Rehén de su familia: Joy: el nombre del éxito, de David O. Russell
Las historias reales de superación personal son campo fértil para que a partir de ellas florezcan adaptaciones cinematográficas: que alguien busque a toda costa convertir en realidad sus sueños y lo consiga, suena, además, al ideal norteamericano de éxito en la tierra de las oportunidades. El tema no es ajeno al director neoyorquino David O. Russell, que ya nos había contado de la vida y hazañas del boxeador Micky Ward en El ganador (The Fighter, 2010).
Ahora vuelve él a este subgénero para relatarnos en Joy: el nombre del éxito (Joy, 2015) de la existencia de Joy Mangano, la creadora del “trapeador mágico” y de otra buena cantidad de inventos. Para hacerlo reúne uno de esos repartos corales que tan bien sabe ensamblar -integrado por habituales de su cine como Jennifer Lawrence, Bradley Cooper y Robert De Niro- y recurre a su inveterada costumbre de mezclar de géneros, lo que tiende a confundir las expectativas del espectador, quien con él nunca tiene claro si está frente a una comedia, a un drama o a una combinación no muy bien equilibrada de ambos. En esta ocasión la pista parece darla la secuencia inicial del filme, que nos muestra una telenovela (ficticia) y su particular y exagerada dramaturgia. Pues bien, a esa estética y a esa forma de narrar va a recurrir Russell en este filme.
La vida adulta de Joy –pese a tener una infancia donde eran notables su creatividad e inteligencia- es mediocre y gris, atrapada por su asfixiante familia, que casi que la ha tomado como una rehén que debe trabajar para satisfacer sus caprichos. Esos familiares están descritos con trazos gruesos de caricatura, resaltando sus rasgos grotescos y egoístas, aumentando así el contraste con la bondad y decisión de Joy, improbable princesa en medio de los malvados de una fábula contemporánea que bien parece narrada por los hermanos Coen o por David Lynch.
Jennifer Lawrence es esa damisela –para nada débil- que debe luchar contra la estupidez y la desconfianza de su familia, las inseguridades que ellos le han sembrado, la falta de fe corporativa y los abusos de terceros. A todos se enfrentó. Al que no pudo derrotar fue a un guion diseñado para hacerla brillar, pero que no supo encontrar el tono adecuado para contar una historia que valga la pena recordar.
Publicado en la columna Séptimo arte del periódico El Tiempo (Bogotá, 17/01/16), sección “debes hacer”, pág. 5
©Casa Editorial El Tiempo, 2016