“Hotel oriental, habitación 2046”: 2046, de Wong Kar-wai
«El recuerda esa época pasada como si mirase a través de un cristal cubierto de polvo. El pasado es algo que se puede ver pero no tocar y todo cuanto ve está borroso y confuso». Es -ya lo adivinaron- el hermoso y evocador enunciado con el que termina Deseando amar (Fa yeung nin wa, 2000). A pesar de que la historia que Wong Kar-wai nos presentó no ocurría en un flashback sino directamente en los años sesenta, la frase final de la película nos remite al pasado: a imaginar las imágenes -que recién vimos- ya como un recuerdo, quizá uno magnificado por el paso del tiempo y que a lo mejor era menos hermoso que como lo recordamos. Pensemos por un momento en la película como en una evocación subjetiva y sublimada que hace su protagonista y no como en un hecho real. Entenderemos entonces que es posible que la magia que envuelve al relato sea tan solo fruto de la benevolencia que da recordar algo que un día amamos. Y que la realidad sea en verdad más amarga, más cruda, menos sutil y, claro, mucho menos perfecta.
Antes de que esas palabras aparecieran en la pantalla habíamos visto al señor Chow Mo-wan susurrando un secreto en el agujero de unas ruinas en Camboya. No sabemos – aunque sospechamos el motivo- lo que confesó el atribulado protagonista del filme, incapaz de expresar con claridad cuál era el tamaño de sus afectos hacia la señora Su Lizhen Chan, su vecina en un inquilinato de Hong Kong a principios de los años sesenta. Ambos fueron víctimas de la infidelidad de sus respectivas parejas y de la tozudez de sus propios sentimientos, en un diálogo de mudos que querían oír lo que el otro no era capaz de musitar. Amor imperfecto y trágico, en la misma línea del de Breve encuentro (Brief Encounter, 1945) de David Lean, y por eso mismo inolvidable y eterno, fue la segunda película de Wong Kar-wai exhibida en este país y la primera que hizo que entendiéramos que estábamos ante un artista fundamental, ante un formalista arriesgado, ante un narrador poderoso. ¿Exageramos? No creemos. El mundo del cine ha reconocido que Kar-wai constituye la punta de lanza del celuloide de este siglo, mezcla de riesgo y velocidad visual con un fondo de humanista sensibilidad que el director se resiste a sacrificar en ninguno de sus filmes.
La cámara del australiano Christopher Doyle ha acompañado toda la trayectoria de este director nacido en Shanghai y en Deseando amar mostró, a través de su lente privilegiada, la vocación entre intimista y vanguardista que Kar-wai quiso para una historia tan personal y privada como ésta, de un amor correspondido pero nunca expresado, en un abordaje visual en el que la cámara lamenta -si esto fuera posible- tener que ser testigo de una vivencia que sólo debe ser atestiguada por sus protagonistas y por nadie más. Por eso la lente se escondía, por eso no entraba a las habitaciones, por eso prefería los rincones, las esquinas, el reflejo especular, el fuera de campo. La película maravillaba por su estética tímida y así mismo de un poder sugestivo perfecto para la historia que se desarrollaba ante nuestros embelesados ojos y que hoy queremos entender como filtrada a través de los recuerdos de un hombre enamorado sin remedio.
La historia se desarrollaba en Hong Kong en 1962, pasaba a Singapur el siguiente año y terminaba en Camboya. Pero, ¿Qué fue del señor Chow y la señora Chan? Cinco años tardó Wong Kar-wai en resolvernos el interrogante. La respuesta la obtuvimos en el Festival de Cannes de 2004, en el que presentó su octavo filme, 2046, concluido a marchas forzadas para la ocasión. Y que aparentemente es -para nuestra sorpresa- una prolongación de la historia de Deseando amar. Lo que no sabíamos era que esta película se rodó paralelamente a su predecesora, sabiendo que iba a ser utilizada para una continuación, si es posible llamarla así, de su exitosa cinta de 2000. «Esto se nos ocurrió alrededor de 1997 durante el traspaso (de Hong Kong a manos de China), porque en ese momento el gobierno chino prometió que durante cincuenta años Hong Kong no cambiaría. 2046 es el último año de esta promesa y pensé que sería interesante usar estos números para hacer una película acerca de las promesas. Al principio intentamos hacer el filme como una ópera, con tres historias cortas basadas en la ópera occidental. Cuando por fin conseguimos financiación y juntamos el equipo de producción ya era casi fines de 1999. Al mismo tiempo estábamos trabajando en Deseando amar, así que al principio eran dos proyectos diferentes. Deseando amar era una historia muy sencilla y pensamos que nos tomaría dos o tres meses terminarla y que entonces podríamos empezar de nuevo con 2046. Pero de alguna forma, Deseando amar nos tomó mucho más de lo previsto, así que tuvimos que demorar la producción de 2046. Debido a que los actores estaban muy ocupados tuvimos que trabajar de nuevo con atrasos de calendario, pero también tuvimos otros problemas. Al principio queríamos rodar en Shanghai pero necesitamos esperar los permisos, y cuando por fin los conseguimos, construimos los platós y alistamos el reparto, tuvimos problemas con la epidemia de SARS», aclaraba Wong Kar-wai en una entrevista.
