El señor de la danza: Gene Kelly, 1912-1996
“Sobre el technicolor absurdo y maravilloso de las películas de la Metro de los cincuenta, la figura de Gene Kelly volando y sonriendo produce hoy una nostalgia irreprimible”
-Luis Alberto Álvarez, 1996
“La primera vez que te vi cantando y bailando en una película, lo que me llamó la atención fue que no tenías el físico típico de este trabajo. Cada vez que empieza una de tus películas, te miro y me digo a mí mismo: “¡Este hombre no tiene el aspecto de un artista de music-hall!”. Con tu aspecto sombrío, tu mirada a veces severa, la gente te imagina piloteando un avión o dirigiendo un servicio de agentes secretos, y después, a medida que el filme avanza, uno se siente seducido por tu ciencia y tu encanto, y cuando se encienden las luces del cine, has conquistado al público”. El que escribe es François Truffaut -en su faceta de emocionado crítico de cine- y el descrito es Eugene Curran Kelly, el nombre de pila de Gene Kelly, uno de los bailarines y coreógrafos más excelsos que el celuloide ha visto en toda su historia.
Si Fred Astaire representaba la elegante distinción, Kelly era la picardía del hombre común. Uno se imagina a Astaire (lo sé, es una generalización injusta) siempre de frac, sombrero de copa, bastón y un suntuoso salón de baile dispuesto a acogerlo a él y a su pareja, pero al evocar a Gene Kelly bailar el escenario puede ser el mundo entero: un callejón con canecas de basura, la trasescena de un pequeño teatro de variedades, unas montañas escocesas, un barco pirata, una calle lluviosa, una buhardilla parisina, incluso hasta un dibujo animado… No era difícil imaginarlo trabajar, reír, cantar y beber junto a nosotros. Kelly reivindicó para el cine musical al hombre de a pie, viril, atlético, caballeroso y galante, e hizo de este género un medio moderno de expresión artística.
Además su participación como protagonista y codirector de Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, 1952), considerado por el American Film Institute como el mejor musical de todos los tiempos, lo ha elevado a la categoría de icono cinéfilo. Quien ame el cine no puede olvidar a Gene Kelly, en medio de una calle, de noche y completamente empapado, bailando la canción que le da título al filme. Una celebración de la felicidad, del hecho de estar enamorado, el número fluye con gran naturalidad, casi de manera improvisada (lo cual habla de lo bien preparado que fue). La lluvia, un paraguas, un farol, los charcos, el agua que sale de un desagüe: esos son sus compañeros en esta secuencia que hace muchos años es patrimonio de la historia del cine. Esta película preciosa era la tercera de un trío de producciones que lo dejaron en la cumbre del cine musical. Las dos previas habían sido On the Town (1949) y Un americano en París (An American in Paris, 1951), las tres realizadas para la eficiente unidad de musicales que coordinaba Arthur Freed para la Metro Goldwyn Mayer (MGM).
Llegar a ese punto, sin embargo, no fue sencillo. Gene Kelly había nacido el 23 de agosto de 1912 en Pittsburgh. Su padre- canadiense de padres irlandeses- era vendedor de fonógrafos y fue su madre la que insistió para que él y sus hermanos tomaran clases de baile. A Gene no le gustaba la idea, pues sus compañeros de la escuela se burlaban de lo que creían era una actividad poco varonil. Gene se retiró pese a tener un talento innato con el que rápidamente aprendió la técnica básica. Entendería la importancia del baile –y regresaría a las clases- en su adolescencia, cuando vio que le era útil para conquistar chicas. Cuando el “crack” financiero de finales de los años veinte dejó a su padre sin trabajo, la familia Kelly encontró en el baile la oportunidad de solventar su situación económica. Junto a su hermano Fred bailó en varios clubs nocturnos y cuando su madre administró y luego adquirió un estudio de danza, Gene se convirtió en profesor de baile. El éxito del negocio los llevó a abrir un segundo estudio en Johnstown, Pennsylvania.
Graduado como bachiller en economía, se matriculó en la facultad de leyes pero prefirió retirarse para continuar con su academia de baile y poder además estudiar ballet clásico. Cuando el coreógrafo Robert Alton llegó a Pittsburgh a hacer un espectáculo quedó impresionado con sus habilidades y quiso llevárselo como bailarín, pero Kelly se rehusó. Pronto entendería, sin embargo, que era hora de dejar una ciudad que ya no tenía nada más que ofrecerle. En 1937 salió para Nueva York donde probó suerte como bailarín y coreógrafo, y gracias a la ayuda de Alton logró vincularse a Broadway. El éxito llegaría en 1939 con la obra de William Saroyan The Time of Your Life, que estuvo 22 semanas en cartelera. El productor de musicales de la MGM, Arthur Freed, lo vio ahí y captó de inmediato su talento. Acabaría de convencerse al verlo al año siguiente en las tablas en Pal Joey. Ahí también lo verían actuar Louis B. Mayer y Judy Garland. Sin embargo un malentendido lo llevo a rechazar la oferta de la MGM y a firmar con el productor David O. Selznick, que se lo llevaría a Hollywood.
