El aprendiz de nazi: Jojo Rabbit, de Taika Waititi
Dos grandes como Charles Chaplin y Ernst Lubitsch lo tenían claro: para abordar un tema como la guerra desde el lado cómico, hay que recurrir a la sátira. Echar mano deliberadamente de lo esperpéntico como herramienta para aligerar lo que de puramente dramático tiene la guerra se antoja una medida sensata para evitar herir susceptibilidades: nadie podía acusarlos de estar burlándose literalmente de un hecho real, sino de estar paradodiándolo (y sin embargo a Lubitsch le salió mal el cálculo en 1942 con Ser o no ser, pero esa es otra historia). Con la misma idea en la cabeza se hizo Jojo Rabbit (2019), una adaptación de la novela El cielo enjaulado (Caging Skies), de Christine Leunens, publicada en 2008, y que está narrada en primera persona por Johannes –Jojo- Betzler, un niño austriaco que vive la Segunda Guerra Mundial como parte de las juventudes nazi y es adoctrinado como tal.
La perspectiva de la película –escrita, actuada y dirigida por el neozelandés Taika Waititi- es la misma del libro: es la historia de Jojo (interpretado por un vivaz Roman Griffin Davis) y por eso la guerra la veremos desde sus ojos de niño aprendiz de nazi. Sin embargo, Jojo –apellidado Rabbit por su aparente cobardía- es solo, así le cueste reconocerlo, un niño sensible para quien la guerra es como un campamento de verano al que lo acompaña su amigo imaginario, nada menos que Adolph Hitler. Pero como este “amigo” es fruto de su imaginación, Hitler razona como lo hace Jojo: es la idea que de él tiene el niño. No es como el espíritu de Bogart que aleccionaba al personaje que interpretaba Woody Allen en Sueños de un seductor (Play It Again, Sam, 1972), no, este Hitler se comporta según la idea que le han inculcado a Jojo y según lo que el niño lo ha idealizado, lo que hace aún más aguda la parodia sobre el líder nazi, al enfatizar su personalidad caprichosa y el infantilismo de sus propuestas.
Banalizar la guerra es muy riesgoso y da para cometer errores como el de La vida es bella (La vita è bella, 1997), filme con el que equivocadamente se compara a Jojo Rabbit. La aproximación de Taika Waititi no es escapista, sin duda hay ternura en la concepción del personaje protagónico y el de su entorno doméstico que recuerdan al Wes Anderson de Un reino bajo la luna (Moonrise Kingdom, 2012) y al John Boorman de esa joya olvidada que es La esperanza y la gloria (Hope and Glory, 1987), pero la película nunca pierde de vista que esta es una guerra y que hay consecuencias que asumir según el rol que cada uno tenga en ella y el bando al que pertenezca. Sobre todo porque Rosie (Scarlett Johansson), la madre del niño, es una pacifista convencida, viviendo peligrosamente en medio de un entorno tan radical como en el que se encuentra. Esa madre, con su amor hacia Jojo, es la que ha impedido que al niño le laven el cerebro por completo, ella, con su afecto incondicional lo blinda.
Pese a eso, Jojo es un niño en quien se ha sembrado el odio hacia el enemigo representado por los judíos. Un odio irracional que él transmuta en miedo hacia lo desconocido, hacia ese prototipo fabuloso, demoníaco y atemorizador de judío al que le han enseñado a despreciar. El punto de quiebre del filme está representado por la concreción de ese miedo, por el tener que enfrentarse cara a cara con lo que más teme. Ahí entran a operar en el niño dos fuerzas antagónicas: el rechazo hacia lo desconocido, inculcado por los nazis, y la solidaridad y la apertura mental representadas por su madre.
Lo más notable es la evolución del personaje de Jojo, los puentes que va tendiendo, inicialmente por conveniencia mutua, y después por física necesidad de un afecto, de un sentimiento –que además de provocarle mariposas en el estómago- le está quitando la venda que tenía en los ojos y que le impedía ver con la necesaria perspectiva. La película pasa de la aventura cómica al drama sin solución de continuidad, con un notable y fluido tránsito que habla de un guion que supo captar el amplio espectro de la emoción humana. Y ahí Jojo Rabbit se siente genuina y se hace conmovedora, sin forzarnos a sentir algo que de veras no esté expresando.
La buena noticia es que el aprendiz de nazi se hace aprendiz de ser humano. Todo a su alrededor está en ruinas, pero tiene esperanza. Ahora que por favor suene algo de David Bowie, es hora de celebrar.
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