Gatsby según Luhrmann
Solo 48 horas después de inaugurar la 66ª edición del Festival de Cine de Cannes llegó a nuestras pantallas El gran Gatsby (The Great Gatsby, 2013), cuarta adaptación al cine de la novela homónima de F. Scott Fitzgerald, esta vez en manos del director australiano Baz Luhrmann, que no parecía –por lo menos por sus cuatro películas previas- ser la persona más indicada para traernos de nuevo esta historia ambientada en los años veinte del siglo anterior.
Luhrmann tiene un sentido estético muy propio: gusta del cine visualmente histriónico, con puestas en escena de decorados recargados, elaborados vestuarios, ambiente festivo y una multiplicidad de detalles que hacen de sus filmes ante todo experiencias cuidadamente transgresoras, pero no necesariamente memorables. Curiosamente le gusta narrarnos tragedias –Romeo + Juliet (1996), Moulin Rogue! (2001)- que florecen en medio de la efusividad y la exuberancia visual que las rodea.
Luhrmann encontró dolor y fiesta en la novela de de Scott Fitzgerald y no tuvo dudas en el abordaje que iba a darle, acorde tanto con los excesos festivos de hace noventa años como con la gramática audiovisual del siglo XXI. Que aquí nadie busque verosimilitud histórica o literaria pues saldrá defraudado. El gran Gatsby ante todo quiere capturar el sabor de la época –frívola, decadente, amoral- y reinterpretarlo según los códigos audiovisuales que Luhrmann siempre ha manejado y que buscan acercar y fundir pasado y presente en algo nuevo y sorprendente, 3D y fusiones musicales (Gershwin y hip-hop, por ejemplo) mediante; una pirotecnia visual tan brillante y ruidosa como fugaz.
El agitado ritmo del filme, el fausto y el boato retratados no dejan reflexionar. La película es una catarata para los sentidos, estruendosa y bella, pero con la solidez de una pompa de jabón. Los más afectados con esta falta de peso dramático son los protagonistas del filme, empezando por el mismísimo Gatsby, un personaje de naturaleza obsesiva y trágica cuyos sentimientos –el motor del conflicto del filme- Luhrmann ridiculiza por momentos, convirtiendo a Leonardo DiCaprio en un enamorado torpe.
En ese momento se recuerda al Gatsby que Robert Redford interpretó en la versión de 1974. El guion escrito para ese filme por Francis Ford Coppola supo respetar la dignidad de este hombre y hacernos partícipes de su drama. Luhrmann, hijo de nuestro tiempo, solo quiere divertirse.
Publicado en la columna “Séptimo arte” del periódico El Tiempo (Bogotá, 23/05/13). Pág. 14
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