Con ganas de futuro: Gasoline Rainbow, de Bill y Turner Ross
Son cinco chicos, cuyos nombres y apellidos vemos en el carnet de cada uno del grado 12 de la secundaria Wiley: Nathaly Garcia, Makai Garza, Micah Bunch, Tony Aburto y Nichole Dukes. Terminaron el colegio y literalmente se enfrentan a la nada académica y laboral. Wiley, en Oregon, queda a 815 kilómetros del Océano Pacifico y a 5 milímetros del desespero existencial. Por eso deciden irse hasta el mar a bordo de la Van del padre de Nichole, como una especie de rito de despedida de su adolescencia. Esa es su aspiración inmediata. Quizá parezca modesta, pero para ellos no fallarse lo es todo.
Gasoline Rainbow (2023) es la crónica de esta road movie improvisada, construida a punta de un anecdotario de lo que les va ocurriendo, pues ninguno realmente es capaz de hacer planes concretos a corto o mediano plazo, viven por ello de sorpresa en sorpresa, de calamidad en calamidad, con encuentros fortuitos y casualidades que los van llevando, como sin querer, a su destino. Como poco o nada tienen para perder, todo lo que les sucede –por inesperado y frustrante que sea- se convierte en ganancia y motor de sus planes. El viaje se convierte en testimonio de lo que son –sus voces en off nos cuentan de sus vidas y de su credo personal- y también en un auto descubrimiento de lo que son capaces de hacer. Esas voces nos hablan de una juventud desencantada: han tenido que crecer solos ante unos padres ausentes o despreocupados, incapaces de sentir algún tipo de empatía hacia unos hijos que solo se tienen a ellos mismos y a sus compañeros de clase, gente que se siente socialmente rara y excluida. Es duro escucharlos, pero también es un recordatorio de que la falta de oportunidades y de rumbo no es exclusividad de la juventud de los países tercermundistas.
La película no tiene puntos muertos, gracias a un montaje muy hábil y dinámico, y verlos cumplir su cita con ellos mismos es muy gratificante. Al final de su periplo, junto a la playa, la cámara los enfoca a cada uno en primer plano, pero ya no son los chicos del carnet, ha habido una evolución en sus rostros. Algunos tienen la cara pintada, hay alguno con expresión cansada. Se les ve mayores, más conscientes de sí. Este viaje no resolvió ninguno de sus problemas, pero hacerlos parte de una empresa común que pudieron llevar a cabo fortaleció una auto estima que fue la primera beneficiada de esta aventura coral catártica que como la canción de Nirvana, “huele a espíritu adolescente” de principio a fin.
Los hermanos Bill y Turner Ross vienen haciendo cine independiente hace más de quince años, cine donde las fronteras entre documental y ficción se difuminan por completo. Los protagonistas de Gasoline Rainbow no son compañeros de colegio en Wiley porque, sencillamente, esa ciudad no existe en el estado de Oregon. Los cinco jóvenes fueron escogidos en un proceso normal de casting, son actores naturales, y lo que pasó en las seis semanas de rodaje es una mezcla de sus historias personales junto con un guion que dictaba el curso del accionar, pero que estaba abierto a una necesaria y bienvenida improvisación. Que la película haya sido estrenada en el Festival de cine de Venecia y no en la sección de documentales de Sundance –donde suelen llevar sus filmes- habla de un proceso creativo más allá de las fronteras convencionales del documental. ¿Mockumentary? ¿Seudodocumental? ¿Docuficción? Los hermanos Ross –sin responder nunca abiertamente la pregunta sobre lo que es Gasoline Rainbow– han afirmado que establecieron las condiciones, desde su experiencia como realizadores, para que los chicos se expresaran con naturalidad, pusieran su propia música y contaran una historia que los reflejara con honestidad.
El documental, al tener la presencia de una cámara, por invisible que esta parezca, será siempre una intervención de la realidad. Nunca nos comportamos igual cuando somos conscientes que hay una cámara filmándonos. Nathaly, Makai, Micah Bunch, Tony y Nichole convivieron seis semanas con una cámara y un equipo técnico, pero nos hacen olvidar, con su franqueza, desparpajo y honestidad que alguien les guio y que sus experiencias no son exactamente propias y auténticas, pero que representan el sentir de muchos jóvenes como ellos, con ganas de tener un futuro delante de ellos.
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