Golpes del destino: los westerns de Fritz Lang
“Más tarde, recuerdo, Darryl Zanuck le dio a dirigir un western, y yo le pregunté cómo podía permitir que un centroeuropeo hiciera un western. ‘Él verá cosas que nosotros no vemos’, me respondió Darryl. Y tenía razón”.
-Joan Bennett, 1970
En junio de 1934 y luego de firmar un contrato con David O. Selznick y la MGM, Fritz Lang llega a los Estados Unidos para empezar un exilio que se prolongará durante más de veinte años. La enorme fama que le precedía pareció no importar a los productores norteamericanos, que sólo dos años después de su llegada le encargaron una película, Fury (1936), cuyo cinismo y crítica social pareció asustarlos, a pesar incluso de haberle impuesto a Lang un forzado final feliz. Sería el inicio de una carrera llena de dificultades e incomprensión, aunadas al temperamento nada fácil de este autor, quizá relegado por todo ello a emprender proyectos que no estaban muchas veces a la altura de su talento. Sin embargo su extensa obra americana alcanza momentos interesantísimos y no es justo considerarla tajantemente inferior a las películas que realizó en Alemania, descalificándola sólo porque fue hecha dentro de los parámetros de un sistema de producción como el de Hollywood, pues aun así -con las limitaciones que la industria determinaba- Fritz Lang supo imponer su estilo propio y su manera de entender el cine.
Dentro de esa filmografía hecha en Estados Unidos se incluyen tres westerns: The Return of Frank James (1940), Western Union (1941) y Rancho Notorious (1952), auténticas curiosidades si se considera el origen de su director, que parecería la persona menos apropiada para asumir el más norteamericano de los géneros fílmicos, de ahí que resulta interesante ver cuál fue su acercamiento a estos filmes. Lang -siempre versátil- no se sentía menos apto que cualquier otro director local para hacer una de estas películas. Le parecía un reto interesante y se había preparado, quizá sin proponérselo, para ello: durante la larga temporada que estuvo sin trabajar esperando que la MGM le asignara algún proyecto, viajó por el país, vivió con los indios Navajos y los Hopis, investigó y hasta estuvo en Tombstone, donde visitó y exploró un viejo teatro, locación fundamental para una escena clave de su primer western. Además siempre tuvo clara una cosa: “Yo siempre pensé que los westerns eran una cierta religión de los norteamericanos y como tal los traté” (1). Frente a Peter Bogdanovich expande el concepto cuando afirmaba que “el western es no sólo la historia de este país, es lo que la saga de los Nibelungos es para los europeos” (2). Historia, religión, mito fundacional: el western le merecía todo su respeto.
Por eso cuando el productor Kenneth Macgowan de la 20th Century-Fox le ofreció dirigir una secuela de un western de éxito, Jesse James (1939), Lang sintió que era la oportunidad que necesitaba. No le importaba que fuera un encargo y que se tratara de prolongar la historia de una película que otro había dirigido y por ende de circunscribirse a unas acciones y a unos personajes que ya habían cobrado vida en otro filme. Como anécdota, los planos iniciales de The Return of Frank James no son originales de Lang, sino que corresponden al clímax de Jesse James, tal como lo había filmado Henry King: la muerte de este mítico asaltante a manos de Robert Ford mientras el primero descolgaba un cuadro de su hogar. Esa escena servía de puente entre ambos filmes y nos habla claramente de la dependencia del segundo sobre el primero. Y al haber sido Jesse James a color, pues entonces este nuevo film también lo sería, constituyéndose de esta forma en la primera película que Lang rodaba a color.
