La atractiva soledad de la cima: El hombre solitario de Brian Koppelman y David Levien

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Esta es una de esas películas a las que el desastre acecha. Como espectador está uno todo el metraje esperando el instante del resbalón casi que inevitable, ese momento en que el personaje protagónico aprende la lección, rectifica el camino, vuelve contrito a los suyos y la película se convierte en una lección moral tan políticamente correcta como predecible y prescindible en términos cinematográficos.

Pero –y he aquí un pequeño milagro de una cinta de la que esperábamos poco- aunque bordea, en frágil y difícil equilibrio, esos abismos conformistas tan habituales en el cine comercial de Hollywood, El hombre solitario (Solitary Man, 2009) logra salvarse del cataclismo y llegar a las orillas inseguras -pero más interesantes- del riesgo, del cinismo, de la ambigüedad poco complaciente. La historia de la lucha de un hombre que se resiste a su propio derrumbe –físico, económico, social- hasta el punto del desliz bochornoso y del error grosero mientras rumie su pena como una fiera herida, evoca, muy en el fondo, la que nos contó con sensible esmero Luchino Visconti en ese obra maestra que es El gatopardo (Il gatopardo, 1963).

Sin pretender jamás compararlas, pues no hay como hacerlo, hay que decir que la sensación que las dos películas dejan es la misma: que estamos frente a un combate inútil, que -pese a todo- la caída va a ser al final inevitable. Lo que presenciamos en El hombre solitario es esa lucha estéril, contada con inteligente ironía y poca compasión hacia su protagonista, Ben Kalmen (Michael Douglas), un hábil negociante del negocio automotriz que ve un día como su vida, tal como la conoce, empieza a derrumbarse. La sensación de ser “invisible”, de dejar de haberle importado a sus socios, a las mujeres, a las portadas de las revistas, es intolerable y él quiere seguir bajo los reflectores. La cima es solitaria pero él quiere estar ahí.

Es un placer culposo asistir a las crudas y ácidas lecciones de seducción que da y ver las tácticas que emplea –no siempre afortunadas- para seguir conquistando mujeres, así eso lo lleve a precipicios cada vez más profundos de soledad y vacío, como vemos en el repetido ritual matutino de levantarse solo y desorientado, como preguntándose con quien acaba de pasar la noche. Sin embargo, fiel siempre a su naturaleza acechante, deja a cada oportunidad la conciencia a un lado y se entrega a sus fugaces parejas. El remordimiento no parece hecho para él.

Ben es un hombre demasiado cínico para su propio bien, que nunca ha contado con amigos distintos a su egoísmo y a su instinto para hacer “transacciones” en cada aspecto de su vida. “Yo no cambio las cosas cuando todavía funcionan, ese eres tú”, le dice su exesposa Nancy (Susan Sarandon), ya indiferente a un hombre que es incapaz de reconocerse frágil, enfermo, solo, con todas las puertas cerradas, y con una familia mal herida y cansada de tanta traición.

Los directores Brian Koppelman y David Levien –que ya habían hecho juntos Knockaround Guys (2001)- han encontrado en Michael Douglas un intérprete magnífico para representar a Ben Kalmen. Hay en él una mezcla de agresividad, altivez y testarudez que le viene bien a un personaje que no sabe darse por vencido y que es incapaz de traicionarse, así sepa que ya está derrotado: siempre tendrá a la mano una máscara festiva que ponerse. Por fortuna los codirectores respetaron hasta el final sus convicciones, su estilo particular de asumir la vida. El logrado último plano de este filme así lo confirma.

Publicado en la revista Arcadia No. 73 (Bogotá octubre/noviembre, 11). Pág. 60
©Publicaciones Semana, S.A., 2011

SOLITARY poster

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