Ilusionados todavía: La gran ilusión, de Jean Renoir

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“Jean Renoir ha heredado de la sensibilidad literaria y pictórica de la época de su padre, un sentido profundo, sensual y conmovedor de la realidad”
-André Bazin

El ruido era ensordecedor. Los aviones parecían sobrevolar a propósito por encima del grupo que pretendía rodar Toni en los Martigues en ese verano de 1934. Está bien, era claro que había un campo de aviación cercano, pero era injustificado que todos los aviones decidieran lanzarse en picada –curiosos y traviesos- sobre los miembros del equipo de rodaje cada vez que iban a filmar una escena en exteriores. Jean Renoir, el director del futuro filme, tenía que hacer algo. Fue entonces a hablar con el oficial al mando de la base aérea. Se trataba del General Pinsard. Cuando estuvo frente a él, Renoir sintió que no era la primera vez que lo veía.

La gran ilusión (1937), de Jean Renoir

La gran ilusión (1937), de Jean Renoir

Claro que no la era. Ya no tenía bigote y ahora tenía el rango de General, pero seguía siendo el mismo ayudante Pinsard que le salvó la vida durante la Primera Guerra Mundial, cuando Renoir hacía parte del escuadrón aéreo C64. Durante una misión de reconocimiento fue atacado por un Focker alemán y luego salvado milagrosamente por un caza francés piloteado por Pinsard, un valiente militar que terminó siendo muy amigo de Renoir, hasta que a este le cambiaron de acantonamiento y lo perdió de vista.

Ahora volvían a encontrarse. Resuelto el asunto del ruido de los aviones, ambos pudieron volver a conversar. Renoir se enteró de las múltiples veces que Pinsard fue derribado, puesto preso en un campo de concentración y luego había escapado. Renoir anotó esas anécdotas, pues le parecía un material perfecto para un filme de aventuras. Luego de añadir otros testimonios de prisioneros de guerra y sus propios recuerdos, Renoir escribió un borrador de guión, “Las evasiones del Capitán Marechal”, y lo guardó un tiempo, mientras hacía otras películas como El crimen del Señor Lange (Le crime de Monsieur Lange, 1936) y Los bajos fondos (Les bas-fonds, 1936). Precisamente sería con el autor de los diálogos de esta última cinta, Charles Spaak, con quien Renoir volvería a retomar la idea de su filme sobre prisioneros de guerra. Spaak aportó la información que le dio su hermano, en ese momento Ministro de Asuntos Exteriores de Bélgica, que también estuvo en un campo de concentración.

Jean Gabin en La gran ilusión (1937), de Jean Renoir

Jean Gabin en La gran ilusión (1937), de Jean Renoir

Tras muchas reescrituras y cambios, interesaron al actor Jean Gabin en el proyecto y empezó la larga tarea de convencer a algún productor. Recuerda Renoir en su libro de memorias, Mi vida y mi cine, que “Cargué con el manuscrito durante tres años, visitando los despachos de todos los productores franceses o extranjeros, convencionales o de vanguardia. Sin la intervención de Jean Gabin, ninguno de ellos se hubiese arriesgado a la aventura. Me acompañó en buena parte de las gestiones. Encontramos finalmente a un financiero que, impresionado por la sólida confianza de Jean Gabin, aceptó producir la película”. A donde el financista Frank Rollmer llegaron por intermedio de un amigo de Renoir, Albert Pinkovitch, un hábil negociante de origen judío. Renoir estaba seguro que Rollmer aceptó producir el filme sencillamente por qué no conocía el medio del cine.

Los productores veteranos no le veían futuro a La gran ilusión por el enfoque que quería darle Renoir. Él pretendía ir más allá de la historia de una fuga, él quería dejar de lado los clichés que una y otra vez se repetían en las películas de guerra, él no iba mostrar las tristezas que padecía la infantería en las trincheras. “No quise rodar las miserias de esta última. Mi tema principal no es ese. Mi tema principal era uno de los objetivos hacía los que tiendo desde que hago películas, es decir, la reunión de los hombres”, decía.