Lang y el muy veterano guionista Sam Hellman convocan por lo menos a media docena de los personajes (y los actores respectivos) de Jesse James para echar de nuevo a andar la misma historia, pero esta vez centrada en el hermano mayor de Jesse, Frank (Henry Fonda), cuyo digno y sosegado accionar se acomodaba mejor al estilo dramático pausado de Lang. Si en Jesse James el rol de Frank es secundario, aquí comanda las acciones en pro de hacer justicia sobre el asesinato de su hermano, en una nueva variación de los temas que este director nos muestra tanto en Fury como en Sólo se vive una vez (You Only Live Once, 1937) -el segundo de sus largometrajes en Hollywood-, donde los protagonistas de estos filmes sufren una progresivo desencanto frente a la forma de administrar justicia en su país y deciden vengarse por su propia cuenta.
Frank James confía en que los hermanos Ford, ya capturados, van a ser juzgados por el asesinato a mansalva, pero al ver que son indultados y que se les da una recompensa, decide hacer él mismo justicia. La primera parte de la película consiste en la persecución que él hace de los Ford -luego de robar las oficinas del ferrocarril y hacerse a un dinero-, que lo lleva hasta Denver, donde conocerá a una periodista y posible interés romántico, Eleanor Stone (nadie menos que Gene Tierney en su debut en el cine), que le hace regresar a casa para salvar a uno de sus empleados, a punto de ser ahorcado como chivo expiatorio. Al volver, es capturado y juzgado por la muerte de un empleado del ferrocarril. La segunda parte es el juicio de Frank James, que es una de las secuencias más divertidas que el western recuerde, donde reviven los ecos y rivalidades de la guerra de secesión, enfrentando de nuevo a los yanquis (directivos del ferrocarril y sus abogados) contra los confederados (Frank, su explosivo abogado, el juez y los jurados). Al final se hace justicia y Frank James no se mancha las manos de sangre. The Return of Frank James es un western de cadencia lenta, con pocas escenas de acción, que privilegia los diálogos y la ambivalencia moral que siente Frank.
Fritz Lang no le siente miedo a las escenas nocturnas y en por lo menos dos de ellas hay un excepcional manejo de las sombras de los personajes, que recuerdan su pasado expresionista. Así mismo un contrapicado de Frank en un palco de un teatro produce un efecto fantasmagórico y su posterior caída al escenario recuerda la de John Wilkes Booth tras asesinar a Abraham Lincoln. La película no le permitía muchas libertades, pero comparándola con Jesse James es posible ver las marcas de un director menos deseoso de filmar secuencias gratuitas de acción que de darle tridimensionalidad –dilemas morales incluidos- a su protagonista. También hace su aparición aquí un inédito humor, entre festivo y cínico, que alivia la inveterada gravedad de los filmes de Lang.
Su segundo western para 20th Century-Fox vino inmediatamente. Misteriosamente, Lang y el omnipotente jefe del estudio, Darryl Zanuck, congeniaron, y para mayor fortuna The Return of Frank James tuvo éxito económico. Western Union -estrenado en España con el título de Espíritu de conquista– es la adaptación de una novela homónima del prolífico Zane Grey, publicada en 1939, acerca de la instalación transcontinental de la línea telegráfica. Aunque el autor del guion, Robert Carson, insistía en que sus encuentros con Lang no fueron productivos y que no hubo tiempo de hacer las correcciones que este pretendía para lograr una “estilización del folclor americano” (3), Lang por el contrario estaba orgulloso de haberle podido dar su toque personal a este filme y en muchísimas entrevistas siempre sacaba a relucir el placer que le dio recibir, según sus palabras “una carta de un club de Old Timers (de los viejos tiempos) de Flagstatt (Arizona) que decía: ‘Querido señor Lang, hemos visto Western Union y esta película describe al Oeste mucho mejor que las mejores películas que se han hecho sobre el Oeste … ‘. Para un director europeo es confortable recibir algo así de unos de ‘los viejos tiempos’ que conocieron el Oeste; me sentí, naturalmente, muy halagado; pero supongo que lo que estos caballeros escribieron no era correcto del todo. Porque no creo que esta película realmente describiera el Oeste como fue, tal vez cumplía ciertos sueños, ilusiones -lo que ellos querían recordar del viejo Oeste. Y, con toda humildad, tengo un cierto don para lo que se suele llamar ‘toques de director’ ” (4).
