Invitación a la danza: Pina, de Wim Wenders
El mejor resumen de lo que ha logrado Wim Wenders con Pina (2011) está en el último plano del filme, cuando los integrantes del Tanztheater Wuppertal desfilan bailando por el estrecho camino de un desfiladero. Se ven alegres y satisfechos, y nosotros con ellos. De repente la imagen se convierte en una proyección en la pared del fondo de un teatro, el mismo recinto donde estos bailarines nos han estado mostrando lo que Pina Bausch les enseñó, la comunión -que logró con ellos- entre sus cuerpos y los innovadores conceptos artísticos que aplicó. Vemos aquí la conjunción entre la danza, el teatro y el cine, tres artes unidas en un proyecto que inicialmente pretendía mostrar en acción la manera de crear y la obra de esta coreógrafa y bailarina alemana tan cercana a Wenders, pero que resultó siendo un homenaje póstumo tras su fallecimiento en junio de 2009 a los 68 años, poco después que se le diagnosticara un cáncer.
Era todo un reto mostrar algunos de los montajes más emblemáticos de Pina –como La consagración de la primavera de Stravinsky, Kontakthof, Café Müller y Vollmond, esta última con una inmensa roca en el escenario- liberando a la cámara de las restricciones espaciales del teatro, por más dinámico que este fuera. Además de la filmación en 3D, Wenders cambia permanentemente de planos, acercándonos a la acción como nunca va a poderlo hacer el espectador teatral, y de repente nos saca de esos confines, llevándonos a escenarios naturales de la propia Wuppertal, como el famoso monorriel que es emblema de esta ciudad. Además vemos metraje de archivo de la propia Pina y testimonios en off de los bailarines, que rinden generoso tributo a su mentora.
Es posible que el filme no sea tan atractivo para el espectador que no se afín o no guste de la danza contemporánea, pues no es exactamente didáctico frente a aportar datos de contexto referentes a la biografía de Pina Bausch o sobre el origen de los montajes que se nos muestran. Sin embargo vale la pena arriesgarse a la experiencia: la creatividad y el vigor de los números que vemos son absolutamente contagiosos. Súmese a esto una variada banda sonora –con Louis Armstrong y Caetano Veloso incluidos- y entenderemos la satisfacción y el deleite que este documental ha generado.
Para quienes admiramos el cine de Wim Wenders hay una recompensa adicional: ver a este realizador enderezar la senda, torcida en varios proyectos recientes tan estériles como fallidos. Les faltaba amor; por fortuna aquí le sobra.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 15/03/12). Pág. 18
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