Kazuo Ishiguro, de las letras a la imagen
El premio Nobel de literatura de 2017 fue otorgado a un escritor inglés de origen japonés cuya relación con el cine de James Ivory vale la pena explorar en detalle.
I.
La novela de Kazuo Ishiguro Los restos del día (The Remains of the Day) fue publicada en 1989 y ese mismo año obtuvo el premio literario Man Booker. “A mediados de los setenta, cuando era adolescente, vi una película llamada La conversación, un thriller dirigido por Francis Ford Coppola. En ella, Gene Hackman interpreta a un experto en vigilancia que está obsesionado con ser el mejor en su campo, pero termina siendo constantemente atormentado por la idea de que las cintas que entrega a sus clientes pueden llevar a consecuencias nefastas, incluso al asesinato. Creo que el personaje de Hackman fue un primer modelo para Stevens, el mayordomo de Los restos del día” (1), relataba Ishiguro.
La historia –contada en primera persona- es la de Stevens, un mayordomo que en los años cincuenta del siglo XX y mientras toma unos días de descanso, recuerda las décadas que ha servido en Darlington Hall, la mansión en Oxford que perteneciera al ya fallecido Lord Darlington. La novela fluctúa entre el presente y el pasado, entre el paisaje y los pueblos que visita en su viaje terrestre, y la descripción en retrospectiva de las vivencias del día a día o de los grandes eventos por los que debía responder en su calidad de mayordomo. Paralelas a todo esto están sus reflexiones sobre el oficio que ha desempeñado todos estos años, lo que desde su óptica implica ser un mayordomo, en términos de grandeza y dignidad. Stevens es un personaje perfectamente delineado desde lo psicológico: es un ser en absoluto y espartano control de sus sentimientos y emociones, cualidad que él entiende como imprescindible para llevar a cabo su trabajo, una labor de servicio de la que él se siente absolutamente orgulloso. No hay en su estructura mental espacio alguno para pensar en la posibilidad de haber tenido una relación romántica o haber constituido un hogar.
Entre toda la servidumbre de Darlington Hall, el único personaje adicional que Stevens menciona es al ama de llaves, Miss Kenton, una mujer con la que compartió muchísimas jornadas de trabajo, y que tras haberse casado se mudó a otra parte del país. Precisamente el motivo del presente viaje de Stevens es verse con ella, para explorar la posibilidad de que retome su antiguo oficio, pues una carta que ella le escribiera le deja entrever que ha dejado a su esposo y que es factible que quisiera volver a Darlington Hall. La novela plantea con enorme sutileza la relación entre ambos –relatada obviamente desde la perspectiva de Stevens- en la que Miss Kenton busca acercarse afectivamente a un hombre que le atrae, pero este es incapaz de verla. Ella constituye una distracción frente al cumplimiento de sus deberes. Solo al final del libro y con una breve frase ella es capaz de verbalizar lo que siempre sintió, cuando le dice “pienso que habría sido preferible seguir otro camino, que tal vez me hubiese dado una vida mejor. Por ejemplo, pienso en la vida que podría haber llevado con usted, mister Stevens”. La respuesta de Stevens es tan lacónica como propia de él.
La versión fílmica de Los restos del día se conoció entre nosotros como Lo que queda del día y fue dirigida por James Ivory, un autor norteamericano que desde los años sesenta se unió con el productor indio Ismail Merchant para constituir The Merchant Ivory Productions. A su compañía se integró desde el principio, como guionista, la novelista inglesa de origen alemán Ruth Prawer Jhabvala. Entre los tres conformaron un grupo artístico que realizó 44 películas, de ellas 23 con guion de Ruth Prawer. Sus películas, de época, reflejan con elegancia y detalle visual la Inglaterra eduardiana, tal como se describe en las novelas y cuentos de Henry James y E. M. Forster, dos de los autores cuyas obras sirvieron de inspiración para varios filmes de esta empresa.