No le falta razón a Fritz Lang: este filme constituye una sublimación estética y temática del género. En el primer aspecto son llamativos los elaborados detalles de vestuario, maquillaje y decorados, demasiado preciosistas para la estética usual del western (incluso se usó pintura de guerra real para los indios), así como un hermoso y arriesgado uso del color, sin temor a los primeros planos (en su primer western, Zanuck le había dicho a Lang que en Technicolor no podían hacerse primeros planos). En lo referente al tema, la película es en apariencia un western clásico que narra una gesta épica, pero está desprovisto de toda solemnidad. Es un filme episódico y coral, con una serie de personajes incluso puestos ex profeso con funciones exclusivamente cómicas, por momentos hasta excesivas, como el cocinero de la caravana.
Al parecer la instalación de la línea telegráfica en el siglo XIX no tuvo mayores inconvenientes, exceptuando las calamidades causadas por los búfalos, que derribaban los postes al apoyarse en ellos para rascarse el lomo. Debido a esto el guionista Carson y/o Lang deciden añadir personajes (una mujer joven como vértice de un triángulo amoroso, indios, guerrilleros extorsionistas) y situaciones de acción (un incendio nocturno en un bosque, magníficamente filmado) o que describen los contrastes entre el Este y el Oeste (un hombre universitario versus un vaquero con un pasado criminal) y entre Norte y Sur (los empleados de la Western Union versus las guerrillas confederadas). Pero quizá el personaje más atractivo para Lang fue el de Vanee Shaw (interpretado por Randolph Scott), un hombre en quien se conjuga su idea del determinismo pesimista, consecuencia de un destino que hunde sus raíces en las acciones de un pasado turbio del que parece imposible escapar y que une a este personaje con Eddie Taylor, el malhadado protagonista de Sólo se vive una vez. Shaw verá que la redención es imposible y que ni el amor lo salva. En ese personaje trágico está el espíritu de Fritz Lang, la impronta que hace de Western Union una de sus auténticas hijas.
Pasarían once años y nueve películas más antes que Lang filmara otro western. Sin embargo en 1948 y mientras trabajaba para Universal Studios estuvo cerca de llegar a dirigir una adaptación de una novela de Stuart N. Lake, que Anthony Mann -al expirar la opción que Lang tenía- realizaría en 1950 con el nombre de Winchester ’73 (5). Habría que esperar entonces hasta 1952 para que Rancho Notorious viera la luz, largometraje pensado originalmente por Lang como un vehículo para la carrera de Marlene Dietrich, actriz a quien apreciaba. Sin embargo la diva y el director se enfrentaron durante el rodaje -ella lo comparaba negativamente con Sternberg- y terminarían por dejar de hablarse. El guion fue escrito por Daniel Taradash (el futuro guionista de De aquí a la eternidad), basado en el relato Gunsight Whitman de Silvia Richards. Rancho Notorious es imposible de separar de una canción -“The Legend of Chuck-a-Luck”- original de Ken Darby e interpretada en el filme por William Lee. A la manera de un “cantar de gesta”, oímos el tema desde los créditos del filme, sin saber en ese momento que acompañará periódicamente a la película, haciendo avanzar la historia, a manera de elipsis temporal sonora. Se trató del primer western que utilizó este recurso. y lo que la canción nos dice remite al pasado: “vieja historia”, “leyenda”, “recuerdo de años pasados”, “un cuento”; ese pasado cuyo influjo en el cine de Fritz Lang es definitivo para predecir lo que ocurrirá con sus personajes, tal como Western Union nos mostró. Sin embargo al terminarse los créditos parecemos presenciar no el principio del filme sino un final feliz: una pareja de novios se da un apasionado beso muy a la usanza de Hollywood. Ignorantes estamos que será el único momento de felicidad que tendrán Vern y Beth. Momentos después la mujer será violada y asesinada por un par de forajidos, y Vern (Arthur Kennedy) empezará, paralelo a la persecución de los culpables, un descenso moral progresivo, una transformación interna. Como nos dice la canción, “muy profundo dentro de él crece la bestia del odio, la muerte y la venganza”. Vern se hace eco así de Joe Brown, el personaje que Spencer Tracy interpretó en Fury, cegados ambos por el deseo de venganza.
