El actual presidente del Festival de Cine de Cannes, el italiano Nanni Moretti, tiene una vida y una obra fílmica notables, que invitamos a recorrer en este texto.
Es fácil querer a Nanni Moretti. Y lo es porque este director y actor italiano, nacido en Brunico en 1953, siempre ha querido mostrarse de frente en la pantalla. El suyo es el cine en “primera persona del singular” al que aspiraban los gestores de la Nueva Ola francesa hace más de 50 años. Nanni no ha hecho del cine su vida, ha convertido su vida en cine. No sabemos qué tanto de esa vida sea un artificio cuidadosamente diseñado para dar una imagen entrañable, de hombre común, pero sin duda hay algo de honestidad difícil de simular al verlo “desnudarse” frente a la cámara, haciendo de sus películas una suerte de bitácora a mano alzada, de blog en el que confiesa sus amores, sus filias, sus temores y desdichas.
Ese estilo es más evidente en tres obras suyas: la muy popular Caro diario (1993) –por la que ganó el premio al mejor director en Cannes- el cortometraje El día del estreno de Close Up (Il giorno della prima di Close Up, 1996) y el largometraje Abril (Aprile, 1998), en los que el protagonista es él, Nanni Moretti, sin disfraz o alter ego alguno. En El caimán (Il caimano, 2006), vuelve a representarse a sí mismo, pero en este caso en un papel secundario en una película que es por completo ficción. Nanni –según sus películas que podríamos llamar autobiográficas- es un director, productor y actor de cine a quien le gusta montar en Vespa por Roma, que envidia a los que saben bailar, que siente fascinación por la música tropical y por las baladas italianas, que está decepcionado por la televisión y el cine que se consume en su país, que aspira a que con su teatro (el “Nuovo Sacher”) el cine arte tenga un espacio propio, que le gusta cantar mientras conduce su auto, que no oculta sus ideas de izquierda, que es un cinéfilo absoluto, que superó un cáncer, que tiene un hijo a cuyo nacimiento asistimos, que prefiere hacer un musical antes que un documental político y que interpretó –llenó de ironía- a Berlusconi en un filme ficticio. Este relato de su vida está contado con un finísimo humor que nace ante todo de su capacidad de observación frente a sí mismo y frente a los demás. Nanni es ante todo un testigo, un espectador asombrado. Y más aún cuando el absurdo o lo irreal aflora en sus filmes (¿por qué no?), cuando nos saca de la historia que nos está contando y nos lleva lejos, a lo onírico, a lo deseado.
En esos filmes Nanni Moretti habla a la cámara y por ende nos habla, escribe en su diario, se ríe, se enoja, se desconcierta, se frustra ante la imbecilidad o la mediocridad. Es un tipo algo neurótico y dubitativo, pero profundamente simpático, quizá porque se confiesa frágil, cercano a cualquiera de nosotros. Un aliado desde el lado de allá del celuloide, alguien que representa al hombre de a pie: el que tiene que padecer el viacrucis de un mal diagnóstico médico, el que no encuentra nada valioso para ver en cine, el que tiene miedo de convertirse en padre, el que muchas veces no sabe que decidir. Además Nanni hace un cine directo, lineal en su narrativa, sin pretensión distinta a ser un registro vivencial lo más cercano a un diálogo franco con el espectador; incluso sus actores de confianza se repiten película a película (Silvio Orlando, Dario Cantarelli, Jasmine Trinca, Margherita Buy), como si fueran miembros de su familia que aparecen en distintas fotos año a año. Obvio que esa aproximación narcisista le ha generado enemistades y antipatías entre críticos y público, que no entienden que tiene de interesante la vida de este hombre como para que se dedique en sus películas a contárnosla. Y que es hasta indecente ese culto a su personalidad extrovertida e histriónica, a la que no necesariamente tenemos que rendir tributo o por lo menos seguir con interés. Es cierto que si uno no está en la misma longitud de onda de las creencias, la línea de pensamiento liberal y el humor de Nanni Moretti, puede encontrar su cine poco atractivo, pero es innegable también que se necesita valentía para hacer pública una vida, para exhibir nuestros temores y defectos. Nanni nos abre su diario personal, depende de nosotros si queremos leer lo que ahí dice.
En sus otras películas –las que son narrativas de ficción- es difícil no dejar de ver al hombre que conocemos detrás del actor que interpreta un papel. Nanni es Don Giulio, un joven sacerdote asignado a una parroquia periférica en Roma en La misa ha terminado (La messa è finita, 1985), uno de los filmes que realizó en Italia antes de hacerse famoso internacionalmente. Los dilemas personales y familiares de este sacerdote lo superan y no lo dejan en paz para orientar a sus feligreses. Nanni es Giovanni Sermonti, un psicoanalista, en La habitación del hijo (La stanza del figlio, 2001), un doloroso drama en el que una familia debe afrontar la inenarrable muerte de un hijo adolescente. En esta película, galardonada con la Palma de oro en el Festival de Cannes, Moretti parece ser el mismo de Caro diario, pero no es así. No es nuestro Nanni, es un hombre distinto, con un gran dolor a cuestas. Es difícil hasta para él mismo marcar esas distancias. Más complicada aún resulta esta tarea en El caimán, la inteligentísima y cinéfila sátira sobre un productor de películas de serie B venido a menos (interpretado por su habitual Silvio Orlando) que ve la oportunidad de reverdecer haciendo una película sobre la era Berlusconi. Nanni el actor se interpreta a sí mismo, con la diferencia –nada sutil- de que está apareciendo en una película de ficción, no en uno de sus filmes biográficos.
Habemus Papa (2011)
Su más reciente largometraje –que concursó en Cannes el año anterior y que está en cartelera actualmente en Colombia- es Habemus Papa (2011) y ahí interpreta al profesor Brezzi, un famoso psicoanalista contratado por el Vaticano para evaluar y tratar al Papa electo, indeciso de asumir sus funciones. Nanni hace de Nanni, así tenga un nombre distinto y una profesión diferente a la de cineasta. No iba a perder la oportunidad de sacar a flote su lado iconoclasta y mofarse del protocolo de la Iglesia y de los cardenales, en un desvío cómico que no favorece a esta película, un interesante drama sobre las dudas de un hombre, elegido Papa por sus pares, pero que no se siente capacitado para tamaña responsabilidad. El veterano actor francés Michel Piccoli interpreta –con toda dignidad y humanidad- a ese Papa huidizo que trata de buscar por sí mismo las respuestas a sus inquietudes espirituales, sin contar con la ayuda del psicoanalista, a quien deja atrapado en el Vaticano, en medio de un conclave inconcluso. El personaje de Nanni sobraba, pero a lo mejor pensó que hacía ya tiempo su público no lo veía en esa faceta más personal y por eso dio vida a este psicoanalista burlón.
Pero si lo que quería era exposición pública, el año 2012 le tenía reservado a Nanni Moretti una sorpresa: ser designado presidente del jurado del Festival de Cine de Cannes. Allá está en estos momentos disfrutando de buen cine. Me lo imagino agazapado en su silla, casi apenas con los ojos sobresaliendo a la fila de adelante y contándoles anécdotas a los demás jurados, tal como lo hizo con todos nosotros en su cortometraje Diario de un espectador, que hace parte del filme colectivo A cada uno su cine (Chacun son cinéma, 2007). En ese segmento lo vemos en una cafetería de un teatro. Nos mira y nos dice: “En este cine yo vi Domicilio conyugal, de Truffaut. Domicilio conyugal. El titulo italiano fue No dramaticemos… es solo cuestión de cuernos”. ¡Habemus Nanni para rato!