“He visto a Dios”: Como en un espejo, de Ingmar Bergman

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“El cine de Bergman es una gran ópera disfrazada de música de cámara”.
-Peter Matthews

Cuatro personajes. Un padre, sus dos hijos -Minus y Karin- y el marido de esta última, Martin. Una casa campestre frente al mar, en una de esas aisladas islas suecas del Báltico. Eso es todo lo que Ingmar Bergman necesitó para construir Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961) y con esos elementos mínimos –y la genialidad de la lente de Sven Nykvist- hablarnos de la fe, de la esperanza y del amor. Pero, sobre todo, hablarnos de la falta de esas creencias espirituales, pues su aproximación dramática en este filme está muy lejos de ser por optimista.

Karin sufre una esquizofrenia, pero hace poco salió del hospital y aparentemente está en un periodo de remisión. Su padre, David, es un afamado escritor, viudo, radicado en Suiza; mientras su hermano Minus está saliendo de la adolescencia rumbo a una adultez solitaria. Martin es médico y profesor. Los cuatro están en la casa de recreo de la pareja, pues David (Gunnar Björnstrand) ha venido de visita por unos días. Aparentemente lo que vemos es la cotidianidad de una familia descansando, pero las grietas que los separan son evidentes casi desde el inicio. Incomunicación, egoísmo e insensibilidad caracterizan la relación de David con sus hijos, que así lo intenten no pueden evitar su disgusto frente a él y frente a su actitud displicente hacia ellos. Aunque ese cisma familiar esté implícito en todo el drama subsiguiente, sin embargo, este no es el tema último del filme, pues Bergman quiere ante todo hacer una reflexión sobre la fe y sus distintas formas de concebirla.

Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961)

David es un hombre cínico que se encuentra en medio de un gran vacío espiritual, Martin (Max von Sidow) no tiene fe, solo su racionalidad; Minus es inocente y temeroso, mientras Karin (nada menos que Harriet Andersson) está llena de fervor: el giro sarcástico que Bergman propone es que ella a su vez es la enajenada de los cuatro personajes. Su creencia en un Dios que le habla y que le da órdenes es parte de su delirio esquizofrénico. El mismo delirio que le hace experimentar gozos sensuales que frente a su marido no exhibe, el mismo que la hace esperar la llegada de un Dios que según ella es protector, que es palabra y respuesta. Cuando una noche está en cama con su esposo, le dice “A veces estamos muy indefensos. No sé… como niños en la jungla de noche. Los búhos pasan mirándote con sus ojos. Oyes el repiqueteo de la lluvia, el susurro. Y los hocicos húmedos, los dientes de los lobos”, entendemos que ella está anhelando encontrar una presencia divina que la salve.

Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961)

En una escena posterior cuando sube al ático de la casa con Minus, para mostrarle el sitio donde oye voces que le hablan, le dice a su hermano –haciendo tácita referencia al diálogo antes mencionado: “Un Dios bajó de la montaña. Atraviesa el bosque oscuro. Hay bestias salvajes en el silencio y la oscuridad. Tiene que ser real. No estoy soñando, digo la verdad”. Karin busca respuestas a sus inquietudes espirituales, pero su fe es irracional, es la construcción de una mente enferma y frágil que obedece órdenes de voces inexistentes que no solo quieren alejarla de Martin, sino que además le obligan a actos incestuosos con su hermano…

En el diario de trabajo de Bergman de mediados de marzo de 1960, antes que el guion hubiera tomado forma, se lee: “Es un dios el que le habla. Ella muestra humildad y sumisión hacia ese dios al que adora. Dios es oscuro y luminoso. Unas veces le da órdenes inexplicables, beber agua salada, matar animales, etc. Pero otras es amoroso y le proporciona sensaciones fuertes, incluso sexuales. Él desciende y se disfraza de Minus, el hermano pequeño de ella. Al mismo tiempo el dios la obliga a renunciar al matrimonio. Es la novia que espera a su novio y no puede mancillarse. Mete a Minus en su mundo” (1).

Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961)

Bergman es implacable: desde su visión atea la creencia en un Dios protector o salvador es una idea alucinada, algo que un medicamento antipsicótico puede neutralizar. Como guionista Bergman no tiene piedad con Karin, a la que incluso le tiene una lección. Cuando el filme va a concluir ella tiene una visión mística de la llegada de Dios y espera anhelante de rodillas en el ático. El arribo de un helicóptero ambulancia hace que la puerta de un armario se abra y Karin tiene una alucinación que la hace gritar y que describe luego: “La puerta se ha abierto. Pero el Dios era una araña. Se me ha acercado y he visto su rostro. Era horrible y frío. Ha subido por mi cuerpo y ha intentado penetrarme. Me he defendido. Le veía los ojos todo el rato, fríos, tranquilos. Al no poder penetrarme, ha subido por mi pecho, hasta mi cara y la pared. He visto a Dios”.