De la señora Chan nada sabremos, pues 2046 se centra en la vida del protagonista masculino, interpretado de nuevo por Tony Leung, actor habitual de su cine. El señor Chow regresa a Hong Kong a fines de 1966, tal como vimos brevemente en Deseando amar, donde vamos a seguirlo durante tres navidades consecutivas. De la película previa tendremos referencia sólo tangencialmente, pero siempre que se menciona algo relacionado con lo que en ella ocurrió, la nostalgia invade y vampiriza un relato que es de por sí nostálgico. El mismo director aclara el asunto: «Para mí, Deseando amar es un capítulo de 2046. Es como si 2046 fuera una gran sinfonía y Deseando amar fuera uno de sus movimientos». Imaginemos, con la venia del director, a ambos filmes como un todo. La primera parte es el pasado. La segunda es el presente y el futuro. Aunque no parezca, son inseparables: quizá el pasado sea algo que «se puede ver pero no tocar» pero, en el mundo fílmico de Kar-wai, explica lo que va a ser el futuro, definiéndolo como aquel momento en el tiempo dedicado a lo imposible: a intentar recuperar los recuerdos perdidos, en un movimiento circular arqueado sobre sí mismo, como si fuera un tren que se desliza hacia el futuro para reunirse con el pasado, en una metáfora que no es tal, como ya descubriremos.
El director nos sorprende -bueno, siempre lo ha hecho- desenmascarando a su protagonista. No es el hombre tímido, reservado y paciente de Deseando amar. De nuevo insistimos con lo mismo: cuando recordamos algo deformamos la realidad y la embellecemos. A lo mejor Kar-wai quiso que viéramos al señor Chow con los ojos del recuerdo, y se nos presentara como un ser excesivamente noble, cuando en realidad era un periodista mujeriego, sexualmente voraz y escritor secreto de aventuras eróticas -y no de artes marciales, como nos había hecho creer. ¿O será que la desilusión amorosa lo hizo cambiar y desbordarse? El hecho es que al volver a la ciudad se aloja en el Hotel Oriental en la habitación contigua a la 2046, cifra que le trae buenos recuerdos, pues es el mismo número de la habitación en la que se encerraba con la señora Chan a escribir sus relatos, lejos de los rumores que podrían surgir en el inquilinato si los veían juntos. “Un día cuando estaba rodando Deseando amar en Bangkok, me di cuenta de que el número de la habitación del hotel era 3-0-algo y dije: ¿Porqué no le ponemos 2046? Al principio era una broma, pero para mí sicológicamente las dos películas se estaban relacionando. Luego la estructura de 2046 empezó a cambiar y evolucionó a partir de este punto. Así que ahora estas dos historias tenían algo en común», expresaba el director.
No es difícil presentir que en ese cuarto ocurrieron cosas mucho más íntimas que las que el señor Chow pretendió que pasaron. Por eso al volver a ver el número no puede resistir la tentación de alojarse en las cercanías, como si -por ventura, por físico e imposible azar- la señora Chan llegara a ocupar ese cuarto y la historia que ambos protagonizaron volviera a empezar. Una vez coincidieron, ¿no era posible que ocurriera otra vez? Pero no, ella no aparece. Wong Kar-wai nos presenta sucedáneos, imágenes de mujeres que no son ella, pero en las que el señor Chow va a sumergirse buscándola -esclavo de lo que pudo pasar y nunca fue- para salir de nuevo a la superficie y darse cuenta de que sigue estando solo. Quizá ahora más que antes.
