La suma de los errores: Graduación, de Cristian Mungiu
Romeo Aldea, un cirujano cincuentón, persigue una noche a un hombre que cree reconocer. Buscándolo, se interna en un vecindario desconocido, entre patios, arbustos, ruidos y oscuridad. Suena un disparo, los perros ladran, la atmósfera es confusa y Romeo se siente perdido, desorientado y asustado. Oímos su respiración agitada y casi parece que vamos a verlo colapsar ante nuestros ojos. Esta escena y esta situación –de la que él logra salir- es un buen resumen de lo que es y nos cuenta Graduación (Bacalaureat, 2016), una película escrita y dirigida por Cristian Mungiu, y por la que este realizador rumano obtuvo el premio al mejor director en Cannes ex aequo con Olivier Assayas.
Con un toque punitivo que evoca al cine de Michael Haneke, Mungiu hace un retrato nada benévolo de un hombre y de una sociedad en crisis. Romeo Aldea, un profesional de la medicina, no tiene paz. Su relación conyugal está hecha añicos, su amante le reclama por su indecisión, Eliza su hija adolescente debe superar unos exámenes estatales cruciales para obtener una beca en Inglaterra… a lo que debe sumarse una serie de eventos, entre policiales y de salud, que complicarán la frágil y mentirosa estabilidad de Romeo, revelándonos la angustia que subyace a cada uno de sus actos.
Detrás de su historia personal está la de la sociedad Rumana (nada diferente de la latinoamericana) y esta es la parte más sustanciosa de Graduación, pues buena parte de los afanes de Romeo conducen a evitar que Eliza deba quedarse en un país donde no es posible cambiar nada, que mata y entierra los ideales de los jóvenes, dejándolos sin oportunidades y a merced de un sistema social donde todo es una transacción, donde el tráfico de influencias es la moneda común, y en el que nada funciona sin un chantaje, sin un soborno, sin un “contacto” con poder. Así no quiera, Romeo es víctima, usuario y cómplice de ese sistema donde siempre hay alguien que debe un favor a otro, haciendo eterna e insoluble una cadena de corrupción administrativa y política de la que ningún sector parece indemne.
La cantidad de desventuras de Romeo, ocurridas en un lapso de apenas unos días, darían fácilmente para que alguien perdiera el control y la estabilidad mental, pero él asume todo con admirable estoicismo, pese a saber que todos los errores que está cometiendo conscientemente, van a sumar y a pesar tanto que no va a poder al final salir incólume. Sin embargo Cristian Mungiu no va a dejar que lo veamos derrumbarse. Son muchos los cabos que van a quedar sueltos en este relato, para decepción de aquellos acostumbrados al desenlace de una narrativa convencional. Hay cosas que no tienen solución en Rumania. Y tampoco en la vida de Romeo, parece decirnos el director de este filme.
Graduación –conocida en España como Los exámenes– no es una película redonda. Funciona como alegoría de una sociedad disfuncional, pero el desespero de Romeo, su falta de introspección y la presión psicológica que ejerce sobre su hija buscando a toda hora que no falle en sus exámenes, terminan por alejarnos de este personaje protagónico, un hombre demasiado atribulado por unas circunstancias que él mismo eligió y que ahora tiene que asumir, así no sepa cómo.