Jugando a los dados: Golpe de suerte, de Woody Allen
En un documental sobre Woody Allen que dirigió Robert B. Weide, recuerdo que el neoyorquino contaba que utiliza papelitos donde ha escrito posibles nuevas ideas para futuros guiones y que guarda en su mesa de noche y en su escritorio. No sé si ese método todavía lo aplica o si las enormes dificultades que ha tenido para financiar sus proyectos –derivados de la “cultura de la cancelación” a la que es objeto- lo ha obligado a optar por reciclar temas seguros ya previamente probados con éxito en filmes suyos. El hecho es que Golpe de suerte (Coup de chance, 2023), rodado en Francia con actores franceses, es otro giro de tuerca a un tema que ya Woody Allen ha tratado antes, el de la resolución de un conflicto mediante un crimen. Películas suyas como Crímenes y pecados (Crimes and Misdemeanors, 1989), Match Point (2005), Cassandra`s Dream (2007) u Hombre irracional (Irrational Man, 2015) han abordado ya situaciones criminales cometidas por sus protagonistas.
No se trata de thrillers o de películas de corte detectivesco, siempre en estas cintas “criminales” hay un aspecto existencialista que Woody impone como material reflexivo, bien sea la culpa (o la ausencia de ella) o el castigo (o la falta de él). En todos los casos que el hecho se descubra y el culpable sea castigado no depende tanto de la ejecución perfecta o no del asesinato y de la impecable investigación policial (casi siempre relegada a un elemento decorativo o frustrante), sino del mero azar, de la suerte de los protagonistas ante un universo absurdo donde no hay un Dios que vaya a mandar a castigar a nadie. Si salen impunes es la suerte la que obró, si son capturados es la misma suerte (ahora mala) la que se impuso. Hay poco que podamos hacer al respecto, nos dice Woody.
En Golpe de suerte hay un triángulo amoroso formado por Fanny (Lou de Laâge), una ejecutiva de una casa de subastas parisina, Jean (Melvil Poupaud), un acaudalado empresario que es su esposo, y Alain (Niels Schneider), un escritor que fue compañero de estudios de Fanny en un colegio en Nueva York y que ha vivido siempre enamorado de ella. Entre Fanny y Alain se va formando un lazo cada vez más estrecho y terminan convertidos en amantes. Leamos dos frases que pronuncian los dos hombres en momentos distintos del filme: “Todos dependemos del azar y las coincidencias. La vida es una broma siniestra”, dice Alain. “No creo ni en la ironía ni en el azar. Desprecio a la gente que confía en la suerte. La suerte no existe. La suerte hay que provocarla”, afirma Jean. Dos posiciones completamente distintas de la vida que Woody va a encausar según sus propias creencias: o sea jugando a los dados con el destino de ellos.
Jean –en cuyo penthouse una habitación con un tren de juguete de enrevesadas y costosas proporciones- tiene el carácter de un niño caprichoso acostumbrado a que le den siempre la razón, a comprar consciencias con el dinero que tiene y a que todos sus caprichos sean complacidos: Fanny puede verse fácilmente como una esposa trofeo y así la exhibe. No por eso tiene que ser castigado, ni tampoco salir impune si algo malo hace o manda a hacer. Alain es un intelectual que le recuerda a Fanny la alegría de las cosas simples, la pasión del arrebato romántico y de los proyectos que se hacen gracias al esfuerzo individual. Que esté siendo adultero con la esposa de Jean no necesariamente implica que vaya a ser descubierto o a salirse con la suya. No hay un asunto moral ni de justicia que guie las decisiones de este guion de Woody Allen.
“Toda vida era pues un milagro. Y a todo ser vivo le había tocado el gordo de la gran lotería cósmica. Lo importante era no desperdiciar ese milagro. Estaba dispuesto a llegar hasta el final de sus elecciones y de sus errores. Seguía siendo aterrador constatar la inmensa función que tiene el azar sobre todas las cosas, y la importancia de tener suerte. Es mejor no pensar demasiado en ello”, lee Fanny del manuscrito de la novela de Alain. Y eso queda resonando al terminar de ver Golpe de suerte, un recordatorio de la vulnerabilidad de nuestro existir, de la inexistencia de un destino trazado sin fallas para cada uno.
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