Aunque Ishiguro es un autor contemporáneo, su novela está ambientada en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX, en la trasescena de una casa noble, una atmósfera ideal para un filme de Ivory. Harold Pinter escribió un primer guion cinematográfico de Los restos del día para ser dirigido por Mike Nichols, pero cuando el proyecto pasó de Columbia a Merchant Ivory fue reescrito por Ruth Prawer. Algunas ideas del guion de Pinter se conservaron en la versión final.
El cambio principal que diferencia a la novela de su adaptación al cine es la perdida de la voz interior de Stevens, que guiaba todo el relato de Ishiguro. Al carecer de ese narrador –con su introspección y sus comentarios- el filme pierde hondura, pues se queda en la superficie del personaje, en su aspecto exterior y en sus manierismos (excelentemente interpretados por Anthony Hopkins) pero sin jamás tener acceso a sus pensamientos, a sus motivaciones. Estos son reemplazados epidérmicamente por un cruce de cartas entre Stevens y Miss Kenton (una magnifica Emma Thompson), que van dándose a medida que trascurre el viaje del mayordomo. La relación laboral entre ambos en Darlington Hall tiene la forma de flashbacks episódicos, muchas veces disparados por lo que en las cartas se cuenta. Aunque esa narración de sus quehaceres al comando de la servidumbre de la casa conserva el espíritu de la novela, se hace un énfasis mayor –con fines dramáticos de índole comercial- en una posible relación romántica entre ambos, en un supuesto flaquear de Stevens frente a sus responsabilidades para abrir sus sentimientos ante esta mujer. En un ¿qué hubiera pasado sí…?
No quiero demeritar un filme que he disfrutado, que por todas partes lleva con elegancia la marca de la casa Merchant Ivory y que supo con altura presentar los aspectos sustanciales de la novela en cuanto sumisión absoluta de un hombre a su trabajo, que constituye para él el núcleo completo de su existir, su energía vital, su motivo de orgullo y gratificación. Simplemente considero que el abordaje que Ruth Prawer le dio a su adaptación fue comercial y vendible, dejando de lado todo el aspecto introspectivo de una narración que es ante todo subjetiva e íntima. Lo que queda del día fue nominada a ocho premios Oscar (incluyendo mejor película, director, guion, actor y actriz) pero no obtuvo ninguno. Competía nada menos que contra La lista de Schindler, de Steven Spielberg.
II.
“Usted sabe mejor que nadie que el ojo de la tormenta no se encuentra en Europa, sino en el lejano Oriente. En Shanghái, para ser exactos”
-Kazuo Ishiguro, Cuando fuimos huérfanos
Ishiguro hizo una gran investigación sobre Shanghái en los años treinta para su novela Cuando fuimos huérfanos, publicada en 2000. Todo ese material no se usó en el texto y de ahí surge su interés en volcarlo en un guion original para James Ivory, el del filme The White Countess (2005), que en España se estrenó como La condesa rusa. El director estaba interesado en que Ishiguro hiciera la adaptación de una novela del japonés Junichiro Tanizaki, “El diario de un viejo loco”, pero el escritor decidió crear una historia propia.
Ruth Prawer –que falleció en 2013– trabajó con Ivory en el guion de su película previa a esta, Le divorce (2003) y en la posterior a ella, The City of Your Final Destination (2009), siendo sus últimos trabajos para Merchant Ivory Productions. Sin embargo en The White Countess el único guionista acreditado es Kazuo Ishiguro, aunque él mismo reconoce que esta es una labor por completo colaborativa y que además estaba escribiendo para un director específico en mente. Es más, que el personaje protagónico sea ciego fue idea de James Ivory, que ese año perdió a su compañero de labores durante 44 años, el productor Ismail Merchant. The White Countess fue la última película que este produjo.
