La ciudad devoradora de sueños: Mulholland Drive, de David Lynch
No es sencillo tratar de explicar la fascinación y a la vez el rechazo que una obra como Mulholland Drive (2001) genera en el espectador. La obra de David Lynch es siempre retadora y críptica, acorde al universo retorcido que él ha ido construyendo y que constituye su marca autoral. Lynch desconfía del ser humano y manifiesta ese sentimiento mostrándonos abundantes ejemplos de lo cruel y abyecto que una persona puede llegar a ser, y la capacidad de corrupción que alguien así posee, su capacidad de contaminar, de enfermar el alma. Su galería de freaks es única en su especie, pues Lynch es despiadado a la hora de exhibir a los enfermos –del cuerpo, de la mente o del alma- que la componen. Este director no teme incomodar al espectador, por ello su cine es punitivo y aleccionador, pero no a la manera de Michael Haneke, habitualmente atado a la realidad, sino gozando de una libertad que lo lleva a terrenos oníricos, surrealistas y fantasiosos. La vida real es demasiado estrecha para sus inquietudes artísticas.
Mulholland Drive tiene la propiedad de aparentar que transcurre en Los Ángeles, en el presente, y tener una línea narrativa que podríamos llamar “convencional”, como si Lynch después de hacer Una historia sencilla (The Straight Story, 1999) hubiera decidido seguir adosado a los confines realistas y sentirse cómodo ahí. Se trata de la historia de una mujer que, gracias a un accidente de tránsito, escapa a un intento de asesinato, pero queda amnésica. Se refugia en una casa en Beverly Hills cuya dueña se ha ido de viaje y a donde llega a alojarse Betty, sobrina de la propietaria y aspirante a actriz de cine. Betty descubre a la mujer, que opta por hacerse llamar Rita al ver un afiche de Gilda, y entre ambas tratan de descubrir su verdadera identidad y los motivos que la llevaron a su amnesia. Como vemos se trata de una investigación aficionada –como la de los protagonistas de Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986)– pero progresivamente Lynch va sumándole elementos poco convencionales, haciendo emerger un submundo oscuro que va tomando posesión de este relato que de un momento a otro queda patas arriba, desvirtuando identidades, certezas y todo lo que pensábamos “lógico” en una narración que nos sorprende por lo impredecible y libérrima, y en donde pasa a tener relevancia la capacidad de Hollywood para devorar sueños y regurgitar pesadillas. En últimas esta termina siendo una historia gótica sobre actrices con carreras cercenadas, con ecos más que evidentes a Sunset Boulevard (1950).
¿Qué quedan cabos sueltos, qué casi nada logra explicarse, qué no entendemos que quiso decir Lynch? Los interrogantes alrededor de este filme bordean el culto solo dedicado a las películas que rompen moldes y se constituyen ellas mismas en un nuevo patrón narrativo o formal. La cantidad de conjeturas, explicaciones y suposiciones que ha generado Mulholland Drive es enorme, reflejo del interés que despierta el cine de este autor y de la fascinación que específicamente provoca este filme perverso que se resiste a dejarse a aferrar. El misterio de la identidad de Rita pasa a un segundo plano frente al enigma del verdadero sentido de este relato.
Lynch puso además un anzuelo muy fácil de engullir: los papeles protagónicos de la inglesa Naomi Watts (apenas empezando a abrirse paso en Hollywood) y de la actriz de origen mexicano Laura Elena Harring. Una rubia y una trigueña, ambas hermosas y atractivas, ambas generando entre sí una tensión sexual cuya explosión es más que inminente. Ellas por sí mismas son suficientemente capaces de captar la atención del público (que por definición es un voyeur), así la trama se torne tan intrincada como acá. Lynch fue además complaciente y generoso a la hora de exhibir los cuerpos de ambas, sobre todo el de Laura Harring, con su voluptuosa anatomía latina. Es una lástima que su carrera posterior a esta cinta no haya tenido la relevancia que sí ha caracterizado a la de Naomi Watts. Asi muchos no lo reconozcan abiertamente, buena parte del encanto de Mulholland Drive parte del atractivo y la interacción sexual entre ambas mujeres. ¿Qué esta película no lo requería? Pues Lynch las puso ahí; si su intención era solo comercial o no, no lo sabemos, pero la verdad es que puso a este largometraje entre la lista de aquellos que han abordado de manera explicita la sexualidad lesbiana.
En sus orígenes Mulholland Drive fue concebida como un piloto de noventa minutos para una serie televisiva para ABC. Los ejecutivos de la cadena rechazaron lo que Lynch les presentó en 1999 y este decidió convertir el material en un largometraje, gracias al apoyo económico de la productora francesa Studio Canal. El resto del metraje se rodó en octubre del año 2000. El corte final de la película es de 2 horas y 27 minutos. Presentada en competencia oficial en el Festival de Cine de Cannes en mayo de 2001, obtuvo para Lynch el galardón al mejor director. Desde ahí empezó su leyenda.
En la forma en que la conocemos Mulholland Drive es un laberinto, una banda de Möbius que entrelaza –sin que podamos diferenciarlos- realidad y fantasía, sueños y deseos, vida y muerte. Los personajes no son los que pensamos, la “realidad” solo existe en la cabeza de un personaje, lo que creemos ver es solo una ilusión optimista: la mente trabajando de alguien que duerme. Pese a que existen innumerables explicaciones disponibles, no quiero revelar ninguna aquí, pues creo que parte del juego que Lynch propone es que cada quien construya su propio mapa mental y se aventure a lanzar sus conclusiones. Ninguna estará fuera de lugar o sonará errónea, el margen que este filme deja a la suposición es muy grande, quizá delatando su origen como piloto de un seriado frustrado cuyos cabos Lynch decidió no atar.
¿Es la confusión una virtud? No por sí misma, pero acá Lynch se sirve de ella para hacernos parte de su mundo, dejarnos ahí adentro en la oscuridad y pedirnos que salgamos por nuestros propios medios. ¿Aceptamos?
Publicado en el cuadernillo digital para suscriptores de la revista Kinetoscopio (Medellín, 2016-II).
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2016
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