La difícil aceptación: Adiós a los niños, de Louis Malle

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Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
–John Donne

Un joven en edad y ambiente escolar busca y necesita ser parte de un grupo. Nada peor en medio del agreste y casi salvaje territorio de un salón de clases que ser el niño “diferente”. Sea por alto, por bajito, por gordo, por flaco, por tener gafas, por ser tímido, por ser brillante, por lo que fuere, ser distinto a los demás era y seguirá siendo un suplicio. Convertido en el blanco de todas las burlas ese niño diferente tratará a toda costa de buscar ser aceptado, esperanzado en que otro aún más diferente que él aparezca y lo quite del foco de atención de la implacable masa que constituye el grueso de los compañeros de clase, devenidos en jueces de lo que es normal y lo que no, de lo que merece ser acogido y lo que debe ser rechazado y arrojado a las tinieblas del desprecio o la exclusión.

La infancia es cruel, siempre lo ha sido y parece que infortunadamente siempre lo será. Está en su naturaleza. Los niños no miden los alcances de sus actos, no se fijan cuánto están ofendiendo y humillando a otro ser que no tiene la culpa de no parecerse exactamente a los otros. Y lo peor es que el humillado no tiene otro camino que seguir adelante, aceptando su cruz, implorando volverse invisible, tratando a toda costa de mimetizarse entre los demás. No espera la compasión de los otros, los niños no saben aún lo que es ponerse en los zapatos del otro. Pero algunos, como lo veremos, lo aprenden.

Adiós a los niños (Au Revoir, les enfants, 1987)

Adiós a los niños (Au Revoir, les enfants, 1987)

El director francés Louis Malle conoció en su juventud a un niño diferente a sus compañeros de clase. Y con la historia de ese joven construye Adiós a los niños (Au Revoir, les enfants, 1987), como una manera de conjurar sus recuerdos de infancia y de hacerle justicia a un muchacho que no tuvo una segunda oportunidad. La Francia ocupada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial es el escenario para esta historia autobiográfica sobre la construcción lenta de unos lazos fraternos en medio de la neurosis de una guerra que no impedía, sin embargo, que los muchachos se comportaran como tales, con el mismo desenfreno, irreverencia e idéntica crueldad hacía sus compañeros.

Julien Quentin (Gaspard Manesse), uno de los protagonistas, es un adolescente al que su adinerada y displicente madre ha enviado, junto a su hermano mayor, a un internado católico privado en Ile de France, lejos de las bombas que amenazan París. Regentado por los carmelitas, el internado es en sí mismo un campo de batalla cuyos códigos de guerra solo conocen los mismos estudiantes, que son víctimas y a la vez victimarios de bromas, trucos, zancadillas, golpes y peleas que no conocen tregua. Pero no es esta la historia de un internado infernal, regido por sádicos, como ya hemos visto muchos en esperpénticas películas. El caos de los muchachos dicta el tono: están en un mundo en caos, donde conviven con el terror y la muerte, y así se portan, como si no hubiera un mañana. Realmente no saben si lo habrá, pero no piensan en ello. Son un presente perfecto.

Adiós a los niños (Au Revoir, les enfants, 1987)

Adiós a los niños (Au Revoir, les enfants, 1987)

Jean Bonnet (Raphael Fejtö), el otro protagonista, aparece en sus vidas sin que para ellos su presencia vaya a alterar mucho las cosas. Es el recién llegado, y como tal la nueva carne de cañón, el extraño de quien mofarse. Recibe de sus compañeros el trato habitual reservado para quienes irrumpen en su mundo. Nada novedoso, nada que no haya pasado antes. Sin embargo Jean es el extraño, el raro, el que no encaja. El joven sufre en silencio tratando de disimular, intentando ser como los demás. Su esfuerzo es más notable en tanto que Jean debe alterar su apellido y traicionar sus creencias y su fe para preservar –literalmente– su vida.

Malle muestra una especial sensibilidad para adentrarnos dentro de este mundo juvenil al que no hemos sido invitados. Deja a sus actores ser como son, no los fuerza a situaciones inverosímiles, es absolutamente prudente y respetuoso para con ellos y apela a la naturalidad propia de su edad para conseguir un desparpajo que luce real y honesto, y que se extiende al progresivo descubrimiento, por parte de Julien, de lo que Jean oculta en su doloroso pasado.

Adiós a los niños (Au Revoir, les enfants, 1987)

Adiós a los niños (Au Revoir, les enfants, 1987)

Ese descubrimiento –que incluye sobre todo mirar a Jean, individualizarlo y devolverle su esencia como persona más allá de ser un bicho raro– no es impostado, se da lentamente, a medida que la relación de ambos atraviesa varias pruebas y etapas. Jean es callado, muy brillante académicamente, celoso de sus pertenencias, desconfiado, contradictorio en algunas respuestas sobre su familia y origen. Suficientemente misterioso como para despertar la curiosidad de Julien que, a diferencia de sus compañeros, se da el trabajo de conocerlo y, sobre todo, de aceptarlo.