Por eso 2046 es una búsqueda constante de amor en el que se entrelaza la vivencia con el juego literario, en una amalgama feliz donde la primera nutre al segundo, y donde éste brinda soluciones que la vida real no puede ofrecer. El escritor que hay en el señor Chow libera su imaginación y en el relato novelesco de ciencia ficción que se dedica a hacer, imagina un mundo futuro donde hay un sitio en el que es posible rescatar para siempre los recuerdos e impedir que se fuguen cubiertos de olvido. Como la atmósfera gris y sórdida en la que vive no le ofrece solución a sus necesidades afectivas, que sea la literatura la llamada a aliviarlo. Su mundo de ficción lo protagonizan los seres a su alrededor. Wang Jing Wen, la hija mayor del dueño del Hotel Oriental, está obsesionada por el amor de un japonés, a pesar de la renuencia de su padre a aceptar esa relación. El señor Chow imagina al japonés como a un pasajero de un tren futurista que se dirige a un extraño lugar llamado 2046, donde nada cambia, y hay la posibilidad de recuperar los recuerdos perdidos. Es, en realidad, un viaje al pasado. El pasajero se enamora en el tren de una androide -la hija del hotelero- que tiene retardadas las reacciones y no hace sino ignorarlo. El amor es asunto también de sincronías, de una coordinación de trayectorias físicas y emocionales, de estar en el momento justo con la persona adecuada. ¿O es que ya olvidamos por qué las cosas no resultaron tan bien como debían en Deseando amar?
Pensando siempre en el pasado e imaginando el futuro, el señor Chow no vive su presente. Su relación con las mujeres que conoce en esta película refleja esta curiosa dicotomía. Una tahúr, una bailarina que es a la vez call girl, y una estudiante y escritora aficionada serán las mujeres con las que pretende exorcizar el recuerdo de la señora Chan, pero paradójicamente ellas se encargarán de hacérsela recordar siempre. Las tres a su vez representan el pasado, el presente y el futuro y de igual forma son el nombre, el cuerpo y la mente de su amada ex vecina.
La tahúr (la magnífica Gong Li) es el pasado: la conoció en Singapur en 1963 y se llama, sorpresivamente, también Su Lizhen Chan, nombre del que parece no podrá huir. Bai Ling (Zhang Ziyi, por fin a las órdenes de Kar-wai), la hermosa prostituta de la habitación contigua, es el presente y el cuerpo. Con ella vive un romance apasionadamente físico, que a ella llena de ilusión y a él de hastío. No es con el sexo con el que vaya a olvidar o a reemplazar a la señora Chan, ¿será con la mente, entonces? Wang Jing Wen (Faye Wong), la joven hija del dueño del hotel, es el futuro y la mente. A ella convierte en protagonista de su historia futurista, pero tampoco en su relación platónica encuentra alivio. La soledad de un cigarrillo nocturno parece ser su única compañía duradera y fiel.
Visualmente 2046 es una extensión formal del estilo de Deseando amar. Regresan los espejos y sus reflejos, los bordes que cortan v esconden las figuras, los personajes de espaldas, las paredes imperfectas, los movimientos al ralenti, el humo que asciende de las bocas que fuman, la voz en off, la música de una época ya ida. Kar-wai da paso a Siboney, Perfidia, Sway y a The Christmas Song en la voz de Nat King Cole, el cantante favorito de la madre de este autor. Música para moverse con cadencioso ritmo, para bailar con alguien que se ama. Pero el señor Chow parece condenado a bailar con su sombra reflejada en la pared. Sólo el anhelo por los tiempos ya idos lo hace vivir. “¿Por qué ahora las cosas no pueden ser como antes?”, le pregunta Bai Ling cuando vuelven a encontrarse al final de la película, en un reencuentro tan fugaz como estéril. Eso mismo se pregunta él, rememorando incesantemente a ese único amor al que es incapaz de olvidar.
Ya lo dice el director en su filme Ashes of Time (Dung che sai duk, 1994): «Mientras más trates de olvidar algo, más se quedará en tu memoria. Una vez oí que alguien dijo que si vas a perder a una persona, la mejor forma de conservarla es mantenerla en tu memoria», Esa persistencia de los recuerdos lo atrapa y lo condena, impidiéndole ser feliz. El director parece ser a su vez víctima de su propio invento: 2046 se antoja una suma pesimista de sus obsesiones con una época pretérita, que fue la de su infancia en los años sesenta. Por eso recurre a ese recuerdo desde una obra tan temprana como Days of Being Wild (A fei ping juen, 1991), filme que como sin querer se entrelaza con éste, compartiendo puntos comunes para nada casuales.
«Y así vamos hacia adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado», escribió Scott Fitzgerald en El gran Gatsby, como si se refiriera a Wong Kar-wai, el director del cine del futuro que se niega a dejar de caminar de espaldas, mirando hacia atrás mientras sus pasos se dirigen con firmeza hacia adelante, hacia un porvenir que sólo artistas de su altura son capaces de concebir y hacer realidad.
Publicado en la revista Kinetoscopio no. 74 (Medellín, vol. 15, 2006). págs. 56-59
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2006
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