James Dean: Vivir de prisa, morir joven
James Dean se fue de este mundo el 30 de septiembre de 1955. Ya son más de seis décadas de la gestación de un mito que supera lo meramente cinematográfico y que se prolonga en una reverencial idolatría sostenida por un enorme grupo de fanáticos que en su mayoría ni siquiera habían nacido cuando James Byron Dean, a sus veinticuatro años, fallecía conduciendo su Porsche Spyder rumbo a una competencia automovilística en Salinas, California. En la intersección entre las autopistas 466 y 41, cerca de Paso Robles, su auto fue embestido por un Ford Tudor que no lo vio, como declaró su compungido conductor, Donald Turnupseed, un estudiante universitario de veintitrés años. Dean murió en la ambulancia que lo transportaba al hospital, sin recuperar nunca la conciencia.
Una semana antes había acabado de rodar su participación como Jett Rink en Gigante, su tercer largometraje. No alcanzó a hacer nada más. Vivió de prisa y murió joven, como él soñaba, como él quería. El mito se instauró de inmediato, acrecentado por el hecho de que sólo una de sus películas se había estrenado mientras se encontraba vivo –Al este del paraíso– mientras las otras dos lo harían después de su deceso: Rebelde sin causa se presentó en octubre de 1955, y Gigante un año más tarde.
Pasó el tiempo y la mayoría de aquellos que hoy ven la imagen de James Dean en un afiche, en un libro, en una revista o reproducida en una camiseta, muy seguramente nunca han visto su cine. Sin embargo para ellos simboliza la rebeldía, la juventud eterna que lucha, llena de buenas intenciones, contra lo establecido, trátese de los padres, el gobierno, la política o la religión. Convertido –inesperadamente- en rebelde de muchas causas, no hay duda que su atractivo físico ayudó a consolidar y perpetuar este mito de la cultura pop. Ataviado con su chaqueta roja nos mira desde el más allá, con un aspecto que luce sospechosamente moderno. Su peinado descuidado y su mirada entre tímida y vivaz no se corresponden con la imagen que tenemos de los actores de mediados del siglo XX. James Dean estaba destinado a sobrevivir, a perdurar más allá del lapso de su vida terrenal. Ya lo expresaba él mismo: “Si un hombre puede saltar la brecha entre la vida y la muerte, quiero decir, si puede continuar viviendo después de que haya muerto, entonces quizá fue un gran hombre”.
¿Cómo surgió tal talento? En su juventud en Los Ángeles, mientras intentaba estudiar leyes para complacer a su padre, hizo parte de un grupo teatral independiente dirigido por el actor James Whitmore, lo que le permitió tener la experiencia para realizar algunos roles menores en tres películas de Hollywood producidas entre 1951 y 1952: Fixed Bayonets!, Sailor Beware y Has Anybody Seen My Gal? y en varias series televisivas. Sin embargo, fue el propio Whitmore quien lo convenció de irse a Nueva York y buscar en esa ciudad un horizonte más amplio, acorde con su talento. De esta forma, y tras un periodo de soledad y carencias en esa ciudad, Dean llegó a convertirse en el miembro más joven del Actors Studio, el mítico taller neoyorquino de actuación que en 1947 fundaran Elia Kazan y Cheryl Crawford, y que en 1952 era coordinado por Lee Strasberg. Ante él, Molly Strasberg y Kazan se presentó un nervioso actor llamado James Dean, acompañado de una amiga, Christine White, quien había escrito la pequeña escena que iban a representar en una audición en la que participaban ciento cincuenta aspirantes. Ambos fueron admitidos.
Iban a ser parte de una escuela que había marcado y definido la carrera de Marlon Brando, Rod Steiger, Eli Wallach, Geraldine Page y Paul Newman, por mencionar sólo algunos de los que por allí habían pasado. En una carta a su familia en Fairmount, escribía: “He hecho grandes avances en mi trabajo. Después de muchos meses de hacer audiciones, estoy muy orgulloso de anunciar que soy miembro del Actor´s studio, la más grande escuela de teatro. Hospeda a grandes nombres como Marlon Brando, Julie Harris, Arthur Kennedy, Mildred Dunnock… muy pocos logran acceder a ella, y es absolutamente gratis. Es lo mejor que le puede ocurrir a un actor. Soy uno de los más jóvenes en pertenecer. Si puedo mantenerme y nada interfiere con mi progreso, uno de estos días seré capaz de aportarle algo al mundo”. Sin embargo, su paso por el Actors Studio fue breve e irregular. Kazan nunca lo tuvo en buen concepto y Lee Strasberg disculpaba y justificaba sus ausencias, por la necesidad que el actor tenía de conseguir un trabajo que le ayudara a pagar las clases.