Este es el proceso que da sentido a este hermoso filme: el de la aceptación gradual de las diferencias, profundas o no, que nos separan del otro. Malle no pretende transformaciones instantáneas, siempre habrá una distancia insalvable entre ambos muchachos, como por lo general la hay entre dos amigos hombres, pero los prejuicios de Julien se derrumban en la medida en que empieza a comprender que hay otra forma válida de ser y estar en el mundo. La admiración, el respeto y la solidaridad que Jean le merece se antojan fruto de un crecimiento personal, de una toma de consciencia que tenemos la fortuna de presenciar. Al final del filme Julien ya es otro: más sensible, más dispuesto a bajar los brazos y dejarse sorprender, desarmado, frente a la diversidad humana.

Adiós a los niños (Au Revoir, les enfants, 1987)

A esa interesante diversidad siempre le apuntó Louis Malle, pero ni la niña de Zazie en el metro (Zazie dans le métro, 1960), ni los jóvenes de El soplo al corazón (Le Souffle au coeur, 1971), Lacombe Lucien (1974), o Pretty Baby (1978) alcanzan la complejidad de los personajes de Adiós a los niños, una obra maestra en su precisión formal, pero sobre todo por su gran hondura humana. El título del filme es una despedida, pero esta película –en realidad– es un réquiem. Tardó en componerse y ser interpretado, pero aún continúa resonando entre nosotros.

Filmar como exorcismo personal
“Bonnet, Nagus y Dupré murieron en Auschwitz. El padre Jean en el campo de Mauthausen. El colegio reabrió sus puertas en octubre de 1944. Han pasado más de cuarenta años pero, hasta mi muerte, recordaré cada segundo de aquella mañana de enero”. Es la propia voz de Louis Malle la que pronuncia estas palabras como epílogo y a la vez como declaración en Adiós a los niños. Esta historia es suya, sencillamente porque le pasó a él. Durante parte de la ocupación, Louis Malle fue recluido por sus padres en el internado de los carmelitas de St. Therese de l´Enfant Jésus. Allí conoció a Jean Bonnet, el seudónimo de Hans-Helmut Michel, un adolescente judío que –junto a otros de su misma religión, algunos remisos y miembros de la resistencia- había obtenido refugio y protección de parte de uno de los sacerdotes del lugar, el padre Jacques.

El sábado 15 de enero de 1944, el oficial de la Gestapo Willy Tuchel llegó al colegio con un grupo de milicianos y arrestó a tres de los niños judíos y al padre Jacques. Todos fueron llevados a campos de concentración y murieron ahí. “Lo que ocurrió en enero de 1944 contribuyó decisivamente para que yo me volviera un cineasta. Es difícil de explicar pero fue tal el shock que me tomó muchos años para superarlo y para tratar de comprenderlo, pero por supuesto no había forma en que pudiera comprenderlo. Lo que pasó fue tan espantoso y tan fundamentalmente opuesto a todos los valores que me habían enseñado que concluí que había algo malo con el mundo y empecé a volverme muy rebelde” (1), explicaba Malle.

Louis Malle junto a Raphael Fejto y Gaspard Manesse durante el rodaje de Adiós a los niños (1987)

Los jóvenes Malle y Bonnet no fueron tan cercanos como el filme lo plantea. Ambos rivalizaban como estudiantes y además Bonnet, al ser un refugiado, era tímido y muy reservado frente a su vida personal, de la que obviamente no tenía como dar detalles reales. Malle se enteró de su verdadera identidad gracias a su hermano mayor, pues los sacerdotes les revelaron a los estudiantes de grados avanzados la verdad. Esta simplemente se filtró, pero incluso el propio Malle no sabía si era cierto o una broma de su hermano. La película crea un marco de camaradería y amistad progresiva entre ambos que dista mucho de la realidad. “Pongámoslo así: la intensa relación entre los dos muchachos en la película es más mi imaginación que mi recuerdo, en el sentido de que me hubiera gustado que fuera así, yo quería que así fuera. Estaba tremendamente interesado en él y quería conocerlo mejor, pero no nos volvimos verdaderos camaradas como ellos ya lo eran al final de la película” (2). Así pues Adiós a los niños se convirtió para Louis Malle en una catarsis, en un ponerse en paz con su pasado. Y lo hizo mediante el arte, engrandeciendo al cine en el proceso. Lo decía el crítico de cine colombiano Luis Alberto Álvarez: “Malle ha creado una película para recordar, para ver varias veces, uno de los pocos clásicos que el cine ha dado en los últimos años. Ver esta película es algo mas que entretenerse o tener una impresión estética: es enriquecerse como seres humanos” (3).

Referencias:
1. Philip French (Ed.), Malle on Malle, Londres, Faber and Faber, 1996, p. 167-168
2. Philip French (Ed.), Op Cit., p. 179
3. Luis Alberto Álvarez “Adiós a los niños de Louis Malle. La inocencia y la realidad”, periodico El Colombiano (Medellín), 2-10-88 p. 7C

Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio No. 103 (Medellin, agosto-septiembre, 2013), págs. 82-83
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2013

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

20120706-142419

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