Relaciones corporativas: Juego limpio, de Chloe Domont
Una pareja tiene el mismo trabajo, en el mismo lugar, y por ende el mismo sueldo e iguales condiciones laborales. Si llega un ascenso para uno de los dos, la dinámica va obviamente a cambiar. Uno de los dos va a tener más poder, más responsabilidades, ganará más dinero. El patriarcado tiene claro que si el ascendido es el hombre, va a conservarse el orden social “natural” en la que se privilegia al “proveedor”, al más fuerte y viril. Pero, ¿y si la que asciende es ella? Uno esperaría que en una pareja joven del siglo XXI no afloren los estereotipos machistas tradicionales, que un hombre inteligente y profesional no se sienta amenazado por el éxito de su mujer y que por ende no exhiba una masculinidad frágil. Supongo que lo mismo esperaba Emily (Phoebe Dynevor) de su novio, Luke (Alden Ehrenreich), cuando un codiciado ascenso en la corporación financiera neoyorquina donde ambos son analistas, recae en ella y no en él. Juego Limpio (Fair Play, 2023) es la crónica de lo que ocurre tras esa inesperada promoción laboral.
El largometraje debut de la directora y guionista Chloe Domont –tras años dirigiendo episodios de series de televisión- ha sido toda una revelación. Juego limpio triunfó en el Festival de Sundance y fue adquirida por Netflix por veinte millones de dólares para exhibirse brevemente en los cines y posteriormente en su plataforma. La película funciona como exploración del mundo corporativo, sus bajezas y su capacidad de corrupción -hay ecos de The Assistant (2019)- y funciona sobre todo como disección de la vida afectiva: es el relato de un hombre que se va desestabilizando a medida que su pareja tiene éxito y se integra a círculos de poder que le son inalcanzables. Así parezca que no, Emily se va transformando. Ser jefe la embriaga –literalmente- y la vuelve parte de una élite empresarial despiadada. Ella cambia, pero Luke también: la posición laboral de su prometida lo vuelve impotente -literalmente- mientras saca su inseguridad y frustración a flote de la única forma que el machista sabe hacerlo.
Juego limpio es una historia adulta de autodestrucción donde el amor de ambos (oculto por motivos laborales) es el primer sacrificado cuando los intereses personales son los que afloran. Que el relato esté ambientado en el mundo de los fondos de inversión no es casualidad: es en ese tipo de empresas donde la ambición es la cualidad más valorada y donde ser dubitativo tiene consecuencias. Emily y Luke son literalmente devorados por el sistema: ella para ser parte de su maquinaria, él para ser expulsado del mismo. No hay términos medios, no hay compasión. O eres o no eres. O Funcionas o no. Expresaba la directora en entrevista con The New York Times que “los altibajos, lo que está en juego en ese tipo de entorno laboral, se asemejan a lo que está en juego en la industria del cine y la televisión: Si te equivocas una vez, puedes quedarte fuera. Y creo que el aspecto de trabajar duro y jugar duro también está presente en ambas. Es otra industria dominada por los hombres en la que a las mujeres les resulta difícil ascender y, cuando lo hacen, reciben un trato diferente, como todos sabemos”.
Todo esto convierte a este thriller sexual –el sexo acá es herramienta de poder que se va desgastando- en una experiencia fascinante, pero a la vez durísima. Aunque la directora adopta el punto de vista de Emily, no por ello necesariamente su personaje se hace empático: es una mujer luchando fieramente por conservar su estatus y su posición laboral (parece que una mujer siempre tendrá que demostrar que se los ganó en franca lid), y no va a permitir que los prejuicios, inseguridades y delirios machistas de Luke arrastren con ella hacia el abismo. El “sálvese quien pueda” en toda su extensión. Ante un ataque de masculinidad frágil, una mujer enceguecida de dolor y de codicia va a defenderse. Y eso da miedo.
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