Una vez adquirida e introyectada la filosofía de Stanislavsky (que podemos simplificar en que el actor no debe imitar o impersonar sino convertirse en el papel que está interpretando, incorporando sus propias emociones y experiencias al rol), James Dean no necesitó más a sus mentores y se lanzó a probar fortuna. Broadway le abrió las puertas en dos producciones, See the jaguar y The Immoralist. La primera no tuvo éxito y en la segunda presentó su renuncia el propio día del estreno. Su personalidad conflictiva y antisocial salía con frecuencia a flote y en esa ocasión le hizo abandonar un rol que la crítica admiró. Sin embargo, debía cumplir dos semanas de preaviso y en una de sus últimas presentaciones fue observado por el guionista Paul Osborn, quien estaba adaptando con Elia Kazan la novela de John Steinbeck, Al este del paraíso, para llevarla al cine. El director lo recordaba –no con mucho aprecio- de su época en el Actors Studio, y le pareció que podía ser el actor que estaba buscando. A Kazan le parecía que el joven actor tenía conflictos personales irresolutos que encajaban bien con el personaje que iba a interpretar. “Recluté a Jimmy porque era Cal. No había punto en tratar de encontrar alguien mejor. Jimmy lo era. Le guardaba rencor a todos los padres. Era vengativo, se sentía apartado y perseguido, y además sospechaba de todos”, recordaba el realizador en su libro de memorias titulado Mis películas. Conversaciones con Jeff Young publicado originalmente en 1999.
El director lo metió en un avión y se lo llevó con él a Hollywood. Allí estaría dieciséis meses, los últimos de su vida. La llegada de James Dean a Hollywood en la primavera de 1954 pasó inadvertida para la prensa, ante la petición de Kazan de evitarle cualquier publicidad a su inclusión en el reparto del filme. El actor consiguió un apartamento arrendado en los altos de una farmacia en Burbank, diagonal a los estudios de la Warner, que compartía con Richard Dávalos, que interpretaría a su hermano en la película. Dávalos, antiguo acomodador en un cine, también había sido un descubrimiento de Kazan.
Su contrato era de diez mil dólares por la filmación, y con un anticipo que le hicieron se compró un caballo palomino, llamado Cisco. Más tarde y por recomendación de su agente, Dick Clayton, adquiriría un auto deportivo. El rodaje se inició a mediados de mayo. “Al este del paraíso es un estudio de dualidades, esto es que es necesario llegar a la bondad a través de lo satánico antes que de lo puritano… considero un gran reto revelar honestamente las cosas de mi rol que eran tanto mías como del personaje” –explicaba Dean en James Dean: A Biography, escrita por John Howlett-. “No leí la novela. Con el modo en que trabajo, prefiero justificarme con la adaptación y no con la fuente”. La puesta en escena nos lleva al área rural de California, cuando los Estados Unidos están a punto de entrar a la Primera Guerra Mundial. Raymond Massey interpretó a Adam Trask, el padre de los jóvenes y Jo Van Fleet –que se alzaría con el Oscar a mejor actriz de reparto- hizo el papel de la esposa y madre que los abandona a todos y termina como dueña de un prestigioso burdel en Monterrey. Julie Harris es Abra, la joven prometida de Aron que terminará también involucrada con Cal.
La Warner estaba interesada en realizar una producción de alto nivel, sin importar los gastos. Una replica del pueblo de Salinas fue construida en el estudio y las secuencias de Monterrey se rodaron en Mendocino, en la costa norte de San Francisco. En junio el rodaje se trasladó a Spreckels, en el valle de Salinas para rodar unas escenas. Dean pretendía llegar allá en una motocicleta Triumph T-110 que había adquirido recientemente, pero Kazan fue enfático en negarse a ello. “Si tenía que matarse” –se justificaba Kazan posteriormente, “Prefería que no fuera durante mi película”. Al regresar de Spreckles, Dean dejó el apartamento con Dávalos y se mudó a un lujoso camerino del estudio, vecino del de Kazan, lo cual convenía a este último. “Lo mantengo vigilado día y noche, para asegurarme que sobreviva a la maldita película” –decía el director en el texto con Jeff Young.