A Selznick no le interesaban los musicales pero sí el dinero que pudiera ganar con Kelly. Le vendió la mitad de su contrato a la MGM y lo prestó a ese estudio para debutar en el cine junto a Judy Garland en For Me and My Gal (1942), bajo la dirección del mítico Busby Berkeley. Tras vincularse definitivamente al estudio del león, Kelly empezaría una carrera incontenible en la que siempre quiso innovar, aprovechando lo que el cine podía darle a la danza y que los escenarios teatrales no le ofrecían: el reto era hacer baile para cine y no al revés. Trabajó haciendo que las transiciones entre diálogos y números musicales fueran más creíbles y efectivas, revisó la extensión de sus rutinas de baile, mejoró sus coreografías, supervisó las posiciones de la cámara y enfatizó el uso de efectos especiales para que sus números tuvieran una cualidad casi mágica. En Cover Girl (1944), su primer gran éxito -y donde hace pareja con Rita Hayworth- pone a prueba sus innovaciones con un número en el que baila con él mismo, gracias al reflejo de su figura en una vidriera, que luego sale de ahí en forma “fantasmal” y lo reta a bailar.
Para conmemorar los veinte años de la MGM, Arthur Freed diseñó Ziegfeld Follies (1945), una extravagancia musical codirigida por siete realizadores y protagonizada por una constelación enorme de estrellas, entre las que se incluía a Gene Kelly y a Fred Astaire juntos por primera y única vez (por lo menos cuando ambos estaban en plena actividad) en un segmento llamado The Babbitt and the Bromide, con música y letra de George e Ira Gershwin y que puede leerse como una diplomática disputa entre ambos colegas, que no dejan de retarse y darse (¿amistosos?) golpes a lo largo de las tres partes de este inspirado e irrepetible número musical dirigido por Vincente Minnelli.
A continuación haría Leven anclas (Anchors Aweigh, 1945), de George Sidney, en la que no solo cantaría y bailaría con Frank Sinatra y la talentosa Kathryn Grayson, sino que también -en una secuencia fantasiosa- se mete a un universo animado y hace pareja con el ratón Jerry, que es el rey de un país en el que se ha prohibido el baile y el canto. El recurso de introducirse a un dibujo animado lo volvería a retomar en Invitación a la danza (Invitation to the Dance, 1956), una película completamente musical, sin diálogos, y que él mismo dirigió y coreografió. El segmento final de ese filme, Simbad el marinero, fue creado por los animadores Hanna & Barbera con música de Rimsky-Korsakov, y en él un genio que sale de una lámpara introduce a Kelly a una animación ambientada en las mil y una noches.
De su extensa trayectoria quisiera destacar algunos números musicales que vale la pena recordar: Slaughter on 10th Avenue, de la película Words and Music (1948), es un ballet tan enérgico como trágico, escenificado como una obra teatral, acerca de una pareja del bajo mundo (su compañera acá es la rubia Vera Ellen), que desea pasar una velada en un bar y termina de la peor manera; A Day in New York, de la película On the Town –la primera de las tres que dirigieron juntos Kelly y Stanley Donen- es otra pieza onírica que sirve de resumen del filme hasta ese punto. Rodada en un enorme estudio con mínimos y estilizados decorados, es una muestra de la versatilidad y de la falta de miedo al riesgo que siempre demostró; en Summer Stock (1950) –su tercer filme junto a Judy Garland- baila tap sobre un escenario aprovechando las posibilidades sonoras de un periódico que estaba en el suelo y de una tabla que chirrea en el piso. En su sencillez se constituyó siempre en la rutina favorita de Kelly; en Un Americano en París trata de enseñarles unas palabras en inglés a unos niños franceses al contagioso ritmo de I Got Rhythm de Gershwin; al final de Cantando bajo la lluvia está el habitual y elaborado “número de producción” conocido acá como The Broadway Mellody Ballet, en el que Kelly se involucra con una hermosa mujer (Cyd Charisse, ¿quien más?) que es la protegida de un jefe mafioso. Véanlo perder las gafas y el sombrero ante las piernas infinitas de esta bailarina, que volvería a acompañarlo en la bucólica Brigadoon (1954): mírenlos específicamente en la canción The Heather on the Hill, que es un elegante juego de seducción disfrazado de un ballet casi etéreo en medio de una colina. Aunque Cyd volvería a estar con Kelly en Siempre hay un día feliz (It´s Always Fair Weather, 1955), que marca el fin de su época de esplendor, de esta película es un número en solitario –I Like Myself– que Kelly interpreta en patines, el que hay que recordar.
Como director autónomo debuto en la ya mencionada Invitación a la danza, a la que seguirían obras de menor resonancia como The Happy Road (1957), The Tunnel of Love (1958) o Hello, Dolly! (1969). También incursionó como actor dramático en filmes como Heredarás el viento (1960), de Stanley Kramer; a su turno Jacques Demy lo incluyó y lo homenajeó en Las señoritas de Rocherfort (1967). No hubiera tenido necesidad de hacer más: su sitio en la historia del cine estaba ganado hacía mucho tiempo, gracias a su creatividad, talento y energía. Fallecería en 1996 a los 83 años, mientras dormía, víctima de una embolia cerebral.
Una anécdota final: en la película Let´s Make Love (1960), el millonario Jean-Marc Clement –interpretado por Yves Montand- desea conquistar a una actriz (nada menos que Marilyn Monroe) a la que ha hecho creer que es un actor pobre. Para que le enseñe a ser un comediante contrata a Milton Berle, para que le enseñe a cantar llama a Bing Crosby, y para que le enseñe a bailar trae a… Gene Kelly, que le recuerda que “un bailarín expresa con el cuerpo lo mismo que un actor con palabras”. ¡Qué afortunado fue Clement, pudo recibir clases del mismísimo señor de la danza!
Publicado en el suplemento “Generación”, del periódico El Colombiano (Medellín, 26/08/12). Págs. 14-16
©El Colombiano, 2012
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