Ishiguro ya había hecho un guion previo, que se convirtió en la cinta The Saddest Music in the World, del canadiense Guy Maddin, pero este realizador hizo una completa reescritura del texto de Ishiguro. The White Countess, ambientada en Shanghái entre 1936-37, en el momento previo a la invasión japonesa, nos cuenta de un diplomático norteamericano, Todd Jackson (Ralph Fiennes), que participó del tratado de Versalles y que fue clave en la Liga de las Naciones, que tras quedar ciego desemboca en este puerto chino con la intención de abrir un elegante club nocturno. Su destino va a cruzarse con el de Sofia Belinskya (Natasha Richardson), una condesa rusa exiliada junto con su familia tras la revolución bolchevique. Sofia sostiene a su hija y a otros parientes trabajando en bares, como bailarina de alquiler y posiblemente vendiendo su cuerpo. Shanghái es a la vez refugio y guarida: allá van a parar judíos, europeos, espías, diplomáticos, ladrones, prostitutas y todo aquel que quiera deshacerse de su pasado. Todos buscan algo, bien sea permanecer ocultos, mimetizarse entre los demás o pasar a otro sitio, como Hong Kong o Macao. Se parece al ambiente de Casablanca (1942), pero con mayor desesperanza.
Jackson se obsesiona con Sofia, quiere hacerla la anfitriona de su club y eso logra. Entre ambos se desarrolla lentamente una relación que parece ceñirse a lo estrictamente laboral, pues han convenido en no hablar de sus vidas ni de su pasado. En un momento del filme, ella va a salir del lugar donde ambos trabajan y se sorprende con el grosor y peso de una puerta: -“¿Por qué estas puertas tan pesadas? ¿Cree que mantendrán fuera al mundo?” -le pregunta. Jackson, que de por sí ya es ciego, quiere aislarse todavía más. Sabe que el mundo afuera es turbulento y caótico, y por eso quiere que su club sea un refugio, un edén perfecto donde incluso diversas facciones políticas rivales puedan encontrarse y convivir. Ese es su sueño –imperfecto y frágil- pero él quiere llevarlo a cabo. Mientras tanto, afuera, Shanghái se desmorona.
The White Countess como guion adolece de falta de claridad en sus propósitos. Se ve que Ishiguro quería hacer una alegoría política al concentrar tantos personajes con orígenes y motivos diferentes en un mismo sitio y en un momento particularmente volátil, pero también quiso construir una historia de amor entre dos seres profundamente golpeados, para darle al filme un interés comercial. El resultado es un filme suntuoso –la impronta Merchant Ivory- pero que no suscita interés en ninguno de sus ángulos, quizá por el distanciamiento afectivo del que los dotó: el cúmulo de tragedias de Jackson y el malhadado destino de Sofia no alcanzan a conmovernos como deberían. Son personajes demasiado fríos y así es el relato que los reúne. Desde el espectro político tampoco logra mayor relevancia, diferente al enterarnos lo estratégico que era Shanghái para tantos al mismo tiempo, quizá porque James Ivory no es un autor que tenga esos intereses. Lo suyo es la estética y los dramas a escala humana, no los conflictos internacionales y los intereses políticos que se movían tras ellos. Ahí Ivory se siente incómodo y la película también.
Como guionista, Kazuo Ishiguro tiene aún lecciones que aprender, pero su prosa es tan elegante y su creatividad tan elevada que sin duda en el futuro veremos nuevas colaboraciones suyas con el cine, un medio que requiere urgentemente de talentos laureados como el suyo. Para James Ivory haber contado en su filmografía con dos piezas del premio Nobel es todo un privilegio, uno que ensalza aún más las reconocidas bondades de su cine.
Referencias:
1. Claudio Cordero, Kazuo Ishiguro: La adaptación perfecta, suplemento El Dominical del periódico El Comercio, Lima, Perú (30/10/17).
Online: https://elcomercio.pe/eldominical/kazuo-ishiguro-adaptacion-perfecta-noticia-469837
Publicado en la Revista Universidad de Antioquia no. 331 (Medellín, enero-marzo/18), págs. 106-112.
©Editorial Universidad de Antioquia, 2018
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