Desde un principio, Kazan trabajó de cerca con Dean, seguro de que el novel actor requería toda su atención. “Jimmy estaba muy desnudo, muy fácilmente se le hacia daño. Primero trabajé con él para ganarme su confianza. Luego le di un empujón en la dirección correcta”, explicaba el director. Los dos pasaban largo rato discutiendo una escena y para tranquilizarlo, Kazan a menudo ensayaba con él unos golpes de boxeo hasta que el actor estaba listo para rodar. A veces había que recurrir a algo más: “Una vez pasamos toda la tarde en una escena y él no podía hacerla, así que esa noche lo llené de vino tinto. Él no bebía mucho porque era un poco inestable y el licor le hacía daño, pero le di dos copas de vino e hizo una gran escena”.
Sus sentimientos hacia el actor eran como los de un domador que se enfrenta a una fiera desconocida: “Jimmy no era fácil porque todo era nuevo para él. Era como sería un animal, irritable e incierto. Pero con afecto y comprensión y paciencia le iba muy bien. Por Dios, él daba todo lo que tenía. No había nada que escondiera. Sólo al final, esos últimos días cuando uno sentía que una estrella iba a nacer y así olía todo, y la gente de la publicidad lo rodeaba, entonces empezó a arruinar las cosas un poco. Para la siguiente película pienso que algo en su carácter se había echado a perder”.
Una tarde durante un descanso, Dean fue a un plató adyacente para visitar a dos amigos, Paul Newman y Joseph Wiseman, que rodaban un filme llamado El cáliz de plata (The Silver Chalice). Ellos le presentaron a otro miembro del reparto, una actriz de veintiún años y origen italiano llamada Anna Maria Pierangeli, conocida sólo como Pier Angeli. Pronto se les vio juntos de manera frecuente, almorzando, paseando tomados de la mano y montando a caballo alrededor de Hollywood. La madre de la actriz no estaba de acuerdo con la relación, pero cuando le prohibió verlo, Pier Angeli amenazó con irse de casa y el romance continuó. “Pier es una chica rara. La respeto. A diferencia de la mayoría de mujeres de Hollywood ella es real y genuina”, le decía Dean a un amigo. La actriz lo hizo cambiar su modo de vestirse y peinarse, también hizo que tuviera mejores modales y conduciera su auto con más prudencia.
A finales de agosto James Dean terminó el rodaje de Al este del paraíso y pasó dos semanas en Nueva York para hacer un show televisivo. Sin embargo, al volver a Los Angeles algo había cambiado. Su relación con la actriz ya no era la misma y en octubre, Pier Angeli anunció su compromiso con el cantante Vic Damone. La pareja se casó el 24 de noviembre, para sorpresa y desilusión de Dean.
El 28 de marzo de 1955 se iniciaría el rodaje de Rebelde sin causa, en la que Dean interpreta a Jim Stark, a las órdenes de Nicholas Ray. Al este del paraíso se estrenó nacionalmente en abril, el mismo mes en el que la Warner le prorroga su contrato e informa que el actor va a interpretar a Jett Rink en la versión fílmica de Gigante. La prensa anunciaba el nacimiento de algo grande: “La película es un brillante entretenimiento y, más que eso, anuncia a una nueva estrella, James Dean, cuyo prospecto luce tan brillante como el de cualquier joven actor desde Marlon Brando… Dean, un joven de Indiana, es sin duda la noticia más grande que Hollywood ha hecho en 1955”, informaba la revista TIME. “Naturalmente siempre consideraré mi papel de Cal en Al este del paraíso como un punto alto en mi carrera. Marcó mi debut en el cine. ¿Pero el mejor? Nunca. Considero mi papel en Rebelde sin causa mejor que el rol de Cal. En cada película sucesiva, pensaré de mi papel como mejor que el anterior. Siempre debo hacerlo mejor. Debo mejorar. Debo crecer cada año”.
Rebelde sin causa, que costó seiscientos mil dólares, se estrenaría el 27 de octubre de 1955. Pero James Dean no pudo asistir a la premiere: el actor llevaba casi un mes muerto. Rebelde sin causa se exhibiría de manera póstuma y lo convertiría a él en ícono y en mito. Jim (Dean), Judy (Natalie Wood) y John (Sal Mineo) se volverían símbolos de una juventud que no veía en sus padres a referentes dignos de ejemplo, rebelándose contra su autoridad mientras trataban de aislarse, de construirse un mundo propio así lo supieran fugaz. Tras ver Rebelde sin causa y Johnny Guitar –también de Nicholas Ray- Jean-Luc Godard escribió en 1956 que “Uno no puede dejar de sentir que aquí hay algo que existe solamente en el cine, algo que no sería nada en una novela, el escenario o cualquier otra parte, pero que se vuelve fantásticamente hermoso en la pantalla”.