La gran ilusión (1937), de Jean Renoir

La gran ilusión (1937), de Jean Renoir

Renoir visualizaba el mundo dividido en fronteras sociales horizontales y no verticales. Según sus palabras, “Cuando un granjero francés se encuentra cenando en la misma mesa que un financiero francés, aunque ambos son franceses no tiene nada que decirse. Lo que le interesa al uno deja al otro totalmente indiferente. Pero si imaginamos una reunión entre nuestro granjero francés y un granjero chino, tendrán montones de cosas que contarse”. Esas relaciones que unen a los hombres sin mediar incluso nacionalidades están claras en este filme, en el que un teniente y un capitán franceses –durante la Primera Guerra Mundial- son derribados y capturados por los alemanes, al mando del capitán von Rauffenstein (interpretado por el director Erich von Stroheim). El teniente Maréchal (Jean Gabin), es un parisino de clase obrera, mientras el capitán de Boeldieu (Pierre Fresnay) es de alta cuna. En el campo de concentración Maréchal –el proletario- se hace aliado de Rosenthal (Marcel Dalio), un acaudalado judío –una minoría en la que se desconfiaba- que trata de aminorar el sentimiento antisemita de sus compañeros de prisión compartiendo con ellos los manjares que le envían de casa; mientras tanto los dos altos oficiales se reconocen aristocráticos y afines en muchos campos, superando el hecho de que pertenezcan a bandos rivales. Incluso entre sí hablan en inglés, aislándose aún más de los demás. Von Rauffenstein y de Boeldieu saben, sin embargo, que los días de la élite a la que pertenecen están contados. Lentamente van quedando fuera de un orden social que los está arrinconando y desplazando sin remedio. Los Maréchal y los Rosenthal serán los que terminen manejando el mundo, se lamentan. A pesar de esas elucubraciones, es casi asombrosa la caballerosidad que captores y prisioneros demuestran en sus relaciones. Ante todo se saben víctimas de las circunstancias, hermanos separados por una frontera o un idioma, pero en el fondo iguales. Maréchal en un calabozo es consolado por un soldado alemán que le ofrece cigarrillos y le regala una armónica. ¿Qué fue de esa ética de la guerra?

Pierre Fresnay y Erich von Stroheim en La gran ilusión (1937), de Jean Renoir

Pierre Fresnay y Erich von Stroheim en La gran ilusión (1937), de Jean Renoir

Por eso esta magnífica película no es sobre combatientes, es sobre hombres y mujeres que no han perdido su humanidad, que se resisten a dejar de verse en el otro. La guerra era solo un accidente, no era motivo suficiente para perder una hermandad idealista que hoy suena demasiado optimista.

Pero Renoir tenía fe, siempre la tuvo. La gran ilusión se rodó durante el invierno de 1936, cuando aún el Frente Popular, en cabeza del socialista judío Léon Blum, estaba al frente del gobierno francés. Había exaltada fe en las posibilidades del ser humano, en la fraternidad, en la superación de las barreras sociales, en la unidad nacional. Era necio pretender llevar al mundo a otra guerra y La gran ilusión con su mensaje pacifista quería disuadirnos de cometer ese error. “La gran ilusión era creer que esa guerra sería la última”, comentaba François Truffaut. Pero ya el mundo no era el de la Primera Guerra Mundial y Renoir tuvo que aceptar que, pese al éxito de taquilla, La gran ilusión no iba a cambiar el curso de la historia. Quizá por eso existe La regla del juego (La règle du jeu, 1939), como última advertencia al borde de la hoguera. Pero ya era tarde, demasiado tarde.

Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano. Medellín, 03/06/12. Págs. 10-11
©El Colombiano, 2012

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

La gran ilusion (poster)

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