La venganza como motor que le lleva a mentir, a seguir pistas, a hacerse encarcelar con tal de conseguir la información necesaria. En el camino va enterándose de otra leyenda, la de Altar Keane (interpretada por Marlene Dietrich), una elusiva mujer cuyo trazo nos van dibujando mediante flashbacks aquellos que la conocieron. Vemos entonces también su glorioso y festivo pasado, y nos enteraremos de que se ha convertido con el tiempo en una encubridora (título de la película en España) de maleantes a los que aloja en su rancho, llamado Chuck-a-Luck. En un momento de la historia Vern y ella por fin se verán frente a frente, presentes imperfectos en busca de algún bálsamo que los redima.
Él porta una máscara -la de la mentira que ha inventado para llegar hasta ella- mientras la mujer cree ver en él la pureza que hace tiempos perdió y que no encuentra en el amor de un pistolero llamado Frenchy (Mel Ferrer). En un punto Altar le dice “me gustaría que te fueras y volvieras hace diez años”, en la añoranza imposible de poder corregir los errores que la llevaron a este punto de su vida. Como bien nos dice Rafael Tranche, “este es, en último extremo, el sentido final del film: contar no lo que fue o sucedió sino lo que no pudo ser. Con ello propone una lectura del género situándose en sus márgenes, en una dimensión espacio- temporal donde, literalmente, no podría ser construida la historia del western”(6). Lang lo sabe y por eso no tiene piedad para sus personajes. Vern y Altar no pueden dar marcha atrás, es imposible para ellos curar las heridas de su pasado y deberán pagar por ello, de la única y punitiva manera que el cine de este director nos mostró.
Película pequeña en recursos -con sus decorados bochornosamente pintados y su ausencia de exteriores- es, sin embargo, enorme en el desgarramiento psicológico de sus personajes, náufragos agarrados a la tabla de salvación equivocada. El destino terminará indefectiblemente por golpearlos. Lang los acompaña, como a todos los personajes que poblaron sus westerns y su cine, desde lejos. Luego se va en silencio y los deja con su dolor y su agonía.
El western según Lang se nutrió de unas características -desconfianza de la justicia, sed de venganza, odio, culpa, personajes irredentos y condenados a morir por los errores de su pasado- que su cine había hecho suyas desde siempre. En últimas, el viejo Oeste fue otro retador lienzo que este autor utilizó con la tradicional eficiencia y la honestidad artística que lo hicieron leyenda.
Referencias:
1. Powers J. Reed R, Chase D., Dialogue on Film: Fritz Lang. En: Grant BK (Ed.) Fritz Lang lnterviews. University Press of Mississippi. la. edición, 2003. Pág. 166
2. Bogdanovich P., Fritz Lang en América. Editorial Fundamentos, Madrid. 3′. edición, 1991. Pág.38
3. Eisner L., Fritz Lang. Da Capo Paperback, Londres. l” reimpresión, 1986. Pág. 204
4. Bogdanovich P., Op Cit. Págs. 40-41
5. Berg G., A Viennese Night: a Fritz Lang Confession, parts one and two. En: Grant BK (Ed.) Fritz Lang Interviews. University Press of Mississippi. la. edición, 2003. Págs. 56-57
6. Tranche RR. Westernlang, perfiles y márgenes del género. En: Sánchez-Biosca V. (Coord.) Más allá de la duda. El cine de Fritz Lang. Universitat de Valencia (sin fecha). Pág. 163.
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 89 (Medellin, Vol. 20, 2010), p.43-47
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2010
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