El rodaje de Gigante se había iniciado el 21 de marzo, cuando todavía estaba realizándose Rebelde sin causa, por lo cual el actor sólo pudo integrarse a la filmación el 3 de junio. Desde un principio la relación con el director George Stevens, quien veía en James Dean a una especie de saboteador, a un hombre que no estaba habituado a los métodos clásicos de Hollywood. “Stevens ha sido horrible. Me paré ahí tres días, maquillado y listo para trabajar a las nueve de la mañana. A las seis de la tarde yo no había hecho o ensayado ninguna escena. Me quedaba ahí, inmóvil como la protuberancia de un tronco, mirando al grumoso de Rock Hudson haciéndole el amor a Liz Taylor. Yo sabía lo que Stevens estaba tratando de hacerme” –se quejaba Dean en el texto de Howlett – “Se que soy mucho mejor actor de lo que él ha logrado conmigo hasta el momento. Me siento inhibido, restringido, no soy capaz de ejercer la capacidad completa de mis habilidades”.
Con tropiezos, el actor terminó su participación el 22 de septiembre. En su mente tenía la competencia en Salinas. “Quiero correr en Salinas, Willow Springs, Palm Springs y todos los otros lugares. Por supuesto, voy a perderme algunos, porque tengo que hacer un especial de televisión en Nueva York el 18 de octubre. Pero quizá pueda participar en una carrera mientras vengo de regreso”. Los planes quedarían aplazados para siempre, por la decisión que le costó la vida: conducir él mismo su auto deportivo. “Con un coche como este, ¿Quién quiere ir atrapado en un bus viejo?”, se le oyó decir. El destino opinaba otra cosa.
La carrera de James Dean quedaba trunca, con apenas tres largometrajes realizados. Pero fueron suficientes para hacer de él un mito. Había vivido deprisa, había muerto joven. Siempre sería joven, nunca veríamos en él a un adulto, a un actor con el sol a la espalda, a un anciano. Se quedó representando para siempre a la brecha generacional entre padres e hijos, cualquiera que fuera la generación de la que habláramos. Los jóvenes de los años cincuenta, sesenta y setenta siempre se sintieron representados por un hombre que incluso llevaba la palabra “rebelde” en el título de una de sus películas. Dean en sus filmes fue el anti establecimiento, el joven que quería reemplazar las reglas que le imponían por unas propias con las que pudiera sentirse cómodo y cuyo primer mandamiento era que lo dejaran en paz.
La maquina de hacer dinero que existe en Hollywood se encargó de algo más: de convertir a James Dean en un objeto, en un producto comercial con el cual pudieran venderse fotos, afiches, camisetas blancas, chaquetas rojas, cigarrillos, autos deportivos y hasta la actitud, pues su imagen se ha visto acompañando campañas publicitarias de productos que ni siquiera existían cuando él estaba vivo. No importa que usted no hubiera visto sus películas, lo importante era poder reflejar y asumir la pose rebelde, convertirse en contradictor a lo que los demás le imponen. ¿James Dean como actor? Parece que ya a nadie eso le importa, eso se ha convertido en lo de menos. Sin considerar sus virtudes histriónicas su imagen se ha vaciado de sentido, ha quedado hueca, sin sentido alguno. Pero su figura es lo suficientemente apuesta como para seguir explotándola sin ningún remordimiento. Mientras exista el cine se seguirá abusando de él, convertido en un símbolo vacuo, en una presencia icónica cuya representación en el celuloide queda reservada para aficionados al cine clásico de Hollywood.
Pero sí los que admiran tan sólo su presencia se tomaran un momento para ver el cine de James Dean –Al este del paraíso, Rebelde sin causa, Gigante– descubrirían un ave frágil, un ser que pedía amor a gritos, un actor que quería expresar a través de su arte transparente que habían cosas que le dolían, que existían muchos obstáculos para poder ser del todo feliz. Y, lo que es peor, que aspiraba a una felicidad que no iba a ser capaz de reconocer así la viera.
El 30 de septiembre de 1955 se fue de este mundo. Ese día empezó la leyenda.
Actualización del artículo publicado originalmente en el libro “Grandes del cine” (Ed. Universidad de Antioquia, Medellín, 2011), págs. 228-233
©Editorial Universidad de Antioquia, 2011
Nota: Este texto fue elaborado con extractos del artículo La mala semilla: Al este del paraíso, de Elia Kazan, publicado en la revista Universidad de Antioquia no. 281 (Medellín, julio-septiembre /05), págs. 114-121, del artículo Vivir de prisa, morir joven, publicado en “Lecturas Fin de Semana”, del periódico El Tiempo (Bogotá, 12 de noviembre de 2005) pág. 8 y de la columna Rebelde por siempre, publicada en el periódico El Tiempo (Bogotá, 07/11/13). Pág. 18
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