáfora (más bien subrayada) sobre la persistencia de la vida, y a esa esperanza Martha se acoge. Su reconciliación consigo misma implica dejar de lado la culpa, perdonarse, perdonar. Y volver a germinar.
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