Ingmar Bergman en este filme aún tiene, sin embargo, un salvavidas que ofrecernos cuando parece que estamos –durante su visionado- ahogándonos en las aguas de la desazón y el desconcierto. Martin increpa a su suegro, que ha hecho anotaciones en su diario, interesado en observar y analizar clínicamente –y como material literario- el deterioro mental progresivo de su hija, diciéndole: “Estás vacío, pero eres capaz. Y llenas tu vacío con la extinción de Karin. Pero, ¿dónde encaja Dios en todo esto? En realidad esto lo hace más inescrutable”. David le dice que intentó suicidarse tirándose en su auto por un precipicio pero a última hora el vehículo se atascó (esto le ocurrió a Bergman en la vida real). De ese vacío y de ese hecho fortuito que le impidió matarse David entendió (¿vio una señal?) que amaba a sus hijos y a Martin.

Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961)

Al final de Como en un espejo, cuando padre e hijo quedan solos y Minus está destrozado con lo que ella y su hermana hicieron, le pide consuelo a él. Le pide demostrarle que Dios existe y David le dice “Solo puedo darte un indicio de mi esperanza. Es saber que el amor existe en el mundo”. –“¿Para ti Dios y amor son lo mismo?” – le pregunta Minus. – “Apoyo mi vacío en ese pensamiento” –responde su padre. Bergman quiere que entendamos que desde su óptica la única forma de deidad es la que se construye mediante actos de amor hacia el otro. En su libro Imágenes así lo confirma: “Como en un espejo es un intento casi desesperado de presentar un concepto de vida: Dios es el amor y el amor es Dios. El que está rodeado del Amor también está rodeado de Dios. A esto es a lo que, con la ayuda de Vilgot Sjöman, llamo «certeza conquistada»” (2).

A una pregunta que le hace Torsten Manns –crítico de cine y editor de la revista Chaplin– en 1969 sobre el cambio en la idea de Dios que se observa en Como en un espejo, Bergman responde que “Por lo que puedo recordar es un asunto de la total disolución de toda noción de una salvación espiritual. Durante esos años esto me pasaba todo el tiempo y lo reemplazaba un sentido de la santidad –por llamarlo torpemente- a ser encontrado en el hombre mismo. La única santidad que realmente existe. Una santidad totalmente de este mundo. Y supongo que eso es lo que la secuencia final trata de expresar. La noción del amor como la única forma imaginable de santidad. Al mismo tiempo aquí empieza otra línea de desarrollo de mi idea de Dios, una que quizá se ha hecho más fuerte a lo largo de los años. La idea del Dios cristiano como algo destructivo y fantásticamente peligroso, algo lleno de riesgo para el ser humano, provocando en él fuerzas destructivas oscuras antes que las opuestas” (3).

Como en un espejo (Såsom i en spegel, 1961)

He ahí expuestas las dos líneas argumentales de su filme: el desprecio de Dios como divinidad espiritual y la entronización del amor humano como su sustituto. A las dudas de El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957) y al asombro desilusionado de El manantial de la doncella (Jungfrukällan, 1960) Bergman responde ahora con absoluto desdén: Dios es producto de una mente enferma: una alucinación visual, un delirio psicótico. Y ese Dios es frío, calculador, monstruoso. Su influjo nos impide reconocer –nos nubla la vista- que el amor es lo que nos hace trascender, el único medio por el que adquirimos trazas de divinidad en medio de nuestra mortal fragilidad. Por eso Bergman se apropia de un pasaje de la primera carta de San Pablo a los Corintios para expresar su credo y darle título a su filme: “El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto. Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor”.

Esa era su doctrina. Pero cuando lleguemos a Luz de invierno (Nattvardsgästerna, 1963) –conocida también como Los comulgantes– su mirada se habrá tornado más amarga, más desilusionada. En Como un espejo apenas va a caer la noche de las almas.

Referencias:
1. Ingmar Bergman, Imágenes, Barcelona, Tusquets, 2001, p. 218
2. Ibid., p. 217
3. Stig Björkman, Torsten Manns, Jonas Sima, Bergman on Bergman, Nueva York, da Capo Press, 1993, p. 164

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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